LOS JÓVENES Y LA FIGURA DE ÁLVARO GÓMEZ HURTADO
Para una de las materias del pénsum de mi carrera, uno de los profesores dedicó todo un módulo a “Historia de las ideas políticas en Colombia”. Bastante jartera nos dio a todos, pues la idea de ponernos a leer textos de políticos que juzgábamos caducos y responsables de lo que hoy es este país, no nos entusiasmaba. Y tampoco escuchar los audios de sonido lluvioso y con discursos veintejulieros en el Congreso.
El ambiente de jartera general empezó a cambiar cuando escuchamos y leímos el discurso del entonces presidente electo Alberto Lleras Camargo, en el Teatro Patria, de Bogotá, ante los militares y demás miembros de las Fuerzas Armadas. Si escucharlo fue un verdadero deleite, por su poderosa voz y su don de mando, leerlo fue una revelación, por la claridad de sus postulados y la vigencia de todas sus ideas.
Pero donde muchos empezamos a quedar realmente impresionados fue al revisar videos y textos de Álvaro Gómez Hurtado, entrevistas y discursos. En mi caso particular, nací el año siguiente de su asesinato y cuando ya estaba “pelao” en mi casa oía referencias aisladas a los políticos y siempre en plan peyorativo.
Con un grupo más bien reducido de compañeros ampliamos por nuestra parte el estudio de la figura de Gómez Hurtado y nos impresionó la cultura humanística y la talla de estadista, la capacidad de análisis que tenía del país y de sus problemas y la amplitud de su mirada sobre los temas nacionales. Cada aniversario, yo leía las reseñas y estaba convencido de que lo había matado la mafia en alianza con políticos corruptos.
Ahora las Farc confiesan que lo asesinaron ellos, porque lo consideraban “un enemigo de clase”. Pero lo peor es que el asesino confeso es senador de la República y que varios de sus colegas del Senado le dijeron “valiente” mientras le daban palmadas en la espalda por el trago amargo que pasa al tener que reconocer que es un criminal. A eso se añaden las campañas para acallar la responsabilidad de sus otros cabecillas en aras de proteger los acuerdos de paz, ¡qué tal!