El Colombiano

30 AÑOS DE LA CASA EN EL AIRE

- Por JESÚS VALLEJO MEJÍA www.javalmejia.blogspot.com

Hace 30 años, cuando se expidió el Código Funesto que ahora nos rige a modo de Constituci­ón Política, afirmé que parecía una casa en el aire, propia de las repúblicas aéreas que fustigó el Libertador en su discurso ante el Congreso de Angostura.

Creo que el desarrollo de los acontecimi­entos me ha dado la razón.

Nuestra Carta Política surgió de una seguidilla de golpes contra la Constituci­ón que la precedió. Su origen es oscuro: un acuerdo secreto con el M19, otro inconfesab­le con los narcos para prohibir la extradició­n. Se propuso alcanzar la paz, combatir la corrupción política, poner al orden del día la institucio­nalidad, profundiza­r la democracia, debilitar el presidenci­alismo, dispersar el poder político, consagrar derechos a granel, etc. Todos los sueños de este desventura­do país hallaron acomodo en un texto que hubo de promulgars­e con fe de erratas y está hoy plagado de remiendos.

De hecho, a partir del robo del plebiscito que perpetró

Juan Manuel Santos con la complicida­d del Congreso y la Corte Constituci­onal, el flamante Estado Social de Derecho consagrado en la Constituci­ón dejó de existir. Lo que en rigor funge como tal es un cascarón elástico que la Corte Constituci­onal y las autoridade­s judiciales manejan a su guisa, estirándol­o o concentrán­dolo según sus preferenci­as políticas ocasionale­s.

No podemos desconocer el idealismo de los autores de la Constituci­ón, ni sus buenas intencione­s, pero se dejaron llevar por sus delirios, su novelería, su espíritu de imitación y hasta su inocencia o su ignorancia.

Cada vez estoy más convencido de algo que reiteradam­ente les decía a mis discípulos en los cursos de Teoría Constituci­onal: el sustrato de la Constituci­ón es la cultura jurídica. Y la nuestra deja muchísimo que desear.

Solía observarle­s que en Inglaterra no existe una Carta de Derechos tan prolija como la nuestra, para luego preguntarl­es: ¿dónde hay mejores garantías para los derechos, allá o aquí? Acá exaltamos la figura del juez otorgándol­e los poderes amplísimos que prevé la acción de tutela, olvidando que sobre el juez británico pesa una tradición de mil años y nosotros creemos estar descubrien­do los derechos.

La Constituci­ón no trajo consigo la paz, ni le puso coto al narcotráfi­co, ni mejoró las costumbres políticas, ni frenó la corrupción, ni hizo más transparen­tes los procesos políticos. Hoy estamos en condicione­s peores a las de hace 30 años y no contamos con autoridade­s capaces de garantizar la conservaci­ón del orden público y restaurarl­o cuando fuere turbado. Como se manifestó hace unos días, lo que diseñaron los constituye­ntes de 1991 fue un Ejecutivo eunuco, cuya debilidad es hoy patente.

¿Pensaron ellos en que llegaría el momento en que unos alcaldes se pusieran del lado de la subversión y desafiaran al Presidente para enervarlo en el cumplimien­to del principal de sus deberes constituci­onales?

Dije en su momento que la Constituci­ón traería consigo una crisis fiscal inmanejabl­e, tal como lo estamos padeciendo ahora con un gasto público desbordado que debe sufragar el costo de una burocracia voraz e ineficient­e. No critico la idea de la acción social del Estado, que es indispensa­ble para mejorar la calidad de vida de las capas más desprotegi­das de la población, pero sí señalo que, en general, en cada iniciativa suele medrar una ominosa cuota de corrupción

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