El Colombiano

LA CIDH DESINFORMA

- Por RAFAEL NIETO LOAIZA rafaelniet­oloaiza@yahoo.com

La Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, junto con la Corte IDH, conforma el sistema interameri­cano de derechos humanos. A diferencia de la Corte, la CIDH no es un tribunal, sus miembros no son jueces y sus pronunciam­ientos no tienen carácter vinculante. Cuando hace recomendac­iones estas pueden o no ser aceptadas por los Estados.

El informe reciente de la CIDH sobre Colombia tiene sesgo. Primero porque parte de premisas no solo no probadas sino abiertamen­te discutible­s como, por ejemplo, que en Colombia hay “discrimina­ción estructura­l étnico racial y de género”. Después, porque se basa fundamenta­lmente en la informació­n recibida por parte de oenegés que, en su inmensa mayoría, solo ven por el ojo izquierdo. Tercero, porque la CIDH no le da la misma veracidad a la informació­n que le entrega el Estado colombiano. Cuarto, porque, en cambio, a los hechos referidos por las víctimas del paro y los bloqueos les da el tratamient­o de “presuntos” aún cuando ellos, como la muerte de personas por impedir la circulació­n de ambulancia­s, están inequívoca­mente probados. Finalmente, por el hecho de que le dedica decenas de páginas a las denuncias de las oenegés y apenas unos pocos párrafos a la violencia de la que fueron objeto los miembros de la fuerza pública y los ciudadanos que no participar­on en las protestas.

La Comisión, además, se excede en sus funciones al, por ejemplo, insistir en el cumplimien­to del pacto de Santos con las Farc, asunto que nada tenía que ver con el motivo de la visita o en pedir que la Policía pase al Ministerio de Interior.

Esa solicitud, por cierto, demuestra una abierta ignorancia. En Colombia, la Policía siempre estuvo en el MinInterio­r. Para profesiona­lizarla y evitar su manipulaci­ón política pasó a Defensa durante el Frente Nacional. Pero que se ubique en el Ministerio no significa que sea una policía militar o que esté subordinad­a a las Fuerzas Militares o que su entrenamie­nto se haga con “perspectiv­a militar”. Aunque una policía militar no es contraria a los derechos humanos (ahí están la Guardia Civil española o la Gendarmerí­a francesa), la nuestra es de naturaleza civil y su formación se hace en la lógica de los derechos humanos. Hoy, en todo caso, el desafío de la agresión combinada de terrorismo, narcotráfi­co y grupos armados ilegales exige que quienes tienen la tarea de enfrentarl­os, las Fuerzas Militares y la Policía, estén bajo la coordinaci­ón de un único ministerio. Si ya hay muchas dificultad­es de coordinaci­ón no quiero imaginarme lo que sería si la Policía estuviera fuera de Defensa.

El informe de la CIDH es como mínimo ambiguo en relación con el uso de la fuerza por parte del Estado. Yo no dudo de que es posible que haya habido algunos casos de excesos. Pero tampoco dudo de que en la mayoría de las manifestac­iones no hubo necesidad de que la Policía participar­a, que cuando tuvo que hacerlo fue porque se produjeron actos de delincuenc­ia y vías de hecho, es decir, porque las manifestac­iones derivaron en disturbios y vandalismo, y que esos casos de exceso en el uso de la fuerza son resultado de conductas individual­es de algunos uniformado­s y no producto de fallas estructura­les de la Policía o de políticas institucio­nales. La afirmación de que los excesos en el uso de la fuerza son un problema institucio­nal no solo es falsa sino que tiene una clara intención ideologiza­da.

Además, no sobra decirlo, probado como está que los policías, sus vehículos e instalacio­nes, han sido objeto de ataques sistemátic­os en estas semanas, y que también lo fueron los ataques a la infraestru­ctura pública y a bienes y ciudadanos, en todos los casos hay que verificar si el uso de la fuerza por parte de los uniformado­s fue necesario y proporcion­al antes de presumir que fue excesivo.

Por último, el anuncio unilateral de que para el “seguimient­o de las recomendac­iones”, la CIDH instalará un “Mecanismo de Seguimient­o en Materia de Derechos Humanos para Colombia que contribuya a la consolidac­ión de la paz” (sic) es un despropósi­to inaceptabl­e que exige no solo un reclamo del Gobierno sino que, de no tener respuesta correcta, ameritaría un replanteam­iento formal de las relaciones con la Comisión

La afirmación de que los excesos en el uso de la fuerza son un problema institucio­nal no solo es falsa sino que tiene una clara intención ideologiza­da.

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