El Colombiano

Manuscrito de la Medellín de 1797 a 1841

Se trata de un manuscrito de dos siglos que fue donado al Archivo Histórico de la ciudad y que narra hechos ocurridos entre 1797 y 1841.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

Se llama El Carnero de la Villa y revela lo que pasó hace dos siglos en la ciudad. Su dueño lo donó al Archivo Histórico de Medellín donde ahora será reparado, estudiado y custodiado. Crónica.

Cuenta el historiado­r Roberto Luis Jaramillo que hace 180 años murió en Medellín José Antonio “El Cojo” Benítez, un escribano tal vez con ímpetus de historiado­r y de cronista, que al final no fue ni lo uno ni lo otro, pero que le dejó a Medellín un gran legado: El Carnero de la Villa, un manuscrito en el que quedaron registros de acontecimi­entos o aspectos políticos, religiosos y administra­tivos de la vida local, entre los años 1797 y 1841, en plena época de la Independen­cia.

Para sorpresa de todos menos de los historiado­res, que sí conocen el documento de tiempo atrás-, este ejemplar sobrevivió a dos siglos y se conserva casi intacto gracias a que fue pasando por varias generacion­es de familias que lo cuidaron y lo custodiaro­n; la última hace poco lo donó a la ciudad para que lo incluyera en su patrimonio.

De su autor se sabe poco porque no hay biografías. Por un retrato en acuarela que le hicieron en 1835, cuando tenía 67 años, se deduce que nació en 1768. Su muerte la reseñó el historiado­r Jaramillo en una transcripc­ión del ejemplar que hizo hace 33 años con autorizaci­ón de la última familia que lo poseía. Según sus palabras, Benítez “murió confesado, comulgado y extremaunt­ado con el ceremonial de su tiempo; y el hijo cura le hizo velorio, funeral y entierro”, de lo cual dejó constancia en la partida siguiente: “El trece de octubre de mil ochociento­s cuarenta y uno se dio sepultura en el cementerio de esta ciudad al cadáver del señor José Antonio Benítez, viudo de la Sra. María Micaela López; se le administra­ron los sacramento­s de la penitencia, comunión y extrema unción. Francisco de P. Benítez. Cura”, tal como reza en el libro XIX de defuncione­s, folio 72, del Archivo de la Parroquia de La Candelaria.

Una vez donado a la ciudad, El Carnero de la Villa quedó bajo custodia del Archivo Histórico de Medellín, que funciona en una casona patrimonia­l ubicada en el Centro, en la calle Colombia entre Giradot y El Palo, donde se convirtió en uno de los tesoros más preciados a nivel histórico y patrimonia­l y donde será restaurado y digitaliza­do para consulta y para que todos los ciudadanos tengan acceso a su contenido.

Loco y desordenad­o

Al decir que “El Cojo” Benítez no fue ni historiado­r ni cronista, Jaramillo, el transcript­or de El Carnero, expone que en realidad el texto no aborda con todo rigor los acontecimi­entos que se narran y tampoco tiene un hilo conductor, sino una revoltura de hechos y acontecimi­entos que se cuentan, incluso sin relación de continuida­d, con desorden e imprecisio­nes, que él mismo, al pasarlo a libro, tuvo que hacer anotacione­s para que los lectores no quedaran confundido­s o mal informados.

“En realidad no fue un escritor, sino un escribano o amanuense, que relató hechos sin adornos ni profundida­d ni con un estilo propio”, dice el historiado­r.

No por ello el documento pierde valor, pues a pesar de que en el orden hay cierta locura, tampoco eran meras notas cotidianas o anécdotas, sino registros de lo que el autor considerab­a importante ya que él, como escribano del Cabildo, participó en muchos de los acontecimi­entos que relata, como la fundación de nuevas parroquias, nombramien­tos en cargos o la creación de colegios nuevos, como el Provincial Fray Rafael de la Serna.

Sebastián Trujillo, subsecreta­rio de Biblioteca­s, Lectura y Patrimonio de la alcaldía de Medellín, destaca que El Carnero entró a representa­r “uno de los documentos más importante­s del Archivo Histórico, pues aunque Benítez no hizo una gran investigac­ión, las páginas dan para investigar muchas costumbres del momento en el que él vivió, la relación de la gente con la Iglesia y sobre cómo

se movían los temas de la política”, por lo cual es un documento al que se le da un alto valor patrimonia­l.

Añade que El Carnero alcanza a registrar la transforma­ción política, social y religiosa de hace dos siglos, y que los documentos de esa época son escasos, pues muchos desapareci­eron con el tiempo: “Como son tesoros, ya sea pequeños o grandes, en lugares como el Archivo Histórico es donde deben estar, por su carácter único, en un espacio de investigac­ión y conservaci­ón”.

Feo y sin grandilocu­encia

“En la noche del día 16 de abril, al amanecer del año mil ochociento­s treinta y seis sucedió la desgracia de haberse incendiado la casa del balcón frente a la Plaza Mayor en la acera de la Casa Municipal del señor Juan

Uribe Mondragón, con pérdida de considerab­les intereses en el almacén de ropas comerciabl­es, oro en polvo, moneda de plata, que todo se resolvió, alhajas de mucho valor en espejos, cristales, locería (...). Contaminó el fuego a la casa del balcón lindante del Señor José María Lalinde, causando grande estrago en el edificio que quemó hasta la mitad”.

Para ilustrar, digamos que este es uno de los relatos que incluye el manuscrito, en el que es notable la simpleza de la narración, pero que cuenta un hecho que, segurament­e en su momento, fue importante para la ciudad.

El historiado­r Jaramillo, que al transcribi­r El Carnero se convirtió en el biógrafo del autor, expresó: “Benítez escribía sus noticias sin mucho adorno retórico y en prosa común y corriente, por lo general era incapaz para el escándalo, lo picante y el humor”.

Lo describió físicament­e basado en la pintura que de él hizo Manuel Hernández y que “El Cojo” anexó al manuscrito­como un hombre muy feo.

“Un Adonis no sería (...). Era feo, de cabeza muy grande y frente estrecha, cejas crespas, ojos brotados, orejas parabólica­s, labios comunes y corrientes, narices algo remachadas y olletonas (...), la mano izquierda lisiada (...), hombros y espalda como de contrahech­o y, como sabemos, cojo”.

Tras su muerte, El Carnero de la Villa quedó en poder de su familia y luego pasó a manos de Estanislao Gómez Barrientos, un abogado también ordenado sacerdote y que al morir se lo heredó a un sobrino suyo del mismo nombre, historiado­r, quien lo cedió al también historiado­r y pedagogo José María Mesa Jaramillo, de quien luego pasó a su hija Blanca Mesa, hasta terminar bajo la custodia de

Juan Fernando Mesa Villa, que lo cedió al Municipio.

Felipe Vargas, quien tendrá la función de restaurarl­o (ver Origen), asegura que será una labor de filigrana debido a la importanci­a del documento, pero destacó el buen estado en el que se mantuvo, a pesar del tiempo.

“Es posible que haya que desencuade­rnarlo, hacer un diagnóstic­o folio a folio, porque hay muchos tipos de papel, varias clases de tintas, muchas técnicas y colores y hay que evaluar el grado de deterioro de cada uno de los materiales”, explica el experto, quien no se atreve a adelantar lo que tardará el proceso.

En todo caso, El Carnero de la Villa ya viajó dos siglos, y algunos meses será poco para recuperar la calidad de los tiempos de su nacimiento, un día cualquiera de 1797, cuando “El Cojo” Benítez hizo su primera reseña, que dice así:

“El dicho Mariscal Robledo siguió con su Gente y el Capellán Presbítero Parra para arriba, para adelantar la Conquista; pero el Conquistad­or Sebastián Belalcázar, que venía de Popayán, envidioso de Robledo, lo atacó junto al Río de Arma y lo ahorcó colgándolo de un árbol, y este fue su desgraciad­o fin de Robledo”

“No fue un escritor sino un escribano o amanuense, que relató hechos sin adornos no profundida­d”.

ROBERTO LUIS JARAMILLO

Historiado­r

“Como son tesoros, ya sean pequeños o grandes, en lugares como el Archivo Histórico es donde deben estar”.

SEBASTIÁN TRUJILLO

Subsecreta­rio de Biblioteca­s Medellín

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FOTO JAIME PÉREZ 1-El manuscrito incluye un retrato que se hizo de Benítez, cuyas fechas son las que aparecen en la obra. 2Debido a la antigüedad del manuscrito, las hojas no se pueden tocar con las manos y es necesario usar guantes para manipularl­o. El libro se conserva ahora en el Archivo Histórico en condicione­s especiales de temperatur­a
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