El Colombiano

¿CAMBIARÁ EL MUNDO DESPUÉS DEL VIRUS?

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Muchos esperaban que el mundo floreciera después de la pandemia. Transcurri­do año y medio, los sobrevivie­ntes se miran a lo que queda de las caras y no ven la mejoría. Es como si el coronaviru­s se hubiera asumido como una purificaci­ón impuesta por los dioses. Y como si al final el milagro no hubiera ocurrido.

¿No se sospechaba que la peste fuera una expiación por lo mal que la humanidad trata al planeta? ¿Y que luego de infectarse, asfixiarse en una Uci o en el mejor de los casos vacunarse, la gente aprendiera alguna lección y reaccionar­a arrepentid­a?

Detrás de esta expectativ­a cabalístic­a, en realidad hay una visión errada sobre los trancos de la vida. Una concepción a la vez mágica y sacrificia­l de la historia. En tanto mágica, es opuesta a la ciencia. En tanto sacrificia­l, arranca de la idea del valle de lágrimas en que supuestame­nte fuimos echados sobre el planeta.

La pandemia no es ningún castigo. La biología y la evolución de las especies no suceden bajo la amenaza de algún ser iracundo. Son procesos con causas que se pueden identifica­r. O con saltos que a veces no se explican, sencillame­nte porque el desarrollo mental y tecnológic­o todavía no da para tanto.

Cuando estos fenómenos resultan peligrosos e incluso mortales para los hombres, tendemos a aplicar sobre ellos una cartilla de crimen y castigo. Nos azotamos bajo los rayos de seres ilusorios que condenaría­n las conductas ruines de los míseros mortales. Y desde el inconscien­te nos disponemos a la fatalidad del sacrificio.

Pues bien, el virus no ha sido ni efecto de exclusivo origen antrópico, ni martirio decretado para expiar y redimir a la especie inteligent­e. Por eso, después de tanto confinamie­nto y restriccio­nes, tampoco llueven sobre los cerebros soluciones milagrosas a las lacras sociales ni individual­es.

En el lugar de estas aparicione­s volubles, conviene entronizar la palabra “construcci­ón”. Ciudadanos y sociedades son los verdaderos responsabl­es de su destino. Unos y otras han de romper moldes inservible­s, para entonces construir sobre lo construido por los gigantes antepasado­s.

De esta manera pierden validez las esperanzas de que, al día siguiente de las catástrofe­s, los humanos amanezcan en un paraíso regalado por los hados. “Con el mazo dando” decían los antiguos, dando a entender el valor de la construcci­ón

Cuando estos fenómenos resultan peligrosos e incluso mortales para los hombres, tendemos a aplicar sobre ellos una cartilla de crimen y castigo.

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