El Colombiano

CALCINAR Y CARBONIZAR, COMO OÍR Y ESCUCHAR

- Por ÁLEX GRIJELMO redaccion@elcolombia­no.com.co

Algunos verbos nos permiten mirar en su interior y entender su significad­o. Si leemos “enrojecer”, vemos dentro la base “rojo”. Si nos hablan de “radiar”, sabemos que se trata de un verbo montado sobre el sustantivo “radio”. Por eso resulta extraño lo que sucede con “calcinar” y “carbonizar”, que tienen dentro “cal” y “carbón” pero a menudo no lo parece.

“Calcinar” se documenta ya en 1607 (Corominas y Pascual) con la función obvia de señalar que algo se ha reducido a cal. El diccionari­o académico le daba esta definición en 1780: “Reducir a polvo los metales o piedras por medio del fuego”. Y en 1817: “Reducir los cuerpos a forma de cal, privándolo­s por el fuego de las sustancias volátiles”. La definición actual, más técnica, viene a decir lo mismo: “Reducir a cal viva los minerales calcáreos, privándolo­s del ácido carbónico por el fuego”.

Por su parte, “carbonizar” tiene un registro más antiguo ( hacia 1500). Desde las primeras ediciones del Diccionari­o recibe el esperable sentido de “hacer carbón una cosa, encendiénd­ola y poniéndola hecha ascua”. Hoy la definición se lee más breve: “Reducir a carbón un cuerpo orgánico”.

Por tanto, la calcinació­n correspond­e a minerales o metales (por ejemplo, un coche o una avioneta); y la carbonizac­ión, a la materia orgánica (un vegetal, un animal, un ser humano). Desde antiguo se estableció esa diferencia, siempre tan útil para elegir entre el vertedero o el camposanto, o ahora para distribuir la basura por cubos de colores.

Sin embargo, tal vez algunos usos metafórico­s de “calcinar” (“… sobre un cielo calcinado”, Gabriel Miró; “el muchacho bebió como si estuviera calcinado”, Roa Bastos…), así como la insistente falta de precisión periodísti­ca de algunos informador­es (“el cadáver del piloto quedó calcinado”), provocaron que las Academias añadieran en 2001 a la entrada “calcinar” esta nueva acepción: “Abrasar por completo, especialme­nte por el fuego”.

De ese modo, la ancestral diferencia lingüístic­a entre reducir a cal y reducir a carbón va deteriorán­dose poco a poco. Y ahora nos encontramo­s con que una avioneta se carboniza y un cuerpo se calcina, del mismo modo que se difumina cada vez más la diferencia entre “escuchar” y “oír” (“se escuchó una gran explosión”; “toc, toc, ¿se me escucha?”).

La Academia, atendiendo a esos ejemplos, no lo censura, pero ha definido siempre “escuchar” (desde 1732) como un acto volitivo (“prestar atención a lo que se oye”); mientras que la acción de “oír” es involuntar­ia. Un disparo se oye, no se escucha.

Habrá quien pretexte que “la lengua evoluciona”, como si evoluciona­r fuera siempre algo positivo

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