EN MAYO, UN OLVIDADO MEMORABLE
Al husmear fechas para mi usual comentario sobre personajes olvidados del mes en curso, encuentro que el 18 de mayo de 1926 murió en Frontino monseñor José Joaquín
Arteaga. Me temo que sean muy pocos los que hoy sepan quién fue este fraile carmelita español, primer Prefecto Apostólico de la misión de Urabá que esa comunidad religiosa regentó desde 1919 hasta 1948. Y que fue, valga la pena destacarlo, uno de los abanderados de la apertura de la Carretera al Mar.
El padre José Joaquín de la Virgen del Carmen (Arteaga San Julián) nació en Estella (Navarra) en España, el 12 de octubre de 1878. Muy niño quedó huérfano de padre y su madre, una vez que él terminó la carrera eclesiástica como carmelita descalzo, se hizo ella monja de clausura en la misma orden, habiendo sido su propio hijo, ya sacerdote, quien le impuso el hábito del Carmen.
Siendo superior de Burgos, que en ese entonces pertenecía a la Provincia de San Joaquín de Navarra, la cual alimentaría de santos y meritorios religiosos su presencia en Colombia durante décadas, fue nombrado prefecto apostólico de Urabá en 1919. Levita elegante, excelente orador, buen escritor y recatado poeta, dio el impulso inicial a la labor misional antes de sucumbir, a los 48 años, al desgaste físico de las correrías apostólicas y a un tifo que lo derrumbó. La gesta misionera de los carmelitas en Urabá debería ser rescatada por y para Antioquia. Es meritorio su aporte evangelizador y el legado histórico y literario de esas casi tres décadas de trabajo apostólico de los misioneros vascos y navarros en nuestro departamento.
Para Antioquia el nombre de monseñor Arteaga se asocia con uno de sus grandes sueños: la Carretera al Mar. Por eso, para terminar, y como homenaje a su memoria, echo mano de su “Magna alocución sobre la carretera al mar”, pronunciada en Medellín pocos días antes de morir, en ese 1926. En el teatro Junín, el misionero pronunció su enardecida pieza oratoria: “Necesita el pueblo antioqueño concentrar la vida del departamento en Medellín, que es cerebro y corazón, y lanzarla íntegra, como un torrente, por esa gran arteria que desemboca en el mar... Con la salida directa al mar se facilitará el intercambio; se abre no ya un horizonte, sino un mundo de grandeza para el departamento”.
Más tarde, al recibir la tarjeta de la Junta Propulsora de la Carretera al Mar, monseñor Arteaga no pudo evitar un párrafo de emplazante oratoria: “Resurge, Antioquia, y baja al mar, para que te engrandezcas con el contacto de sus olas, participes en el banquete de la civilización mundial, tiendas tus brazos a otras naciones, cooperando a la fraternidad universal, e inicies una era de prosperidad que te agradecerán tus descendientes”