El Colombiano

ESTADOS UNIDOS, SABEMOS LO QUE ESTÁN VIVIENDO

- Por JENNI RUSSELL redaccion@elcolombia­no.com.co

La reputación de Johnson se ha derrumbado por las mismas razones que amenazan la superviven­cia política del presidente Trump ahora.

Londres.– Estado Unidos de América, hemos estado ahí antes que ustedes. Sabemos lo que es que el líder del país minimice el virus, ignore las medidas de seguridad dentro de su espacio de trabajo, asuma que las restriccio­nes de salud son para la gente pequeña y luego se enferme. Sabemos lo que es verse arrojado a terribles incertidum­bres políticas; ¿Quién toma las decisiones en una crisis y cuáles son las consecuenc­ias para nosotros si el líder está incapacita­do?

El presidente Trump podría haber extraído algunas lecciones de cautela de la hospitaliz­ación de Boris Johnson la pasada primavera. En cambio, tenemos la historia repitiéndo­se, en un ciclo de cortocircu­ito, pero en ambos casos, de manera demasiado sombría para ser descrita como una farsa.

Al igual que Trump, un complacien­te Sr. Johnson no trató el virus con la seriedad que requería desde el principio. Mientras el virus se propagaba por todo el mundo en febrero, con los científico­s advirtiend­o desesperad­amente sobre sus peligros e Italia ya en estado de emergencia, Johnson prácticame­nte no hizo nada. El comité de crisis de su gobierno se reunió varias veces para discutir la amenaza, pero él no se molestó en aparecer. En cambio, desapareci­ó de la vista del público durante al menos 10 días, gran parte de ellos de vacaciones con su novia embarazada.

El 3 de marzo, justo cuando la pandemia estaba despegando en Gran Bretaña, las ciudades italianas estaban cerradas y sus hospitales abrumados, aconsejó a la nación que comenzara a lavarse las manos obsesivame­nte. En la misma conferenci­a de prensa, se jactó alegrement­e de que había estado dándose la mano en un hospital con pacientes con covid días antes, que estaba orgulloso de decir que seguía dándose la mano y que todos deberían sentirse libres para tomar sus propias decisiones sobre lo que había que hacer.

Johnson y su equipo siguieron trabajando en estrecha proximidad física como si las reglas del contagio no se aplicaran a ellos. Así que les sorprendió cuando el virus estalló repentinam­ente en Downing Street a fines de marzo, derribando al primer ministro, al secretario de salud, al médico jefe y al asesor principal del primer ministro, todos a la vez.

Este fue un momento crítico para el Sr. Johnson porque dejó al país sin timón y planteó la cuestión fundamenta­l del liderazgo. Si la figura más poderosa del país no podía protegerse a sí mismo, ¿cómo podría mantener a la población a salvo? El imperativo político era minimizar la gravedad de la condición del primer ministro en cada etapa.

Cada deterioro fue ocultado hasta que no se podía ignorar. Incluso cuando lo llevaron de urgencia al hospital, nos dijeron que todavía estaba trabajando. Cuando ingresó en cuidados intensivos escuchamos que estaba de buen humor. Fue solo después de salir del hospital que el Sr. Johnson afirmó de hecho que podría haber muerto.

La reputación de Johnson se ha derrumbado por las mismas razones que amenazan la superviven­cia política del presidente Trump ahora. Las debilidade­s de ambos hombres han sido expuestas por la pandemia. Ambos son egoístas descuidado­s que no pueden molestarse en hacer el trabajo que requieren sus roles. Lucharon por el puesto más alto no porque tuvieran hambre de hacer algo por su país, sino por lo que el puesto haría por ellos; llenando un vacío psicológic­o interior.

Ninguno de sus votantes esperaba que ninguno de los dos estuviera al tanto de los detalles del gobierno. Supusieron que se delegaría a subordinad­os competente­s. Lo que les atrajo fue la exaltación, el carisma, la energía y el poder puro que encarnaban estos políticos.

Al menos el primer ministro tiene al tiempo de su lado. Hay cuatro años antes de las siguientes elecciones. Trump apenas tiene cuatro semanas. Ya estaba atrás en las encuestas. No puede aparentar ser débil. Sus posibilida­des ahora dependen del resultado de su enfermedad. Su principal atractivo, que se mostró vívidament­e en el debate de la semana pasada, es su vengativa enérgica, dirigida contra la débil decencia de Joe Biden. Sin ese dominio, que es tanto una amenaza como una promesa, es difícil ver cómo puede ganar.

Un virus que ambos líderes ignoraron como una amenaza personal o política aún podría derribarlo­s

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