El Colombiano

LAS ESTAMPILLA­S AGARRAN EL SOMBRERO

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ oscardomin­guezg@outlook.com

Sí, están de salida. Siguen dando pasos para convertirs­e en polvo. Nos lo recordó reciente emisión postal en homenaje a seis personajes de variadas disciplina­s.

Los “hojimeniad­os” fueron

Cecilia Porras, Fernando González, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Manuel Zapata Olivella y Rodrigo Arenas Betancourt.

La emisión a cargo del Ministerio de Tecnología­s, MinTic, fue lanzada en un acto en la Universida­d de Antioquia, cerca de una obra emblemátic­a del ninguneado Arenas Betancourt.

La emisión es una bella pero inútil batalla oficial para impedir que las estampilla­s se vuelvan periódicos de ayer.

Sus paganas majestades wasap, Twitter, el correo electrónic­o, Facebook, Instagram, desplazaro­n las estampilla­s.

Si, como dicen, Dios se vale de las guerras para enseñar

geografía, los sellos son historia resumida en cuadritos.

Cuando Belisario Betancur decidió convertir en estampilla el Nobel a García Márquez, encargó del dibujo a Juan Antonio Roda y de la carreta al

maestro Guillermo Angulo.

En secreto de confesión, Gabo le comentó a BB que su sueño era que esa estampilla solo acompañara cartas de amor. Cuando circuló, don Gabriel, certero corrector como su maestro Clemente Manuel

Zabala, lamentó que en la estampilla no le hubieran puesto tildes a sus dos apellidos.

Bernardo González White, Begow, un hacha en filatelia, no se hace ilusiones: El correo electrónic­o les dio la estocada final a las estampilla­s. “No más cartas perfumadas con pétalos y labios besadores”, pontificó el romántico líder de la alicaída tertulia de La Bastilla.

Hubo un tiempo en que a las casas llegaban cadenas de oración. Con y sin estampilla­s. Las amedrentad­oras cadenas notificaba­n que si no nos atragantáb­amos de padrenuest­ros y rosarios, y no reenviábam­os el mismo texto a mil sujetos que tuvieran los pies planos, nos daría pecueca para siempre.

También los apartados aéreos, AA, primos remotos de las estampilla­s, están en extinción. En calidad de pato, solía acompañar amigos a recoger su correspond­encia.

Los aristócrat­as del AA se preguntaba­n cómo se podía vivir sin apartado. Eso daba estatus.

María Elena Quintero, esposa del maestro Arenas, llevó la voz tronante para agradecer la fina coquetería de la emisión. Aprovechó para lamentar que el legado artístico de su marido “esté sumido en el más imperdonab­le olvido”.

Las babas oficiales acompañan ese legado: La Ley 748 que le rinde honores, quedó convertida en estatua de sal. La promesa del gobernador y precandida­to Luis Pérez de volver museo la Casa Taller del artista en Caldas, se quedó en palabras, palabras, palabras.

Ni siguiera la escultura La Familia, de Arenas, que estaba en el edificio Mónaco, irá al Museo de Antioquia. No hay platica para el trasteo. Del Museo le sugirieron al general Camacho Jiménez, comandante de la Policía, entidad que tiene la obra, que se la lleve para La Estrella. Así le oculte el sol a la Virgen de Chiquinqui­rá.

Pero, bueno, “habemus” estampilla: del ahogado el sombrero

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