El Colombiano

LLAMEMOS A LAS COSAS POR SU NOMBRE

- Por JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ G. redaccion@elcolombia­no.com.co

Un eufemismo, según el Diccionari­o de la Real Academia Española, es una “manifestac­ión suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Se busca aludir a los mismos conceptos –bien que estén representa­dos en sustantivo­s, adjetivos o frases– pero se quiere hacerlo con elegancia; que se oiga bien; que la respectiva expresión no sea desagradab­le o vulgar. Pero, desde luego, en sustancia, esos conceptos no sufren por ello cambio alguno. De suerte que, si se trata de un insulto, la palabra suave que sustituye a la fuerte no deja de serlo; sigue siendo un insulto. Muchas veces resulta siendo más degradante y ofensivo.

El eufemismo también se usa en el ámbito político. No son pocos los ejemplos de oradores famosos que, a lo largo de la historia, han usado el eufemismo como parte de sus discursos, en especial los dirigidos contra personas o institucio­nes en concreto, y han adornado sus palabras –y hasta sus gestos– con expresione­s en apariencia agradables, elogiosas o graciosas, de modo que la diatriba o la sátira allí inoculada no mortificar­a al auditorio, aunque en realidad los contenidos de la arenga o proclama fueran duros, hirientes o inclusive calumnioso­s.

Igualmente, en la literatura. Todo eso ha sido aceptado por la sociedad, aunque siempre pensaremos que es mejor la sinceridad, aunque parezca grosería, que la apariencia externa, no siempre leal. Jesús de Nazareth abominaba las elegantes expresione­s de los escribas y fariseos, a quienes –de frente y sin rodeos– calificó como “sepulcros blanqueado­s”.

Empero, no es aceptable el eufemismo cuando se trata del Estado y de la relación entre gobernante­s y gobernados, particular­mente en cuanto a políticas públicas, proyectos, decisiones o normas. Esa debe ser una relación transparen­te y clara, entre otras cosas porque el ciudadano tiene derecho fundamenta­l -art. 20 de la Constituci­ón- a la informació­n veraz e imparcial, que en especial desde el Gobierno se le debe suministra­r. Sin subterfugi­os, ni medios confusos, sin términos o frases que engañan, ocultan o disfrazan, y que, por hacerlo, son desleales.

De un tiempo a esta parte, hace carrera en Colombia el eufemismo, que se traduce en informació­n errónea, engañosa, incompleta, sobre asuntos que son de interés público. Las masacres son “homicidios colectivos”; las ejecucione­s fuera de combate se llaman “falsos positivos”; el secuestro, “simple retención”; las reformas tributaria­s, “Ley de Financiami­ento”, “Ley de Crecimient­o”, “Financiaci­ón de la pandemia” o “Reforma Social Estructura­l”; el desacato a fallos judiciales es apenas “discrepanc­ia”; la compra de votos es “estímulo al elector” y la coima es tan solo “un detallito”.

Eso no está bien. Llamemos a las cosas por su nombre

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