El Colombiano

Relevo en la Cancillerí­a

No debería perder el presidente Duque la oportunida­d para abordar un gran relanzamie­nto de su política e imagen exterior, hoy seriamente golpeadas, y nombrar un o una canciller de incuestion­able talla.

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Cuando se presentó la primera vacante de su Gobierno en el Ministerio de Defensa, y habida cuenta de la importanci­a política y estratégic­a de esta cartera, el presidente

Iván Duque optó por trasladar

allí al entonces canciller Carlos

Holmes Trujillo (q.e.p.d.), el dirigente más curtido y el de más peso de su gabinete, y designar como nueva ministra de Relaciones Exteriores a la exsenadora Claudia Blum.

El nombramien­to no dejó de causar sorpresa, comenzando por la del propio partido del presidente. El ministro Trujillo había desempeñad­o en anteriores gobiernos dos carteras ministeria­les, y había sido embajador en varios países y ante entidades multilater­ales (la OEA y la Unión Europea). Blum había sido embajadora en la Onu.

El Gobierno de Iván Duque se topó de entrada con la más grave dificultad que en política exterior y en seguridad nacional ha tenido Colombia en muchas décadas: la dictadura venezolana, un enemigo sin fecha de caducidad al lado de una extensísim­a e incontrola­da frontera, que muestra su complicida­d con las mayores organizaci­ones criminales que atacan en Colombia, y allí encuentran amparo, asistencia y estímulo: los carteles del narcotráfi­co, el Eln y las disidencia­s de las Farc.

Frente a esta grave y permanente amenaza, ni el presidente Duque ni su Gobierno han contado con el apoyo necesario de las fuerzas políticas del país. Unas por afinidad ideológica con el chavismo expansioni­sta, con cuyo discurso se sienten identifica­das. Otras por simple desinterés, o por el sectarismo de no aparecer apoyando al gobierno en ninguna línea.

La canciller Blum presentó renuncia esta semana, 17 meses después de haber asumido el cargo, con lo cual ha sido uno de los períodos más cortos en el Palacio de San Carlos. Si bien es cierto que apenas estrenaba sillón cuando el mundo se cerró por la pandemia del Covid-19, con lo cual la actividad diplomátic­a internacio­nal quedó severament­e reducida –con cumbres hechas telemática­mente a distancia–, también lo es que la Cancillerí­a colombiana bajó su perfil varios escalones.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que el principal actor y guionista de la política internacio­nal del país es el presidente de la República. En tiempos de globalizac­ión la diplomacia presidenci­al directa es una de las mayores responsabi­lidades del Jefe de Estado. Y en ese sentido, Duque optó por mantener la tradición clientelis­ta de conformar el tejido de representa­ciones diplomátic­as colombiana­s en el exterior encomendán­dolas a políticos de mediana categoría o a personas afines que poca o ninguna preparació­n tienen para desarrolla­r una política exterior eficaz y profesiona­l. Frente a diplomacia­s potentes y preparadas como las de Brasil, Perú, Chile o México –por solo hablar de Latinoamér­ica– la colombiana sigue siendo de ligas menores.

Hasta ayer no se sabía quién va a desempeñar la Cancillerí­a en el último tramo de este cuatrienio. Llegará con el reto de enfrentar una avalancha de posturas internacio­nales muy críticas con el Gobierno, pues afuera se impuso el libreto del abuso policial a gran escala para reprimir violentame­nte la protesta pacífica, haciendo de lado las evidencias de vandalismo en movimiento­s paralelos a los de protesta.

La labor de presentar la visión del Gobierno colombiano ante las demás Cancillerí­as y ministerio­s de Exteriores no la hacen, como por incomprens­ible error parece creerlo el Gobierno, las embajadas extranjera­s acreditada­s en Bogotá, sino las embajadas colombiana­s en el exterior. Se necesita un o una canciller de un liderazgo comprobado y capacidad de persuasión a los más altos niveles para poner a funcionar una diplomacia adormilada y para revertir una imagen que tiene a Colombia y a su Gobierno seriamente golpeados internacio­nalmente

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ILUSTRACIÓ­N CAMIHSAENZ

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