El Colombiano

LA METÁFORA DEL NOBEL

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

El jueves de octubre, cuando se anuncia el Premio Nobel de Literatura, como hoy, es un día muy especial para mí. Días antes, he pensado en los posibles y eternos candidatos, les rindo un pequeño homenaje a quienes nunca lo ganaron, pero lo merecieron de sobra y, casi siempre, me doy como un feliz derrotado porque quien gana suele ser una sorpresa, un buen hallazgo para ser explorado.

Así me pasó el año pasado cuando no tenía ni idea de Olga

Tokarczuk, aún me cuesta pronunciar su apellido, entonces hablo de ella con un simple “Olga, la Nobel”, como si fuera mi amiga, una amiga errante que respeto. A Peter Handke sí lo había leído, de hecho, hay un libro de él que consulto con cierta frecuencia como si fuera un oráculo, se llama “El peso del mundo”, digamos que sus anotacione­s son como salmos para mí. Hoy, cuando escribía esta columna le pregunté algo y me dijo: “El peluquero de pie junto a la puerta ve pasar a sus víctimas afuera”, lo cerré despavorid­o, aún no quiero cortarme los crespitos de la cuarentena.

Me gusta la incertidum­bre del Nobel, me gusta que un escritor sea noticia en el mundo, que las librerías tengan esa oportunida­d de tener nuevos visitantes que preguntan si hay algo del ganador; todo esto me emociona, es una oportunida­d más para entender la fuerza del lenguaje, de las palabras, o de las metáforas, que existen a diario, en todos nosotros, solo que no sabemos que eso también es literatura.

Casualment­e esta semana volví sobre ese libro precioso que escribió Antonio Skármeta,

“El cartero de Neruda”, y recordé la bella inocencia del protagonis­ta, Mario Jiménez, ese hombre que se hace amigo del poeta chileno en isla Negra y empieza a inquietars­e por esa cosa asombrosa que es un poema, ¿de dónde viene? “Si quieres ser poeta, comienza por pensar caminando”, le dice Pa

blo Neruda al cartero un día que el pobre está confundido porque no sabe cómo las palabras terminan haciendo un poema.

Don Pablo le explica con uno de sus poemas lo que es el ritmo y Mario, con tanto movimiento, se marea. “¡Claro! Yo iba como un barco temblando en sus palabras”, dice Mario. Los párpados del poeta se despegaron lentamente. “¿Sabes lo que has hecho, Mario? Una metáfora”. “Pero no vale, porque me salió de pura casualidad, no más”, dice el cartero. “No hay imagen que no sea casual, hijo”, cierra el poeta. Para mí, esa escena es hermosa, porque a los libros, a los poemas y a un nuevo Nobel llegamos muchas veces sin darnos cuenta, solo hay que estar atentos, permitir que algo sutil nos sorprenda

Me gusta la incertidum­bre del Nobel, me gusta que un escritor sea noticia en el mundo, que las librerías tengan esa oportunida­d de tener nuevos visitantes.

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