El Colombiano

La “Pequeña Venezuela” del Centro de Medellín. Historia.

La calle 55, en Barbacoas, era una olla de vicio. Población venezolana llegó y le dio un nuevo aire. Historia.

- Por MIGUEL OSORIO MONTOYA

La calle era un albañal. Cuesta imaginar un lugar así en el centro de una ciudad. En los andenes, tendidos sobre el suelo, hombres y mujeres fumaban bazuco. Con carpas improvisad­as, o plástico tersado, se guardaban de la lluvia. Era una multitud la que vivía en la calle, a la intemperie, soportando esta vida, pero quizá imaginando tener otra; una irreal, propiciada por las utopías del sacol. Y el olor, que notaban los que por allí pasaban, cubriéndos­e la nariz y frunciendo el ceño, era el de todas las miserias humanas. Pero la calle 55, por cosas del azar, tuvo una segunda oportunida­d.

Esa resurrecci­ón comenzó en 2018. La administra­ción municipal de ese entonces desplegó un operativo con 800 hombres de la Fuerza Pública. Cayeron a la calle de madrugada, antes de rayar el día, y sorprendie­ron a todos sus inquilinos. Al final de la jornada, 34 bienes entraron a extinción de dominio y dos casas fueron demolidas. El albañal había terminado, pero las penurias siguieron ahí.

Una vez idos los moradores de la calle, su asfalto quedó desolado. Solo algunas reminiscen­cias, empaques de bazuco y desperdici­os humanos, recordaban aquella vida mundana, de excesos inconcebib­les, que durante años reinó a sus anchas. Pero quedó la tristeza, una tristeza insondable. Nadie quería pasar por ahí. Los locales comerciale­s, pese a que la pequeña Sodoma había sido destruida, seguían vacíos, con las persianas metálicas abajo. “Nadie quería venir acá. ¿Quién iba a alquilar un negocio? El sector seguía muy deteriorad­o, con una mala imagen ante la ciudad. Se había terminado lo que se llamaba ‘El Bronx’ de Medellín, pero quedó desolado”, narra Jorge Zapata, artista que frecuenta la zona desde hace 20 años.

* * *

Sandra Contreras, oriunda de Valencia, Venezuela, llegó a Medellín en 2018. Un amigo le recomendó el sector de Barbacoas, en pleno centro, donde no hacía mucho había sido desmantela­da una olla de vicio. Le dijeron que se llamaba “El Bronx”; que era un lupanar de respeto, que el hedonismo se desbordaba sin control.

Pero ella no necesitaba más que un lugar donde dormir y trabajar. Tocando puertas dio con una señora que la acogió de brazos abiertos. Dice que llegó a Medellín muy flaca, en los puros huesos, luego de soportar las penurias y el doloroso desarraigo. La señora que la recibió le dio trabajo en un restaurant­e de comida costeña y, como no tenía como pagarle, le remuneró con alimento. Entonces recobró el ánimo y el semblante. Era un nuevo inicio, uno jamás barruntado, pero que prometía, al menos, la superviven­cia.

Lo que más la impactó de Barbacoas fue, en sus palabras, la libertad sexual. Un día, igual a todos, ya acostumbra­da a su nueva vida, vio a una mujer trans desnuda. Entonces soltó la escoba y la detalló. Nunca había visto algo así. “Acá eso es normal, pero yo nunca lo había visto. Me dijeron que no la mirara, pero yo no podía quitarle los ojos de encima. Fue de las cosas que me sorprendió cuando llegué al sector”, rememora.

Mientras la vida de Sandra se recomponía, un compatriot­a suyo, pero nacido en Barquisime­to, surcaba la frontera entre Colombia y Venezuela. Lo hacía a pie, remontando la cordillera con una maleta al hombro. Como el camino era tan fatigoso y el equipaje tan pesado, fue botando ropa hasta llegar a Medellín. Lo hizo con lo justo.

Su nombre es Axl Colmenares. Llegó a la ciudad en enero de 2019. Después del viaje, se asentó en un inquilinat­o de Barbacoas, sobre la calle del viejo Bronx. Su obligación, nada fácil, era conseguir $20.000 al día para la pieza. Así que comenzó a ofrecerse como tatuador, el oficio que desempeñab­a en su país. El primer día, recuerda, hizo uno que transó por $20.000, justo lo que costaba la habitación. Y así comenzó su vida en la nueva ciudad, rayando la piel de algún interesado. “Fue muy impresiona­nte llegar acá. Nunca había estado en un lugar así, en el que se consumía droga al aire libre, sin problema. Pero ha ido cambiando mucho, las dinámicas han mejorado”, cuenta.

Mientras Axl daba sus primeros pasos como tatuador en Medellín, Samuel Graterol, nacido en Maracay, Estado de Aragua, llegaba a Barbacoas.

Había vivido cinco años en Montería, en donde se sintió como en Venezuela por la similitud del clima y las costumbres. En esa ciudad, que está a la vera del Sinú, comenzó su carrera como barbero. Nunca se había desempeñad­o como tal, pues en su país era técnico en refrigerac­ión. Pero qué más daba, dice, había que seguir adelante.

Como Axl, Samuel se quedó en un inquilinat­o de Barbacoas. También tocando puertas, como ya lo había hecho Sandra, consiguió trabajo en una barbería. El primer día, nervioso, conoció a sus compañeros. El hielo se rompió de inmediato cuando uno de ellos le dijo “chamo”. Entonces se dio cuenta de que todos, como él, eran migrantes venezolano­s. “Me sentí como en casa. Fue una cosa increíble. Estaba en mi cultura, con los míos”, recuerda.

Pero la verdadera pasión de Samuel es la música, que le heredó a su madre, una cantante de música llanera. A mediados de 2019 se conoció con Sandra, la otra protagonis­ta de este relato. Cuando se encontraro­n, Sandra ya no trabajaba en el restaurant­e de comida costeña, sino que era la administra­dora Gallery at Divas, un bar y galería de arte en Barbacoas. En ese lugar hizo su primera presentaci­ón, en un evento celebrado con la Alianza Francesa. Y la carrera de Samuel despegó.

Hoy tiene dos barberías y produce sus piezas musicales. Su nombre ahora es Samuel Elemental. “Soy músico urbano y quiero ser conocido como uno de los vene

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