El Colombiano

Olímpicos: hace 56 años el país también hizo presencia en Tokio.

Hubo colectas, eventos artísticos callejeros y hasta corrida de toros. El ciclista Papaya Vanegas fue la figura de la delegación nacional.

- Por PABLO ARBELÁEZ RESTREPO

Hace un poco más de 56 años, la delegación de Colombia que asistió a los Juegos Olímpicos de Tokio, celebrados en octubre de 1964, casi que tuvo que pasar la totuma.

Para recoger los más de $300.000 que costaba el viaje al Lejano Oriente, se hicieron colectas, presentaci­ones de orquestas y cantantes famosos en las calles céntricas de Bogotá. Incluso se realizó una corrida de toros, con Pepe Cáceres, en Medellín.

Eran tiempos en los que el deporte, prácticame­nte, acudía a la mendicidad para enviar gente al exterior; no había un criterio sobre lo que significab­a el olimpismo. En aquella época, hasta ir a Japón era como viajar a la luna.

“Los pasajes aéreos de los 20 integrante­s de la delegación nacional, que iba a representa­r al país, tuvieron que ser pagados a crédito, porque los auxilios oficiales no se habían hecho ni efectivos, ni a tiempo”, cuenta el periodista Alberto Galvis, director de la revista olímpica del COC y secretario de la Academia Olímpica Colombiana, en su libro Colombia Olímpica 1. Relata, además en la misma publicació­n, que “hasta la Dimayor respaldó al Comité, con un crédito ante Coviajes, para hacer posible el desplazami­ento a Japón”.

Pero lo más complejo en esta tarea era recoger el dinero. El COC lideraba la campaña y contaba con aliados como Caracol y El Tiempo. Al frente de las instalacio­nes de Caracol, en Bogotá (carreras 8ª y 9ª con calle 19), la cadena radial, con el locutor y presentado­r Carlos Pinzón a la cabeza, realizó una maratón artística e instaló una urna, indica el ciclista Javier Ñato Suárez. Por allí desfilaron cantantes, orquestas y presentado­res, con el fin de recaudar fondos.

En Medellín, mientras tanto, el torero Pepe Cáceres, radicado en México y amigo de los ciclistas nacionales, especialme­nte de Mario Papaya Vanegas, montó un festejo taurino en la Plaza La Macarena, al cual también asistieron los corredores que irían a la capital nipona, con el fin de recolectar más dinero. Cáceres pagó los costos de su traslado al país, tal como lo certificar­on EL COLOMBIANO y Vea Deportes en su ediciones de septiembre y octubre de 1964.

Sopa de cangrejo

Pero no todo fue malo para Colombia en la parte previa al viaje a Japón. Hubo trabajos relevantes, como el que cumplió la delegación de ciclismo, esa con la que se tejían algunas ilusiones. El equipo estuvo concentrad­o durante dos meses en la Escuela de Cadetes General Santander de Bogotá, en donde compartía a diario con los oficiales. Desde ese lugar, los ruteros salían a entrenar por los lados de Melgar y la represa del Sisga, bajo la dirección del técnico antioqueño Ricardo Pinta Zea, en tanto que los pisteros hacían sus prácticas en el velódromo Primero de Mayo.

Los deportista­s alojados en la Escuela, al igual que los cadetes, debían ajustarse a las costumbres del lugar. “Lo que más nos impresionó, aparte de la rigurosa disciplina, fue esa sopa de cangrejo que nos servían al almuerzo. Nos decían que era para que estuviéram­os fuertes. Unos la aceptaron gustosos y otros…”, cuentan Mario Vanegas y el Ñato Suárez.

Pero la estancia de los ciclistas en aquella concentrac­ión no se quedó en esa anécdota. En una de las visitas a la peluquería de la Escuela, Martín Cochise Rodríguez, siempre tomador de pelo, retó a su amigo Javier Suárez a que se raparan la cabeza. El Ñato fue el primero en turno y creyó que su compañero no lo haría, pero finalmente aceptó. Durante varias semanas, ambos referentes del deporte nacional en aquella época, cubrieron la tusada con gorros de lana o boinas. El suceso, incluso, les valió un regaño del presidente de la Aciclismo, Carlos Peñaranda, quien les dijo: “Los vamos a dejar aquí y no irán a Tokio”. Los dos se hicieron inconfundi­bles para el público que los vio en las fotos de los periódicos y revistas. “No sé a qué hora cometí tal barbaridad. Siempre me arrepentí de haberle hecho caso a Martín”, rememora Suárez.

Pese a las vicisitude­s, pero con el aporte de algunas empresas y del público en general, que también dio dinero, el viaje hacia la nación del sol naciente, se realizó el 5 de octubre de 1964. La primera parte del vuelo se cumplió en un avión de Varig, que llevó al elenco a Ciudad de México. Luego se tomó una nave de Panamerica­n rumbo a Los Ángeles. Tras pernoctar tres días en la ciudad california­na, se cumplió el tránsito final con escalas en San Francisco y Alaska, para llegar a Tokio, 12 horas después, tal como lo contó el Ñato Suárez a EL COLOMBIANO.

La “jugada” a Papaya

Del ciclismo se esperaba mucho ya que, dados sus antecedent­es, era el deporte que mandaba la parada dentro del contingent­e patrio. Pero al arribar a la sede olímpi

ca, se presentó algo inesperado: una lluvia que no paró durante tres días consecutiv­os.

Los ciclistas no podían salir a entrenar diario y, además, no contaban con prendas que los protegiera­n de la lluvia; permanecía­n en el alojamient­o, hacían gimnasia, dormían y comían. Tampoco contaban con rodillos para sus entrenamie­ntos. A pesar del panorama, el velocista Mario Papaya Vanegas mostró de nuevo las garras, tras haber sido 8° en los Olímpicos de Roma.

“Yo llegué a Tokio sin poder competir en el Mundial de París, ya que la Aciclismo no tenía dinero. La lluvia nos afectó a todos los ciclistas pero, al competir, logré mi primera victoria y luego pasé a los octavos de final, derrotando a dos gigantes de la velocidad mundial: al soviético Omar Pkhaanécdo­ta kadze y al francés Pierre Trentin. Tras largas jornadas de lluvia e interrupci­ones, fui, para mi sorpresa, a un “doble hit” ante el italiano Sergio Bianchetto, quien en el segundo enfrentami­ento me llevó contra la malla y me cerró el paso, lo que era falta. Me hicieron trampa. Pero ese 5° lugar, entre 39 velocistas, me dejó como el mejor colombiano clasificad­o en los Juegos y abrí el camino a los futuros especialis­tas del país”, cuenta Vanegas.

Esta del Japón, fue para él una de sus máximas experienci­as. Lo impresiona­ron los jardines de la Villa Olímpica, los bloques de alojamient­os separados para hombres y mujeres, la alimentaci­ón de los restaurant­es –abiertos las 24 horas– y la belleza de Tokio, con su gente educada y reverencio­sa. Recuerda una

que vivió con Cochise Rodríguez, quien resultó eliminado en la primera ronda de la persecució­n individual. “Fuimos a un almacén de juguetes y casi que no puedo sacar de allí a Martín, porque estaba como embobado”.

Al igual que Vanegas, Pedro Grajales y Julio Arango, otro colombiano con destacada actuación. El esgrimista Ignacio Posada (llegó a ser Brigadier General del Ejército) eliminó en primera ronda al argentino Rafael González en un combate de desempate en la modalidad de sable. También superó el round inicial de florete, al calificar 4° en el grupo G, con dos triunfos ante rivales de EE.UU. e Irlanda, y sumar tres derrotas.

Por fortuna, transcurri­dos más de 56 años, Colombia volvió a Tokio, sin tener que estirar la vieja totuma

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FOTO ARCHIVO EL COLOMBIANO Mario Papaya Vanegas ha sido un referente de los velocistas de Colombia ante el mundo.
 ??  ?? Portada de El Colombiano, octubre 11 de 1964. El abanderado del país en la inauguraci­ón, el esgrimista Emilio Echeverri.
Portada de El Colombiano, octubre 11 de 1964. El abanderado del país en la inauguraci­ón, el esgrimista Emilio Echeverri.
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