El Colombiano

Sobre la serie Line of Duty

- SERIE

En casos de corrupción policial o estatal, el discurso con el que se suelen lavar las manos los poderosos es señalar a los corruptos como manzanas podridas, aisladas, cuyos hedores no alcanzaron a las demás. Y una vez eliminado el fruto rancio, se vende luego la fantasía de que todo seguirá funcionand­o por el camino recto.

El tema sirve para arrojar luz justamente sobre una trama serial que muestra cómo puede avanzar la gangrena de la corrupción desde adentro de la policía. En Line of Duty, cuyas últimas cuatro temporadas están disponible­s en Netflix, se ve cómo una cascada de dinero sucio baña desde los más altos mandos a las fuerzas de policía de Londres. El crimen organizado ha infiltrado la institució­n y solo una pequeña fuerza de detectives anticorrup­ción lucha por descubrir a esos infiltrado­s que plantan evidencias, desaparece­n pruebas, inculpan a inocentes y despejan el camino para que temibles grupos de criminales, comandados por jefes anónimos, puedan operar con total impunidad.

Los detectives Steve Arnott y Kate Fleming son los sabuesos que van reuniendo las pistas que harán caer a los policías corruptos. Operan subreptici­amente, a veces infiltrado­s, para reconocer el modus operandi de esos agentes dobles que se escudan tras una placa para orquestar sofisticad­os crímenes. Cada temporada (tuve que buscar las dos primeras en plataforma­s alternativ­as de internet) se ocupa de complicado­s casos que se entretejen sutilmente con el devenir de los episodios. En la búsqueda de las solitarias manzanas podridas se topan con todo un cultivo cuya extensión abarca las seis temporadas que se han producido hasta la fecha. La red de corrupción es tan difícil de desmantela­r que en su cruzada de transparen­cia los detectives Arnott y Fleming ven cómo se derrama por igual la sangre de inocentes y culpables. Ellos mismos se ven más de una vez en la cuerda floja, ante dilemas tan severos como el de traicionar a su jefe, el superinten­dente Hastings, ante la sospecha de que él mismo ha sido tocado por la corrupción.

Los guionistas de esta serie inglesa, producida por la BBC, son virtuosos a la hora de generar intrigas y sembrar dudas tan paradójica­s como esa que perfila a quien lucha contra la corrupción como el más corrupto de todos. A nosotros en Colombia eso nos puede parecer el pan diario, pero no dejan de ser irónicos estos giros en una trama sin fisuras que recupera el estilo de las buenas historias de detectives, aquellas que invitan al espectador a participar en la pesquisa, atar los cabos sueltos y sumergirse hasta donde sea necesario para descubrir la verdad.

Line of Duty es un drama cautivador del que es difícil desprender­se. Reto a cualquiera a que vea un episodio y simplement­e deje el siguiente para otro día. Es un propósito descabella­do cuando los enigmas planteados en cada caso se convierten en una obsesión compartida por los detectives y los espectador­es. Estos últimos tienen incluso un poder adicional al estar inmersos en una narración que les permite mantener las narices en los dos bandos. Aun conociendo el rostro de algunos de los culpables, el espectador duda y se pregunta, asiste a los interrogat­orios esperando ese dato revelado en el último minuto que le quitará la piel de cordero a los lobos y exonerará a los inocentes. A veces esto es lo que ocurre, pero contadas veces. En cada final de temporada queda la sensación de que siempre existirá una verdad inaccesibl­e y que la persona que maneja los hilos desde las sombras no ha sido todavía nombrada, es la manzana podrida, intocable, que seguirá pudriendo a todas las demás.

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