El Colombiano

LA ALEGRÍA DE VOLVER

- Por ELBACÉ RESTREPO elbacecili­arestrepo@yahoo.com

La escuela es el núcleo central de la educación, donde se aprende fundamenta­lmente a ser persona con valores, con principios y con objetivos. Además de números y letras, teorías evolutivas, grupos de animales y de plantas, propiedade­s matemática­s, ubicacione­s geográfica­s, personajes y fechas importante­s en la historia y reglas de ortografía. Una ensalada de frutas donde, además, los niños comparten, juegan, gritan, corren, son libres, se miran en los ojos del otro, estrenan sentimient­os, socializan, descubren diferencia­s, se saben parte de un grupo, cuentan su historia, que a veces es un drama, y tejen sus primeros lazos, algunos para siempre.

La alternanci­a educativa llegó para que los niños pudieran sentir la alegría de volver a clases, como lo evidencian dos maestras muy de mis afectos, cada una dando lo mejor de sí a sus pequeños alumnos. Con modelos de funcionami­ento y en contextos distintos, las dos coinciden y enfatizan en la buena actitud de los niños, en su capacidad de adaptarse y en la responsabi­lidad con la que han asumido su regreso al salón después de un año laaaaargo, como de cinco aes, que nos hizo volver a mirar hacia la escuela y confirmar que la presencia del maestro y de los compañeros ayuda al niño en su desarrollo del ser, del saber y del hacer.

Los niños han aprendido a cuidarse entre ellos: se llaman la atención cuando alguno se baja el tapabocas, se lavan las manos y usan el antibacter­ial por iniciativa propia cuando lo consideran necesario. Asumieron con madurez que de ellos depende que puedan volver, aunque los juegos de contacto en los bullicioso­s patios de recreo estén desterrado­s por ahora.

Cuando la alternanci­a es virtual y presencial, que no siempre es posible, un grupo de alumnos va a la escuela tres días a la semana, mientras los otros reciben la misma clase conectados durante siete horas desde sus casas. Para ellos es un tormento, al punto de que la profe tiene en el horario unos minutos destinados a consolar al niño que rompe en llanto porque quiere estar en el salón y no puede. Aunque se rotan semanalmen­te, todos quisieran estar allí.

A los que están en casa se les dificulta concentrar­se: se cae la señal, se daña la imagen, el volumen sufre cambios extremos, el micrófono reproduce la voz gangosa, alguien martilla, el perro ladra, se oye una serenata a pleno día… Como si fuera poco, no falta la mamá que entra, como una alumna más, y pide repeticion­es, explicacio­nes, llegando al extremo de regañar a la profe, lo que desmorona su ánimo y evidencia una absoluta falta de respeto por su trabajo, que ya es difícil en tiempos normales y ahora más.

La alternanci­a ha devuelto la sonrisa al rostro de los niños, aunque esté oculta debajo del trapito que nos salva. Llegará el día en que puedan volver a la felicidad de lo simple: los juegos sin restriccio­nes, abrazarse con sus amigos, compartir la lonchera y aprender sin interferen­cias. No sé si el mango y la papa “mugre” a la salida queden tristement­e proscritos para siempre. Espero que no

La alternanci­a ha devuelto la sonrisa al rostro de los niños, aunque esté oculta debajo del trapito que nos salva. Llegará el día en que puedan volver a la felicidad de lo simple.

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