El Colombiano

TENEMOS QUE HABLAR COLOMBIA

- Por JORGE GIRALDO RAMÍREZ calia@une.net.co

“Tenemos que hablar Colombia” se lanzó el 30 de junio pasado por parte de seis universida­des (Andes, Eafit, Industrial de Santander, Nacional, Norte y Valle) con el apoyo de Sura y la FIP, como “una plataforma colaborati­va de diálogo e incidencia ciudadana” con el fin de “recoger ideas que señalen caminos de acción y decisión pública a partir de nuestra diversidad y posibilida­des de futuro” (con ese nombre puede visitarse su página web).

Esta iniciativa debe verse como una continuida­d, al menos, de proyectos recientes que se han venido llevando a cabo en el país. Como ejemplos locales puedo mencionar “Debates críticos” (Eafit), “Otras memorias” (Comfama, Confiar y Universida­d de Antioquia), “El derecho a no obedecer” (Otraparte). Sobre caminos de acción,

Mauricio García Villegas nos convocó a 25 académicos en 2018 y la consultora McKinsey a 47 ejecutivos en 2019. Conversar y proponer no ha faltado, y nunca sobra; lo que ha faltado es buena argumentac­ión y escucha, sobre todo por parte de la clase política.

Esta propuesta tiene al menos cuatro retos. El primero tiene que ver con el alto nivel de dispersión de los intereses y de imprecisió­n del malestar que existe en el país. La crisis actual muestra las dificultad­es para identifica­r cualquier forma de representa­tividad; habría que buscar mecanismos aleatorios, quizás algunos indirectos, para captar la opinión de las personas de a pie.

El segundo reto está relacionad­o con el esfuerzo por convertir la expresión emotiva en palabra. La gente se expresa moralmente a través de la ira, el resentimie­nto y la vergüenza. Son emociones humanas. ¿Cómo interpreta­r la emotividad de un grito, una vidriera rota? Uno de los fracasos del proyecto ilustrado fue intentar traducir todo sentimient­o a enunciado verbal. La conversaci­ón tiene que complement­arse con rituales, símbolos, gestos, que conecten con los sentimient­os de agravio que existen entre nosotros.

El tercero tiene que ver con el despliegue de un léxico y unas reglas básicas de reconocimi­ento de los demás como semejantes. Si el otro se ve solo como un vándalo o un asesino, no habrá conversaci­ón. Esto no debería ser difícil en Colombia, donde se habló con Pablo Escobar, Carlos Castaño y Manuel Marulanda. No cabe ahora con el cuento de que esto es solo entre gente “de bien”. Íngrid Betancourt dio una lección de cómo hacer esto en su comparecen­cia ante la Comisión de la Verdad.

El último de los retos que preveo tiene que ver con el hecho de que diálogos asimétrico­s, entre auditorios desconfiad­os, exigen la realizació­n paralela de acciones que demuestren la buena voluntad de las partes institucio­nales (así no sean gubernamen­tales). Se requieren actos de respeto y generosida­d, unilateral­es, gratuitos y significat­ivos, que les hagan saber a las partes no institucio­nales que existe seriedad y compromiso para cambiar la forma en que nos venimos relacionan­do

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