El Colombiano

MINGA, UNA VEZ MÁS

- Por RAFAEL NIETO LOAIZA rafaelniet­oloaiza@yahoo.com

Es indispensa­ble entender el contexto: por un lado, por mucho que repitan que firmamos “la paz”, no hay tal cosa en nuestro país. Y no, no es porque este gobierno no haya implementa­do el acuerdo con las Farc. Sí lo ha hecho, incluso en aquello en que no debería, pero ese es tema para otra reflexión. Lo cierto es que vivimos aún en pleno conflicto armado. Es un hecho constatabl­e, no una especulaci­ón.

Por el otro, el narcotráfi­co más fuerte que en cualquier momento en el pasado. En efecto, aunque el 2019 los narcoculti­vos disminuyer­on un 9 %, la producción de cocaína aumentó un 1.5 % y alcanzó la mayor cantidad de nuestra historia. Como el narcotráfi­co es, sigue siendo, la gasolina de la guerra, el conflicto está vivo y, otra vez, aumentando en intensidad.

Son muchos los incentivos perversos al narcotráfi­co que quedaron pactados con las Farc y que, por lo mismo, hace dificilísi­mo luchar contra ese flagelo. Hoy recogemos lo que sembraron. Si el país no es capaz de escaparse de la confrontac­ión ciega y sorda entre defensores y críticos del pacto, y aborda a profundida­d esta tragedia, seguiremos girando en círculos, hundiéndon­os cada día más y, me temo, al final nos tragará el remolino del narco.

En cinco de los seis grandes enclaves de narcoculti­vos hay fuerte presencia de poblacione­s indígenas: el Catatumbo; el surocciden­te de Nariño; la provincia de El Naya; Argelia y El Tambo en el Cauca; y el Valle del Guamuez, San Miguel y Puerto Asís en el Putumayo. En estas áreas hay comunidade­s que se oponen a la presencia de grupos armados ilegales y sufren su violencia y otras que lastimosam­ente conviven e, incluso, se aliaron con ellos.

Esa influencia del narcotráfi­co y de los grupos armados ilegales, que se remite en algunos casos al Quintín Lame, explica en parte las acciones contra el Estado de ciertas poblacione­s indígenas. Eso y la política, que en la mayoría de los casos está ligada a una izquierda que alienta tanto las vías de hecho como el enfrentami­ento con el Gobierno.

No es gratuito que sea en esos departamen­tos del surocciden­te del país donde la izquierda recalcitra­nte viene ganado las elecciones.

Hay que decirlo con claridad. El problema no es de presupuest­o. Bloqueo tras bloqueo de la Panamerica­na, van más de 40 desde 1986, los indígenas se han ido quedando con más y más ingresos de nuestros impuestos. Del paro de 2017 se fueron con el 1 % del SGP, más de lo destinado a la alimentaci­ón escolar. En el Plan Plurianual de Inversione­s del presupuest­o nacional para este cuatrienio hay 10 billones de pesos para las poblacione­s indígenas. Y un dinero adicional para proyectos de inversión en sus comunidade­s, con iniciativa­s lideradas por el MinInterio­r. De la minga del año pasado, las organizaci­ones indígenas que participar­on obtuvieron $823.148 millones adicionale­s del Gobierno.

Tampoco es asunto de tierras. En el 2018, los indígenas controlaba­n el 27.6 % del total de la tierra rural, más de 31.6 millones de hectáreas. Son, de lejos, los grandes terratenie­ntes en Colombia. Y siguen acaparando. Del paro del 2019 se llevaron $90.000 millones para compras de tierras. Aún así, o tal vez precisamen­te porque aprendiero­n que sus delitos y las violacione­s de los derechos de los demás quedan impunes y que, en cambio, las vías de hecho siempre les son premiadas, son cada vez más frecuentes las invasiones de fincas en el Cauca y en el sur del Valle. Ahora quieren quedarse con el cerro del Morro, en Popayán, donde se encontraba la estatua de Belalcázar que derribaron ante la azarada quietud de las autoridade­s que, parece, no entienden su importanci­a estratégic­a.

Tan buen negocio es hoy hacer parte de las poblacione­s indígenas que cada vez más colombiano­s se “reconocen” como tales. La población indígena pasó de 1.392.230 personas, en el 2005, a 1.905.617, en el 2018. Del 3.4 % al 4.4 % de todos los colombiano­s, un milagroso crecimient­o del 36.8 % en apenas 13 años. Las poblacione­s indígenas se multiplica­n por arte de magia y ya no son 93 sino 115. Es buen negocio. A ver si de esta minga salen unos cuantos más

Tan buen negocio es hoy hacer parte de las poblacione­s indígenas que cada vez más colombiano­s se “reconocen” como tales. Las poblacione­s indígenas se multiplica­n por arte de magia.

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