LA ALEGRÍA DE VOLVER
La escuela es el núcleo central de la educación, donde se aprende fundamentalmente a ser persona con valores, con principios y con objetivos. Además de números y letras, teorías evolutivas, grupos de animales y de plantas, propiedades matemáticas, ubicaciones geográficas, personajes y fechas importantes en la historia y reglas de ortografía. Una ensalada de frutas donde, además, los niños comparten, juegan, gritan, corren, son libres, se miran en los ojos del otro, estrenan sentimientos, socializan, descubren diferencias, se saben parte de un grupo, cuentan su historia, que a veces es un drama, y tejen sus primeros lazos, algunos para siempre.
La alternancia educativa llegó para que los niños pudieran sentir la alegría de volver a clases, como lo evidencian dos maestras muy de mis afectos, cada una dando lo mejor de sí a sus pequeños alumnos. Con modelos de funcionamiento y en contextos distintos, las dos coinciden y enfatizan en la buena actitud de los niños, en su capacidad de adaptarse y en la responsabilidad con la que han asumido su regreso al salón después de un año laaaaargo, como de cinco aes, que nos hizo volver a mirar hacia la escuela y confirmar que la presencia del maestro y de los compañeros ayuda al niño en su desarrollo del ser, del saber y del hacer.
Los niños han aprendido a cuidarse entre ellos: se llaman la atención cuando alguno se baja el tapabocas, se lavan las manos y usan el antibacterial por iniciativa propia cuando lo consideran necesario. Asumieron con madurez que de ellos depende que puedan volver, aunque los juegos de contacto en los bulliciosos patios de recreo estén desterrados por ahora.
Cuando la alternancia es virtual y presencial, que no siempre es posible, un grupo de alumnos va a la escuela tres días a la semana, mientras los otros reciben la misma clase conectados durante siete horas desde sus casas. Para ellos es un tormento, al punto de que la profe tiene en el horario unos minutos destinados a consolar al niño que rompe en llanto porque quiere estar en el salón y no puede. Aunque se rotan semanalmente, todos quisieran estar allí.
A los que están en casa se les dificulta concentrarse: se cae la señal, se daña la imagen, el volumen sufre cambios extremos, el micrófono reproduce la voz gangosa, alguien martilla, el perro ladra, se oye una serenata a pleno día… Como si fuera poco, no falta la mamá que entra, como una alumna más, y pide repeticiones, explicaciones, llegando al extremo de regañar a la profe, lo que desmorona su ánimo y evidencia una absoluta falta de respeto por su trabajo, que ya es difícil en tiempos normales y ahora más.
La alternancia ha devuelto la sonrisa al rostro de los niños, aunque esté oculta debajo del trapito que nos salva. Llegará el día en que puedan volver a la felicidad de lo simple: los juegos sin restricciones, abrazarse con sus amigos, compartir la lonchera y aprender sin interferencias. No sé si el mango y la papa “mugre” a la salida queden tristemente proscritos para siempre. Espero que no
La alternancia ha devuelto la sonrisa al rostro de los niños, aunque esté oculta debajo del trapito que nos salva. Llegará el día en que puedan volver a la felicidad de lo simple.