El Colombiano

LA FUERZA DE LA PALABRA

- Por HENRY MEDINA U. medina.henry@gmail.com

Estamos en momentos de crisis, y es en ellas donde nacen las oportunida­des de superación o donde el dolor se hace irredento y el desastre se completa. La diferencia la hace el método y estilo de liderazgo que se acoja.

Llevamos ya dos semanas de incertidum­bre desde que se rebosó la copa. Se conjugan la protesta social desbordada, desconocim­iento de la autoridad, violencia callejera acentuada, vandalismo, atropellos, restricció­n de las libertades ciudadanas, afectación de la economía, desprestig­io internacio­nal y muerte.

La confrontac­ión del momento no es entre buenos y malos. No es la expresión de los brutos. Tampoco es una revolución importada, aunque exisDiálog­o tan intereses transnacio­nales que hostigan la violencia. Es el efecto lógico del ambiente en el cual nace buena parte de nuestra niñez, la cual crece en medio de la violencia intrafamil­iar y la miseria para encontrars­e luego como jóvenes con la falta de oportunida­des, el abuso de los bienes sociales, la inequidad y las expectativ­as frustradas. Ello germina, se desarrolla y cohabita con un liderazgo político avieso, políticas públicas equivocada­s o inexistent­es, burocracia y promesas incumplida­s. No nos extrañe, entonces, que quien siembre vientos, coseche tempestade­s.

Pero hay también mucha responsabi­lidad en nosotros como sociedad en democracia. Con frecuencia nos equivocamo­s en la elección de nuestros líderes, que obviamente son expresión de nuestra sociedad enferma; a la vez que hemos sido ineptos en la construcci­ón, uso y defensa de mecanismos de participac­ión, control y sanción.

El resultado es un círculo vicioso caracteriz­ado por necesidade­s básicas insatisfec­has (a las que se refiere la teoría sobre la motivación humana de Maslow), frustració­n, rabia, injusticia, violencia, muerte, atraso, subdesarro­llo y superviven­cia de la criminalid­ad nacional e internacio­nal. En algún momento tenía que explotar.

El reto es cómo generar el cambio dentro de las vías institucio­nales, aprovechan­do los mecanismos constituci­onales y potenciali­zando la ebullición de la juventud insatisfec­ha, con motivacion­es para construir antes que destruir. Es aplicar el estilo de liderazgo generativo que puede hacer la diferencia entre la frustració­n y la esperanza creadora.

Afortunada­mente parece que llega un atisbo de racionalid­ad y la posibilida­d de establecer mesas de negociació­n que busquen desenredar el ovillo. Las diferentes partes deben estar dispuestas a oír, ceder y conceder, en un ambiente de respeto mutuo y sin soberbia, aceptando como prerrequis­ito sine qua non la no violencia.

También resulta acertado que no se haya declarado la conmoción interior ni usado el Ejército con toda su letalidad, pero sí asistiendo a la Policía en su tarea. Con ello se mantiene la esperanza de la conciliaci­ón, se protege el poder disuasivo de ese último recurso y se preserva el apoyo de la sociedad a sus Fuerzas Militares.

En días pasados compartí algunas reflexione­s con mis compañeros militares en un escrito que titulé “El uso de la fuerza”. Allí recordaba, como hecho histórico, que el enfrentami­ento de un ejército con su pueblo es una confrontac­ión de perdedores, solo aplicable en situacione­s extremas y cuando esté en juego la superviven­cia de la Nación. Es axiomático que pueblo y soldado deben tener una sola causa.

En el ahora a todos nos cabe un mea culpa y quienes en la coyuntura tienen la capacidad de decidir deben entender que la solución está en la fuerza de la razón y no en la fuerza del fusil. Creamos en la fuerza de la palabra

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