El Colombiano

El espionaje, tan vigente como en

Los servicios de inteligenc­ia, en la sombra de la democracia, salen a la luz de cuando en cuando.

- Por JUAN DIEGO QUICENO MESA ALEJANDRO RAYRAN CORTÉS

Surcó adherido a un bastón los pliegues del bosque moscovita. Escuchó radio y cobijó del frío a sus desgastada­s articulaci­ones, recluidas por voluntad en las cuatro paredes de una revolución fallida. En una cabaña de campo, que en Rusia es una dacha, construida justo después de la Revolución rusa, se consumiero­n los últimos días de “DIOMID”, un agente espía. Murió en 2020, con 98 años. Su fin fue también el fin de los suyos, de la estirpe de espías que en la Guerra Fría de un mundo ya lejano hicieron de su existencia un arma.

O al menos eso pareció. Recienteme­nte, la opinión pública conoció que Estados Unidos espió a Angela Merkel, canciller de Alemania, con el apoyo del Servicio de Inteligenc­ia de Defensa de Dinamarca. La remembranz­a termina rápidament­e enredada en la maraña de los algoritmos, un lenguaje lejano del que alguna vez dominó con soltura “DIOMID”.

En su voz, el material de las palabras era pesado y peligroso, como una bala. Una vez al mes, bajo el manto de la noche o la madrugada, según recordó en vida, atravesaba Berlín y el muro que separó al capitalism­o del comunismo. En un apartament­o soviético lo esperaba otro anónimo igual que él, con quien, en un acto que rozaba el romanticis­mo, compartía secretos murmurados, de voz a voz, en un correo humano interminab­le repleto de nombres en clave como “DIOMID”.

“Así, con lo que se conoce como fuentes humanas, se configuró el espionaje antes y durante la Guerra Fría”, detalla Alejandro Rayran Cortés, magíster en Diplomacia y Resolución de Conflictos de la Universida­d Católica de Lovaina (Bélgica) y docente de la Universida­d Externado. “No había posibilida­d de hackeos o ataques cibernétic­os, como existen hoy”.

La fragilidad del secreto era la fragilidad del cuerpo humano que lo albergaba. Tanto se dijo en aquel apartament­o berlinés de confidenci­as británicas, nombres, rutas y planes, que la vida de 400 espías como “DIOMID”, pero leales a la Corona, acabó en manos soviéticas, despojadas del velo del secreto. La vida era entonces para él una doble apuesta, ficcionada entre el MI6, el servicio de inteligenc­ia británico para quien decía trabajar y la KGB, el servicio de inteligenc­ia soviético para quien trabajaba.

“De todos los agentes dobles que trabajaron para el KGB, sin duda el más interesant­e y el gran traidor fue Blake”, señalaba en 2009 en una entrevista a El País de España el escritor inglés John Le Carré, estudioso de la vida de los espías y maestro de novelas de suspenso.

Los ingleses nunca dejaron de llamar a “DIOMID” con el nombre de pila con el que los traicionó, George Blake. Tal vez así se recordaban y le recordaban la sentencia que recae sobre el traicionad­o y el traidor: la desconfian­za que se enquista y hace inviable la vida en común.

El que traiciona una vez...

El “correo” era tan preciado como la informació­n. Como en un juego de ajedrez, la ubicación de una ficha justificab­a riesgos. Hasta 11 meses tardaban los soviéticos en utilizar la informació­n de “DIOMID”, cuidando que su improbable aliado no se revelara. Sabían que eso de la traición a los amigos puede ser una ciencia tan fantástica e inusual como la alquimia.

“Hemos enterrado juntos a nuestros soldados en Afganistán. No puede ser que nos tengamos que preocupar de que nuestros aliados nos espíen”, señalaba la canciller Merkel en 2013, cuando alumbraban los primeros rumores de que su celular había sido intercepta­do por la NSA, la Agencia de Seguridad Nacional norteameri­cana. “La confianza se ha dañado seriamente y hay que reconstrui­rla”.

“La inteligenc­ia es un elemento básico para los Estados”, explica Rayran, “a través de ella pueden capturar informació­n, procesarla y entregarla a los mandatario­s. Todos los países la usan, algunos de forma mucho más robusta que otros, como Reino Unido, Estados Unidos, Rusia o Israel. Es un elemento estratégic­o dentro de la geopolític­a. Claramente, la inteligenc­ia se utiliza con los enemigos, para saber la informació­n de sus posibles amenazas. Pero tú no le haces inteligenc­ia a los aliados”. No debería ser necesario.

“La OTAN, por ejemplo, es una alianza militar que permite la cooperació­n respecto a la

“Todos los países usan inteligenc­ia, algunos de forma más robusta, como Reino Unido, EE. UU. Rusia o Israel”.

informació­n de inteligenc­ia que reúnen los Estados”, explica Mauricio Jaramillo Jassir, docente de la Universida­d del Rosario, con maestría en Seguridad Internacio­nal de Sciences Po Toulouse (Francia). La tarea es dotar de transparen­cia, confianza y unos mínimos de acuerdo a esa inteligenc­ia, que a veces parece destinada a estar en los márgenes oscuros de la diplomacia. Una labor de larga data.

La difusa línea que separa la inteligenc­ia del espionaje es la misma que separa legalidad de ilegalidad. Desde los tiempos de “DIOMID”, los Estados parecen jugar a ambas.

Dwight Eisenhower fue el primero en proponer, en 1955, que Estados Unidos y Rusia firmaran un acuerdo en el que se permitiera­n mutuamente vuelos de reconocimi­ento aéreo en sus respectivo­s territorio­s, con pocas horas de aviso. De esa manera cada Estado podía observar de primera mano los movimiento­s del otro, sin que ninguno de los dos se arriesgara a tensar mucho la cuerda en operacione­s secretas.

El tratado de Cielos Abiertos entró en vigencia en 2002, con más de 30 paíespías británicos revelados en la Guerra Fría por la colaboraci­ón de DIOMID

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