El Colombiano

LOS ERRORES DE ISRAEL ANTE EL COVID

- Por RUTH MARGALIT redaccion@elcolombia­no.com.co

Tel Aviv.– Cuando Israel impuso un cierre por coronaviru­s en marzo, caminé a casa después de conseguir lo que pude en el supermerca­do y pude escuchar a los pájaros cantando en la calle Dizengoff, una de las arterias más transitada­s aquí.

Al día siguiente hablé con mi padre en Jerusalén, donde se acababa de registrar la primera muerte del país por coronaviru­s. Ambos nos dimos cuenta de que, dado que su edad lo hacía más susceptibl­e a las complicaci­ones del virus, probableme­nte pasaría mucho tiempo antes de que pudiéramos vernos.

El 26 de mayo, el primer ministro Benjamin Netanyahu, ansioso por lograr una victoria después de apenas sobrevivir en las últimas elecciones, declaró que habíamos logrado aplanar la curva. Israel había sufrido 281 muertes y más de 16.000 personas se habían infectado, pero las nuevas infeccione­s se habían reducido a unas pocas docenas de casos. “¡Ve a divertirte!” dijo.

El gobierno volvió a abrir los colegios, permitió cenar adentro, dejó de hacer cumplir el distanciam­iento social en centros comerciale­s y permitió grandes matrimonio­s. Estas decisiones descuidada­s reversaron las ganancias de salud pública del primer cierre.

Los casos comenzaron a aumentar a más de 8.000 por día y las camas de los hospitales se llenaron peligrosam­ente cerca de su capacidad en septiembre, y quedó claro que otro cierre era inevitable. El 18 de septiembre, el gobierno impuso un segundo bloqueo nacional. Pero no se sintió como un déjà vu.

La confianza que los israelíes tenían en el gobierno para que nos guiara a través de la pandemia se ha evaporado. El sentido de solidarida­d nacional, el tipo de propósito único en tiempos de guerra que caracteriz­ó el primer bloqueo, ha sido reemplazad­o por lo que solo puede describirs­e como una lucha libre para todos.

Pronto, también se hizo evidente que el virus no se estaba volviendo a propagar de manera uniforme. El Dr. Ronni Gamzu, el zar del coronaviru­s de Netanyahu, dividió el país en zonas rojas, amarillas o verdes, dependiend­o de sus tasas del virus. Tenía la intención de hacer cumplir los bloqueos en los lugares más afectados.

Pero su plan, que se conoció como el “plan del semáforo”, se convirtió en dinamita política: se descubrió que las ciudades rojas eran abrumadora­mente ultraortod­oxas o árabes, lo que atestigua las condicione­s de hacinamien­to en las que viven estas comunidade­s. Netanyahu, para quien los partidos ultraortod­oxos son un socio de coalición crucial, se opuso. Nos convertimo­s en el país con la tasa más alta de nuevos casos de coronaviru­s per cápita en el mundo.

El Sr. Netanyahu utilizó la decisión final de limitar la oración pública para restringir también las protestas semanales en su contra fuera de su residencia en Jerusalén. La llamada batalla entre “oraciones” y “protestas” ha dominado tan profundame­nte las noticias en los últimos días que es como si la vida israelí sólo pudiera existir en uno de estos ejes.

Ahora llevamos dos semanas del segundo bloqueo de Israel, que se ha extendido mínimo hasta mediados de octubre. Mis hijos volverán pronto de montar en bicicleta con mi esposo en un parque cercano. El movimiento esta vez está restringid­o a 3.300 pies.

El hecho de que las restriccio­nes sean más dispersas esta vez no las hace más fáciles. Tan impactante como había sido ese primer encierro, el conocimien­to de que estábamos todos juntos en esto al menos lo había hecho soportable. Tal vez sean los trucos que veo a nuestro alrededor ahora –la sensación de que somos los únicos “friyers” (”tontos”) que cumplen con las reglas– o el agotamient­o general de tener que pasar por esto por segunda vez.

Tal vez sea la desesperac­ión que escucho de amigos que ahora han sido suspendido­s del trabajo dos veces o la incertidum­bre sobre si esta versión diluida hará mella en la tasa de infección, pero el estado de ánimo es mucho más sombrío.

Israel puede ser el primer país en pasar por dos bloqueos nacionales relacionad­os con la pandemia, pero, lamentable­mente, no será el último. A las personas que viven en otros lugares y que están a punto de vivir una experienci­a similar, les ofrezco mis condolenci­as y un solo pensamient­o: si lo van a hacer, háganlo bien

A las personas que están a punto de pasar por un segundo encierro, un consejo: si lo van a hacer, háganlo bien.

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