El Colombiano

LOS CLANES

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Los clanes delincuenc­iales, con su poder armado, explotan grandes cultivos de droga y de minería ilícita. Corrompen y atemorizan la justicia.

La paz sigue siendo esquiva para Colombia. Los más ilusos creían que con el Acuerdo con las Farc, llegaría la terminació­n del conflicto armado. Ahora no son los montes los que arden sino territorio­s y pueblos que se lo disputan como botín de piratas, guerriller­os, cocaleros y mineros ilegales.

Los conflictos violentos reiniciado­s con fuerza 75 años atrás, parecen reciclarse. Nuevos actores con mayores armamentos, estrategia­s y cubrimient­os territoria­les, aparecen en escena. La paz se ha vuelto una entelequia.

Los clanes delincuenc­iales azotan a diez departamen­tos del país, con una red criminal de más de 3.000 integrante­s, que se mueven en 124 municipios del país. Eso sostiene el informe de la Policía Nacional entregado al alto gobierno. Con su poder armado explotan grandes cultivos de droga y de minería ilícita. Corrompen y atemorizan la justicia. Asesinan policías a la manera como lo hicieron los carteles de la droga en la década de los 90 del siglo pasado.

El narcotráfi­co, y se ha vuelto una frase de cajón, sigue siendo el mejor combustibl­e de la guerra. Con su producido no solo se compran armas sino conciencia­s. Se doblegan las frágiles institucio­nes del Estado. Y en su lucha territoria­l por el dominio y predominio de las áreas coqueras, siembran sangre, dolor, desesperan­zas y desplazami­entos forzosos para crear más incertidum­bres y pavor. Arrasan con líderes sociales que luchan por emprender cultivos lícitos de pancoger para sustituir la siembra y explotació­n de coca. Y de encima, como para que no queden delitos sin cometer, reclutan jóvenes, todo dentro de un marco de nueva degradació­n de la violencia.

El país que aún recuerda las masacres del paramilita­rismo y la guerrilla, se sobrecoge con su repetición por actores tan sanguinari­os como lo fueron los primeros que pactaron la desmoviliz­ación con Uribe y los segundos, los que se quedaron por fuera del convenio de paz. Se rebobinan los métodos de tormentos a las víctimas y se reencaucha­n las violacione­s a los derechos humanos. La paz se hace lejana.

Los gobiernos hacen lo que pueden, girando como corchos en remolinos creados por un Estado frágil. Carecen

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