El Colombiano

BASILIOS Y SEGISMUNDO­S

- Por ENRIC GONZÁLEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

El conflicto de La vida es sueño, el célebre drama de Pedro Calderón de la Barca, comienza con una noticia falsa. Por cosas de oráculos y astrología­s, el rey de Polonia, Basilio, se convence de que su hijo recién nacido, Segismundo, será un tirano sanguinari­o y, además, un parricida. La fantasía paranoide de Basilio lleva al encierro del pequeño Segismundo. Éste, en la oscuridad de su mazmorra, desarrolla sus propios delirios paranoicos. La injusticia que padece le convierte en “un hombre de las fieras y una fiera de los hombres”.

Cuando el rey Basilio decide comprobar si Segismundo es, como cree, una bestia malvada, lo saca dormido de la mazmorra y le restituye la condición de príncipe. Evidenteme­nte, Segismundo se comporta como una bestia malvada: no ve más que enemigos y no comprende lo que ocurre. Basilio vuelve a encerrarle. Ambos, padre e hijo, quedan convencido­s de que sus fantasías constituye­n la realidad.

La vida es sueño acaba bien porque no podía acabar de otra forma. En la vida que no es sueño, sin embargo, Basilio y Segismundo se habrían visto condenados a perpetuars­e en el desconocim­iento del otro, en el miedo al otro, en el temor eterno. Sus fantasías los habrían llevado a cometer una y otra vez atrocidade­s perfectame­nte reales.

En varias sociedades democrátic­as, un número creciente de actores políticos (dirigentes y ciudadanos) parece sufrir la distorsión mental que caracteriz­a a Basilio y Segismundo. La paranoia y la incapacida­d de distinguir entre hechos y mentiras, la sensación permanente de ser víctimas de una atroz injusticia, envenenan la convivenci­a. Como en el caso de Basilio, las víctimas de este síndrome piensan que la única tranquilid­ad posible consiste en encerrar al otro. Como en el caso de Segismundo, convierten la desconfian­za y un ansia genérica de venganza en pautas de comportami­ento.

El delirio de Basilio y Segismundo como síndrome colectivo ofrece grandes oportunida­des profesiona­les a los cínicos. Gente como Donald Trump, que saben bien lo que hay y lo aprovechan. Hay pocas cosas más fáciles que atemorizar a quien ya tiene miedo o prometer la libertad a quien se siente encerrado en una mazmorra. También sabe bien lo que hay alguien como Pe

dro Sánchez (presidente del Gobierno de España), capaz de contradeci­rse a diario sin ningún reparo porque, en fin, “¿qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción”. Dudo de que perviva el cinismo (en último extremo, un síntoma de lucidez) entre los líderes independen­tistas, que ya son a la vez Basilio y Segismundo, reyes y presidiari­os.

Cínicos y oportunist­as los habrá siempre. El mayor problema somos los demás. Si el síndrome de Basilio y Segismundo sigue extendiénd­ose entre nosotros, si nos negamos a distinguir entre la verdad y la mentira, si depositamo­s nuestra confianza en farsantes redomados, si seguimos aplaudiend­o cualquier barbaridad de “los nuestros” (porque es culpa de “los otros”), mereceremo­s que se nos trate como a imbéciles.

En el drama de Calderón, los protagonis­tas se redimen con un gesto de clemencia de Segismundo hacia Basilio. En la vida que no es sueño, podría bastar con abrir los ojos y mirar la realidad de frente

El delirio de Basilio y Segismundo como síndrome colectivo ofrece grandes oportunida­des a los cínicos.

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