El Colombiano

EL ODIO DE TODOS LOS DÍAS

- Por ENRIQUE VILA-MATAS redaccion@elcolombia­no.com.co

Iñaki Uriarte comentó en sus Diarios que, cuando escribía una reseña negativa, se sentía en la obligación, por una extraña coherencia interna con él mismo, de cogerle ojeriza al criticado. A veces, leo estas palabras como una sátira de la forma habitual de operar de ciertos críticos. En otras me hace pensar en Enrique Lihn, que suponía que el odio que algunas personas manifestab­an hacia él se explicaba por haberlas visto durante 30 años sin haberlas saludado jamás. No está mal pensado, aunque la verdad es que el odio de los otros tiene tantos recodos y misterios que cualquier interpreta­ción que hagamos del mismo puede llegar a parecernos verosímil.

Roberto Merino, cronista chileno que fue quien dejó constancia de las palabras de Lihn, recordaba con simpatía al poeta argentino Godofredo

Iommi por una causa aparenteme­nte banal: porque en el invierno de 1980 (en esos días Merino tenía 18 años y no le conocía nadie) le saludó con entusiasmo al cruzarse con él en una calle de Valparaíso.

Merino nunca pudo superar cierta antipatía hacia Jorge

Tellier porque este en 1979 fue muy maleducado con él en una calle de Santiago de Chile cuando les presentaro­n. Algo también por el estilo me ha sucedido con escritores con los que en mi primer tropiezo con ellos, me ha tocado vivir un evidente desencuent­ro. Y es curioso comprobar cómo esas experienci­as, casi todas del pasado, inciden todavía hoy en mi apreciació­n de lo que, a través del tiempo, voy leyendo de ellos, lo que me lleva a suponer que de un modo parecido, con gesto recíproco, operan muchos críticos a la hora de acercarse a los libros de autores de los que sólo recuerdan un gesto frío en el pasado. En estos casos, los prejuicios y la ojeriza previa se imponen desde primera hora a la lectura objetiva de lo que estos escriben.

Por supuesto, hay otros mundos y otros odios. A la pregunta de por qué creía que eran tan detestados los judíos, George Steiner contestó: “Porque su identidad étnica e histórica perdura desde hace cinco mil años. El misterio de esa superviven­cia es lo que despierta el odio en el no judío, un cierto sentido de lo abominable, y más con todo eso de que el judío ha firmado un pacto con la vida”.

Steiner dio con una respuesta de notable espectro metafísico que explica con valentía lo que puede que habite en el fondo mismo de la manifestac­ión de nuestro odio más supremo: la superviven­cia de los otros. Hago una pausa y quedo pensativo. ¿Y no es la superviven­cia de un escritor lo que tanto se les atraganta a sus enemigos, a sus odiosos odiadores?

¿Cuánto odio guardan los críticos porque hace años no los saludaron bien?

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