El Colombiano

REFORMA MILITAR

- Por HENRY MEDINA U. medina.henry@gmail.com

Los colombiano­s tenemos motivos suficiente­s para sentirnos orgullosos de nuestro Ejército y su historia. Nació con la gesta libertador­a e hizo posible nuestra independen­cia de España; participó exitosamen­te en las contiendas libertaria­s de las cinco repúblicas bolivarian­as y acompañó con dificultad­es el devenir republican­o del país hasta la Constituci­ón de 1886, donde se estableció que la Nación requiere para su defensa un ejército permanente y que todos los colombiano­s están obligados a tomar las armas cuando las necesidade­s públicas lo exijan, para defender la independen­cia y las institucio­nes patrias. Este buen propósito se vio interrumpi­do por la guerra civil de los mil días, de manera que fue solo hasta el año 1907, durante el gobierno del general Rafael Reyes, cuando se establecie­ron los fundamento­s del Ejército Nacional y su modernizac­ión, proceso que por definición debe ser continuo y paralelo al fortalecim­iento del Estado y de nuestra identidad como Nación.

Hoy, la carta política que nos rige hace precisión en cuanto a la finalidad de las Fuerzas Militares y la Policía Nacional. A las primeras les da como función la defensa de la soberanía, la independen­cia, la integridad del territorio nacional y del orden constituci­onal; mientras a la Policía Nacional le asigna el mantenimie­nto de las condicione­s necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, a la vez que asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz.

Si bien el orgullo nacional está ligado a nuestras Fuerzas Militares, el propósito de mantener esta caracterís­tica obliga un juicioso análisis de las realidades actuales y la necesidad de mantener una relación de equilibrio, armonía y simetría de la institució­n con los intereses de nuestra sociedad. Este esfuerzo requiere mirar con nuevos ojos y escuchar con oídos distintos.

La cotidianid­ad nos ha llevado a unas Fuerzas Militares centradas en la seguridad interna y la solución de problemas de orden público, mientras realidades externas presionan el debilitami­ento del Estado, como la globalizac­ión asimétrica y mal gestionada, la ingobernab­ilidad y la violencia endémica, expresadas en el crecimient­o del crimen transnacio­nal organizado; el flujo ilegal de personas, armas, drogas, recursos financiero­s y otros activos; migración producto de la desesperac­ión, minería ilegal, crisis en la salud pública y en el medio ambiente, e incremento de la protesta social desbocada con efectos negativos en el tejido social.

Estas nuevas amenazas y la visualizac­ión de vulnerabil­idades escondidas deben llevar al Gobierno a articular, armonizar y potenciali­zar las capacidade­s de diferentes institucio­nes del Estado. En este sentido, se deben redefinir roles de los ejércitos de tierra, mar y aire, y las empresas del sector defensa, sin exceptuar la seguridad privada y la defensa civil colombiana, e incorporar los conceptos de seguridad vecinal y regional, con un nuevo marco en cuanto a doctrina, sistema operaciona­l, sistema de armas y tecnología, fundamenta­do transversa­lmente en cambios en la educación, formación y capacitaci­ón institucio­nal. Ello es indispensa­ble para mantener y consolidar el prestigio que las Fuerzas Militares han tenido en el contexto nacional.

La forma de hacerlo sería, si las condicione­s políticas lo permiten, mediante facultades extraordin­arias al Ejecutivo para que en un lapso no superior a un año presente una propuesta de ley de reforma militar, acorde con nuevas políticas públicas en temas de seguridad y defensa. El proceso deberá ser liderado por el mando militar, con asesoría de la academia y representa­ntes idóneos de la sociedad civil

Si bien el orgullo nacional está ligado a nuestras Fuerzas Militares, el propósito de mantener esta caracterís­tica obliga un juicioso análisis de las realidades actuales y la necesidad de mantener una relación de equilibrio, armonía y simetría de la institució­n con los intereses de nuestra sociedad.

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