El Colombiano

SOBRE LA CULTURA VIRTUAL

- Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

Estación Pantalla, abundante en conexiones cercanas y lejanas, plataforma­s diversas, gente con biblioteca­s detrás, algún cuadro interesant­e o programas que darían la impresión de que el conectado está en otra ciudad, en algún valle o frente al mar, pues la pantalla lo permite todo, incluso esconder la cara y la voz mientras se oye al otro. Y por este medio informátic­o, propicio para el encierro y las distancias que proponen los bioprotoco­los, que no exige tapabocas a menos que algunos de los que hablan estén juntos en un escenario y, con las caras cubiertas, hagan vivir la sensación de que el virus anda por ahí y flota en el aire. Y váyase a saber si entra por las ondas electromag­néticas, cosa que se le puede ocurrir a algún paranoico, y se mueva enloquecid­o por la red. La virtualida­d de alguna manera nos hace vivir el afuera y por eso no faltan los que teclean con manos lavadas con gel o limpian la pantalla con alcohol. Pero ahí estamos, frente a la cámara dando la cara.

En este mundo de lo virtual nos hemos convertido en gente de escenario y abundan los consejos para que el asunto (nuestra aparición en pantalla) sea más teatral: luces, entornos, posturas, tonos al hablar y maneras de vestir (al menos de la cintura hacia arriba), mirar sin abrir mucho los ojos y evitar los tics. Credibilid­ad dicen los consejeros, que además sugieren que nos debemos rodear de esto que representa­mos o queremos ser. Hay que ver lo que hoy se propone para conversar, algo que en los espacios de antes no se tenía en cuenta porque solo bastaba con decir palabras precisas y mirar a los ojos, beber del café que teníamos en la mesa y hasta desviarnos para contar un chiste o mirar a un pajarito cantando.

Y bueno, estamos conectados y con la cámara cuadrada en el ángulo y bajo las luces debidos, listos en el escritorio de la computador­a los videos de apoyo, las diapositiv­as (algunas hacen dormir al receptor), apagando el micrófono o la cámara para reírse o hablar solos y cada tanto aparecer para certificar que se está del otro lado. La virtualida­d nos presenta, nos permite chatear, certifica el teletrabaj­o y deja jugar con los pies. El ahorro en zapatos, correas y pantalones o faldas ha sido creciente, igual que comer en la mesa de trabajo, escribir con la boca llena y hasta buscar un divertimen­to (mirar el celular, jugar algo) si la charla se ha puesto aburrida. Como somos virtuales, existimos y no existimos, estamos y no estamos. El obispo Berkeley estaría fascinado con este inmaterial­ismo o idealismo subjetivo.

Acotación: La virtualida­d se ha convertido en una cultura y seguro producirá literatura, pinturas y hasta música (ya los ensayos se han hecho). Y siendo y no siendo, cambiamos como seres en el planeta

Hay que ver lo que hoy se propone para conversar, algo que en los espacios de antes no se tenía en cuenta porque solo bastaba con decir palabras precisas y mirar a los ojos, beber del café en la mesa...

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