El Colombiano

JÓVENES DESCEREBRA­DOS Y VIEJOS REFUNFUÑON­ES

- Por ROSA MONTERO redaccion@elcolombia­no.com.co

Las pirámides de Egipto tienen pintados mensajes de hace 4.000 años en las que adultos refunfuñon­es de la época se quejaban de las nuevas generacion­es: “Los jóvenes ya no respetan a sus mayores y no tienen sentido del deber ni del sacrificio”. Y hace 2.500 años Sócrates decía: “La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y parlotea en vez de trabajar”. Se ve que no hay tópico más grande que el de criticar a la juventud, siendo uno añoso, y sostener que las nuevas generacion­es son una decepción y que van de cabeza a la catástrofe. Cosa que el tiempo ha demostrado que es falEl so, porque, si hubiéramos ido decayendo sin parar desde hace 4.000 años, a estas alturas seríamos amebas.

Así que no, cada generación no es peor que la anterior.

Cosa difícil de aceptar, lo comprendo. Es cierto que la nueva generación de “nativos digitales” tiene, por primera vez en la historia (o al menos en la historia que controlamo­s), un coeficient­e intelectua­l más bajo que el de sus padres. Eso cuenta el neurocient­ífico

Michel Desmurget en su reciente libro “La fábrica de cretinos digitales”. Sus datos resultan aterradore­s y concuerdan con otros estudios que demuestran el impacto de las nuevas tecnología­s sobre el cerebro. La única parte buena de todo esto es que ahora los viejos podemos arremeter contra las nuevas generacion­es contando por fin con cierta base científica. Aunque, pensándolo bien, como la tecnología también nos está fosfatinan­do la cabeza a los mayores, seguimos manteniend­o con los más jóvenes la misma ratio de entontecim­iento. No, no creo que sean peores que nosotros.

El problema es que, aunque el cerebro deja de crecer entre los 11 y los 14 años de edad, tarda mucho más en madurar. Por ejemplo, la corteza cerebral prefrontal no madura hasta los 24, y es una zona esencial porque regula el ánimo, la atención, el control de los impulsos y el pensamient­o abstracto, el cual, entre otras cosas, te permite anticipar las consecuenc­ias de tus actos. Por eso hasta alcanzar esa edad las personas cometen (y hemos cometido) tantísimas inconmensu­rables estupidece­s.

La diferencia es que antes los adultos eran más restrictiv­os y en general las familias ejercían un mayor control sobre los adolescent­es inmaduros, lo cual tenía partes buenas y partes muy malas. Nada que objetar a esos padres que respetan a sus hijos y los educan en la responsabi­lidad personal; mucho que lamentar en esas familias en las que el adolescent­e carece de límites, bien porque es mimado hasta el reblandeci­miento mental o porque es ignorado y dejado a su aire. Y aquí hay padres que dirán: trabajo tantas horas, estoy tan agotado que no tengo tiempo; y familias monoparent­ales que se quejarán aún más, y probableme­nte con razón; y llegarán los profesores y dirán que no dan abasto y que no pueden hacer milagros ante la desidia de algunos padres; y vendrán los expertos y explicarán que las redes amplifican los “malos ejemplos” y que el contagio de las necedades se multiplica.

Todos tenemos responsabi­lidad, en fin, y todos podemos tener también excusas. Pero más vale que empecemos a remar, porque no podemos permitirno­s que la cansina queja de los viejos contra los jóvenes termine siendo cierta

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