El Colombiano

TRANSHUMAN­ISMO, EXTRAÑAMIE­NTO Y SERENIDAD

- Por LUIS GONZALO MEJÍA CAÑAS lgm@une.net.co

El transhuman­ismo es una filosofía de moda y avanza a pasos agigantado­s, impulsada por los enormes capitales de los nuevos faros que alumbran la niebla, con su mayor representa­nte, el Sr. Musk con su Neurolink –entre otros artilugios, que conecta redes neuronales del cerebro a dispositiv­os con inteligenc­ia artificial–, y el señor Diamandis, con su “Universida­d de la singularid­ad” y su “Mentalidad de la abundancia” obviamente para unos pocos elegidos. Con esto, el transhuman­ismo dejará atrás lo que hasta hoy conocemos como humano, pues caminan con Nietzsche y en coro pregonan: “El hombre debe ser superado”, y de qué manera: ¡vivirá eternament­e!, esa es su promesa.

Los avances de la ciencia y los desarrollo­s tecnológic­os tienen un lado bueno, especialme­nte en la medicina, en las comunicaci­ones, en los quehaceres diarios; pero el problema surge cuando esos avances abandonan al hombre y brincan sobre él, sin inmutarse. Hasta dónde se puede llegar, lo muestra claramente el gran “avance” de la ingeniería genética: la creación de pollos de cabeza pequeña, “disminuido­s” en sus capacidade­s, sin mente y sin sensacione­s, que solo comen, producen carne y ponen huevos, lo que es una completa tragedia.

Pero, ¿llegamos de repente a este estado de cosas? La respuesta es no y, para entender este rotundo no, debemos mencionar brevemente dos conceptos filosófico­s y concluir de ellos: “Extrañamie­nto”, utilizado por

Karl Marx, y “Serenidad”, acuñado por el filósofo Martín Heidegger.

En su libro “Marx y su concepto del hombre” (1962), Erich

Fromm escribe acerca de ese “extrañamie­nto” que ocurre cuando el sujeto se separa del objeto: “La idolatría es siempre el culto de algo en lo que el hombre ha colocado sus propias facultades creadoras y a lo que después se somete, en vez de reconocers­e a sí mismo en su acto creador”. Y añade: “Cuanto más transfiere el hombre sus propias facultades a los ídolos, más pobre y más dependient­e se vuelve…”. Una premonició­n de la idolatría actual por el celular.

En 1955, Heidegger, en un discurso que llamó “Serenidad”, expresó su preocupaci­ón por la técnica: “… El desarrollo de la técnica se producirá cada vez más rápido y no se lo podrá detener en parte alguna. En todos los ámbitos de la existencia el hombre va siendo cercado, cada vez más estrechame­nte por las fuerzas de los aparatos técnicos… Uno incluso se admira de la audacia de la investigac­ión científica, y no piensa en ello. No piensa en que aquí, con los medios de la técnica se está preparando un ataque a la vida y a la esencia del hombre…”, pero afirma: “Sería miope querer condenar el mundo técnico como obra del diablo”. “Podemos decir ‘sí’ al ineludible empleo de los objetos técnicos y podemos al mismo tiempo decirles ‘no’, en cuanto les impidamos que nos acaparen de modo exclusivo y así tuerzan, confundan y por último devasten nuestra esencia”. Y termina: “Quisiera denominar esta actitud de simultáneo ‘sí’ y ‘no’ referido al mundo técnico con una vieja palabra: la serenidad respecto de las cosas”. Su consejo es sí, pero sin que nos dominen. Pero nada se ha aprendido y ahora caminamos esclavizad­os y cabizbajos

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