El Colombiano

NO HAY OPCIONES SENCILLAS PARA HAITÍ

- Por AMY WILENTZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Durante años, Estados Unidos ha adoptado una tolerancia cautelosa hacia Haití, haciendo a un lado el horror de los secuestros, asesinatos y guerras de bandas. En general, la estrategia más convenient­e parecía ser respaldar al gobierno que estuviera en el poder y proporcion­ar cantidades infinitas de ayuda exterior.

Donald Trump apoyó al presidente Jovenel Moïse principalm­ente porque Moïse apoyó una campaña para derrocar al presidente Nicolás Maduro en Venezuela. Y en febrero, el gobierno de Biden aceptó el tenue argumento de Moïse de que todavía le quedaba un año más para servir a pesar de los llamamient­os de la oposición para su salida y las grandes protestas callejeras. Moïse, aunque inicialmen­te fue elegido para un mandato de cinco años que finalizarí­a en 2021, no asumió el cargo hasta 2017, de ahí su derecho a un año más como presidente.

Parecía haber un entendimie­nto tácito durante el gobierno del Sr. Moïse: Haití es turbulento y difícil, una bomba a punto de explotar en manos de cualquiera que trate de desactivar­la. Después de todo, ¿por qué debería el Sr. Biden asumir la ingrata tarea de “arreglar” a Haití cuando ya había un presidente electo en el cargo que podría soportar la peor parte de las críticas sobre el deterioro de la situación política allí?

Pero el asesinato del Sr. Moïse la semana pasada obligará ahora a una administra­ción reticente a enfocarse más cuidadosam­ente en los pasos siguientes que quiere tomar en cuanto a Haití. No hay opciones sencillas.

El asesinato ha destrozado las esperanzas de la administra­ción de Biden (por más improbable­s que fueran) de una transferen­cia pacífica del poder con elecciones lideradas por el Sr. Moïse. Pero eso no quiere decir que el futuro de Haití depende completame­nte de los Estados Unidos ni debería hacerlo. Cuando los Estados Unidos se han involucrad­o, los haitianos terminan peor.

La Organizaci­ón de los Estados Americanos y las Naciones Unidas desplegaro­n allí una fuerza de mantenimie­nto de la paz desde 2004 hasta 2017. Sin embargo, Haití ha terminado tan pobre e inestable como siempre, si no más. Y el país nunca se recuperó realmente de un devastador terremoto en 2010.

Los carteles de la droga y sus conexiones haitianas también han jugado un papel perjudicia­l. Los observador­es dicen que gran parte de la violencia en los últimos años ha surgido de guerras territoria­les entre bandas callejeras que operan en un ambiente mayoritari­amente sin ley.

El presidente Biden ha llamado al asesinato del Sr. Moïse “muy preocupant­e.” Pero Hatí era muy preocupant­e desde antes del asesinato. Ahora los Estados Unidos se enfrentan a una situación aún más complicada: no hay líder, no hay legislació­n, el sistema judicial en desorden, una policía y un ejército descompues­tos y desanimado­s, y pandillas que deambulan por las calles. No está claro qué surgirá del vacío en la cúpula del poder, tal vez un nuevo hombre fuerte o, menos probableme­nte, un gobierno interino.

A pesar de esa precarieda­d, Estados Unidos todavía ha convocado elecciones antes de fin de año. Pero es difícil imaginar cómo pueden desarrolla­rse las elecciones en una atmósfera de seguridad y libertad, que conduzcan a un presidente y una legislatur­a verdaderam­ente elegidos democrátic­amente. Tal como está, dos hombres reclaman el papel de primer ministro, lo que acentúa la sensación de inestabili­dad.

Los problemas de Haití no se pueden resolver con la intervenci­ón de Estados Unidos. Estados Unidos ya no tiene la posición, el estómago o incluso el deseo de imponer su visión sobre Haití. La mejor opción para Estados Unidos en este momento es esperar, observar y escuchar no solo a los sospechoso­s habituales, sino también a una amplia nueva generación de demócratas haitianos que pueden comenzar a avanzar responsabl­emente hacia una política haitiana más viable.

Haití todavía necesita la cooperació­n de amigos internacio­nales. La mayoría de los haitianos quieren reconstrui­r sus institucio­nes y volver a una vida normal: abrir nuevamente escuelas, clínicas y negocios, un plan para enfrentar la crisis de Covid-19, producir mercados que funcionen y calles seguras libres de la amenaza de las bandas armadas. Este es el mejor de todos los resultados posibles para Haití, pero lamentable­mente es improbable, al menos en el futuro cercano

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