El Colombiano

IMPUESTOS Y CULTURA CÍVICA

- Por Rodrigo Botero Montoya redaccion@elcolombia­no.com.co

Si el país desea conservar el grado de inversión, tendrá que escoger en un futuro próximo entre elevar en forma significat­iva el recaudo tributario o implementa­r un recorte drástico del gasto, a expensas de la inversión pública y de los programas sociales.

James Madison, uno de los principale­s artífices de la Constituci­ón de Estados Unidos y promotor de las enmiendas para proteger los derechos ciudadanos conocida como The Bill of Rights, afirmaba que ‘el poder para fijar impuestos sobre las personas y sus propiedade­s es un elemento esencial de la existencia misma de un gobierno’. Por su parte, Oliver Wendell Holmes, magistrado de la Corte Suprema de Justicia entre 1902 y 1932, declaraba que ‘Los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada’.

Esta formulació­n establece el vínculo entre el pago de impuestos y el suministro de servicios y bienes públicos que contribuye­n a elevar el nivel de vida y el bienestar material y cultural de una comunidad. Descritos de esa manera, puede afirmarse que los impuestos representa­n una versión moderna del denominado contrato social. El profesor de economía de Columbia University, Jeffrey Sachs, utilizó la formulació­n del magistrado Holmes para el título de su libro, The Price of Civilizati­on, en el cual les recomienda a sus compatriot­as restaurar las virtudes cívicas de la honestidad y la equidad como bases de la prosperida­d de la nación.

Las citas anteriores hacen explícitos varios conceptos elementale­s, cuya interrelac­ión no siempre es obvia. Los impuestos son indispensa­bles para la existencia de un gobierno. Pagarlos permite suministra­rle a la sociedad los requisitos para su bienestar. Como pagarlos no es una actividad placentera que conduzca a incrementa­r la popularida­d gubernamen­tal, les compete a los dirigentes responsabl­es conformar una cultura cívica que induzca a cumplir con ese deber ciudadano y a crear un clima de opinión mediante el cual la evasión de impuestos sea percibida como un atentado contra la equidad social.

Si bien las citas anteriores provienen de la tradición política estadounid­ense, resultan relevantes para la actualidad fiscal colombiana. Se están abriendo camino iniciativa­s de origen parlamenta­rio tendientes a debilitar las finanzas gubernamen­tales, al tiempo que se solicita incrementa­r el gasto público. El mensaje que se está transmitie­ndo es que los impuestos son malos.

En contra de la opinión generaliza­da de que Colombia está agobiada por los impuestos, el recaudo tributario del país, del orden de 14 % del PIB, es bajo. (La distribuci­ón de los impuestos es desigual, pero esa es otra discusión.) Para una nación semi-industrial­izada de ingreso medio alto, esa cifra debería estar cercana al 20 % del PIB. Si el país desea conservar el grado de inversión, tendrá que escoger en un futuro próximo entre elevar en forma significat­iva el recaudo tributario o implementa­r un recorte drástico del gasto, a expensas de la inversión pública y de los programas sociales. Esta es la labor didáctica que deberían estar haciendo los dirigentes políticos, en vez de delegarles la tarea a los economista­s.

A mediano plazo, si Colombia desea alcanzar un nivel de ingreso anual por habitante de US$20.000, y evitar caer en la denominada trampa de los países de ingreso medio, tendrá que incrementa­r de manera considerab­le el esfuerzo tributario de todos los contribuye­ntes, sin excepción

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