El método para revivir los suelos enfermos del Bajo Cauca.
Entre las estrategias para este ecosistema que agoniza, está la siembra de 11 millones de árboles.
Si el Bajo Cauca antioqueño fuera un cuerpo humano, su piel estaría repleta de llagas; sus arterias, plagadas de colesterol; los pulmones, atrofiados por el tabaquismo; y en el cerebro, habría un tumor amenazante, creciendo año tras año.
Son tales los daños infringidos a la naturaleza en este territorio, que su ecosistema pareciera respirar con tanque de oxígeno, mientras el narcotráfico, la deforestación y la minería descontrolada recorren sus órganos como un virus que se resiste a la vacuna.
Un informe de Corantioquia, en respuesta a una solicitud de EL COLOMBIANO, precisa que más del 50% de los ecosistemas de la subregión “presentan algún grado de transformación” por culpa del hombre y sus negocios.
Para ser más precisos con el diagnóstico a este paciente, los seis municipios del Bajo Cauca tienen 205.884 hectáreas (ha.) afectadas (de un total de 848.000), “de las cuales 132.801 corresponden a procesos erosivos clasificados como degradación baja por actividad pecuaria”; y de estas, 13.215 obedecen específicamente a “coberturas de minería y suelos degradados”, de acuerdo con la entidad.
La Secretaría del Medio Ambiente tiene un reporte más reducido, de 72.000 ha. degradadas, aunque sigue siendo igual de preocupante.
“La destrucción de suelos en las terrazas y llanuras aluviales de los ríos Cauca y Nechí, así como de sus innumerables tributarios, tienen como agente de degradación principal la actividad minera”, indicó Corantioquia.
La búsqueda de oro, que en muchos sectores se practica sin licencias reglamentarias, no es la única causa de la degeneración de la tierra.
Los laboratorios de coca vierten químicos contaminantes, como urea, ácido sulfúrico y permanganato de potasio, que alteran la composición del suelo y el agua. Para producir un solo kilo de clorhidrato de cocaína, se utilizan 37.35 kilos de precursores; esto implica que los 36.35 kilos de químicos sobrantes son vertidos a la tierra, el agua o van a la atmósfera evaporados.
A eso se suman los cultivos ilícitos, que destruyen el bosque nativo para implantar las matas de coca. Para sembrar una mera hectárea, los cocaleros talan 1.4 ha. de selva; la Policía calcula que en la subregión hay 9.482 ha. de coca.
En cuanto a los niveles de contaminación, a juicio de la autoridad ambiental, el peor es aquel en el que “hay ausencia total en el suelo de un horizonte orgánico, el cual es arrastrado al agua como consecuencia del lavado de las rocas en busca del mineral, quedando expuestas grandes áreas de arenas, gravas o la roca de origen meteorizada”.
También hay un tipo degradación que aparenta ser leve, casi invisible y también de cuidado, como una enfermedad silenciosa. Es aquel en el que la tierra está cubierta por una capa vegetal, en sitios donde la extracción de minerales fue abandonada: a simple vista pareciera que el suelo se recuperó, mas por debajo el espesor de la grama es escaso y las raíces están podridas.
El tratamiento
Después de esta colección de traumas, ¿qué harán las autoridades para recuperar la salud del territorio convaleciente? El secretario del Medio Ambiente de Antioquia, Carlos
Uribe, expresó que “la declaratoria de la Emergencia Climática (en febrero de 2020) abre un escenario favorable para hacer visible la problemática y definir las acciones que debemos enfrentar”.
La primera vacuna que se administrará en todo el departamento se llama Antioquia
Reverdece y está contemplada en el Plan de Desarrollo (202023), cuyo propósito es sembrar 25 millones de árboles en el cuatrienio, recuperar 22.000 ha. y absorber 26.000 toneladas de dióxido de carbono anuales. Se presume que generará 33.000 empleos y tendrá un costo de $151.000 millones.
“Tenemos el reto de sembrar 25 millones de árboles. Lo esencial es dejar un saldo pedagógico, la reforestación debe ser un vehículo para generar desarrollo”.
CARLOS IGNACIO URIBE
Secretario del Medio Ambiente Antioquia