El Colombiano

La genial aventura de Giovanni Jiménez

Hoy, 22 de julio, se cumplen 50 años de la primera victoria de un ciclista profesiona­l colombiano en Europa.

- Por PABLO ARBELÁEZ RESTREPO

AGiovanni Jiménez Ocampo le faltó poco para vestirse de Marco Polo. La suya fue una aventura que por muchos años permaneció casi inédita, cobijada por el brumoso e inexorable paso del tiempo. Pero hoy, al cumplirse 50 años del primer triunfo de un escarabajo de la categoría profesiona­l en el Viejo Continente, esta hazaña se renueva.

Jiménez es el pionero. El ciclista que, deseoso de conocer nuevas experienci­as, dio el paso en nombre de su deporte y tuvo las agallas de emprender una nueva vida más allá de los mares para estar al lado de aquellos héroes de leyenda, cuyas hazañas se escribían en los periódicos y revistas.

La generación colombiana de los años 60 supo de la epopeya de Giovanni en el continente europeo, por medio de VEA Deportes. “Giovanni vislumbró otras posibilida­des que ninguno había visto. Le abrió el camino a nuestros ciclistas, cuando a nadie le cabía en la cabeza que ellos pudieran llegar a Europa. Fue nuestro correspons­al con notas de ciclismo durante varios años”, cuenta el periodista Jota Enrique Ríos, quien guarda estrecha amistad con Jiménez desde que eran turismeros.

Con el paso del tiempo, su rastro se fue desvanecie­ndo, pero los seguidores del ciclismo no le perdían la huella. Por años, la memoria histórica de este deporte colombiano, en el viejo mundo, estuvo confundida. Cuando se hablaba de victorias, casi siempre aparecía el nombre de Martín Cochise Rodríguez porque este, supuestame­nte, había sido el primer ciclista profesiona­l del país. Sin embargo, la realidad nos lleva a Giovanni Jiménez.

Pasaron tres temporadas en las que, más de una vez, el paisa “había pegado en el palo”, hasta que llegó el éxito. El 22 de julio de 1971, en el

Gran Premio de Mechelen, en Bélgica, disputado sobre 140 kilómetros, Giovanni, a los 29 años, saboreó por primera vez el triunfo como profesiona­l, luciendo la camiseta del equipo francés BIC, superando al belga Willy In’t Ven y al holandés Mat Gerrits. “Al final, los tres fuimos al embalaje. Yo me metí por el medio y el belga se recostó hacia las vallas. Lancé el sprint en una vía adoquinada y gané por centímetro­s con el golpe de riñón. La gente quedó feliz con el espectácu

lo”, contó Jiménez, quien agrega: “Ese día me premiaron con $5.500 francos belgas, aproximada­mente 135 euros de hoy, y un ramo de flores. También me entrevistó el anunciador oficial y me hice entender en el poco flamenco que sabía, pues mi fuerte era el alemán, ya que había vivido seis años allí. Esta jornada terminó con una invitación a un café-bar, como se acostumbra, para tomarnos unas cervezas con los amigos. Ahí, por supuesto, estaba mi novia Yolande, quien años más tarde sería mi esposa”, recordó el ciclista, desde Bélgica, su actual residencia.

Nueve días después, el 31 de julio, repitió la escena triunfante en la Omloop van de Scheldeboo­rden, en la región de Bazel-Waas, provincia de Oost-Vlanderen. Después de recorrer 178 km y tras desprender­se de una fuga de 7 corredores, tomó una diferencia de 25 segundos para ganar en solitario, cruzar la meta con el brazo izquierdo en alto y “sorprender a los embaladore­s”, tal como tituló un diario local.

Al acumular estas conquistas, los nombres de Colombia y de Jiménez quedaron en el álbum de oro de la historia del ciclismo nacional y figuraron en los periódicos de la región belga, acompañado­s de crónicas y fotos, que ilustraron los éxitos del ciclista del BIC, que también tenía en sus filas a Luis Ocaña, Jan Raas, Jan Janssen y a Jean Marie Leblanc, quien años después sería periodista de L’Equipe y director del Tour de Francia en los 90 e inicios de 2000.

Giovanni aprovechó su cuarto de hora. Se codeó con los mejores, entre ellos Eddy Merckx, Felice Gimondi, Francesco Moser, Roger De Vlaeminck, Raymond Poulidor y Joop Zoetemelk. Disputó tres mundiales de ruta para profesiona­les, en Mendrisio, San Cristóbal y Leicester, en representa­ción de Colombia; dos Vueltas a España – las que no terminó-, una Vuelta al País Vasco, y decenas de clásicas.

“Fue el pionero. Y lo hizo de una manera única, al encontrar el lugar ideal, la región de Flandes en Bélgica, en donde el ciclismo es tan venerado como en ninguna otra parte del mundo. Allá Jiménez estuvo como profesiona­l 13 temporadas, desde 1968 hasta 1979, cuando se retiró. El paisa vistió las camisetas de 8 escuadras y, en su paso por aquel país ganó 7 carreras, obtuvo 13 segundos lugares e igual número de terceros puestos”, resaltó el historiado­r

John Fredy Valencia, de Nuestro Ciclismo.

Pedalazos de gigante

Y para saber dónde y cómo surgió todo, Jiménez tuvo que dar mucho pedal. Giovanni nació en Medellín el 7 de junio de 1942. Se crió en el barrio Buenos Aires, cerca de la Placita de Flórez. Su casa quedaba a 50 metros del taller ciclístico de don Víctor Betancur, a donde llegaban los corredores más reconocido­s de la época. De “pelaito”, siempre los vio allí, y este detalle lo puso en la órbita del pedal.

Su primera victoria la obtuvo como turismero, en un circuito de los Intercoleg­iados, realizado por los alrededore­s de la Placita de Flórez. Meses más tarde lo selecciona­ron por Antioquia, al igual que a Jota Enrique Ríos, para correr el Nacional de Turismeros, disputado en 1959, en Bogotá. Años después se convirtió en campeón nacional del kilómetro contrarrel­oj en 1961, en Medellín y en 1962, en Bogotá.

Al obtener mayor renombre, se vinculó al club Mediofondo en el que Martín Cochise Rodríguez, Asdrúbal Salazar, Federico Ortiz, Hernán Hugo Escobar y Raúl Mesa fueron sus compañeros.

En 1962, la vida le dio un vuelco. Trabajando en la empresa Siemens, Giovanni conoció al ingeniero Joaquín Kauteky, quien lo invitó a radicarse en Alemania, oferta que también le hizo a Mario Vanegas, pero que este desechó. Jiménez Ocampo tenía 20 años –medía 1.76 y pesaba 65 kilos- y no pensó dos veces en irse.

“Fueron cinco escudos los que me movieron para afrontar la aventura: los dos títulos nacionales; la riqueza de ser joven y tener salud; el ADN del colombiano, compuesto por la pasión y el amor por el ciclismo; la motivación para ganar carreras y progresar. Igualmente, la fuerza de voluntad para luchar contra las dificultad­es que da la vida, me ayudaron a salir adelante”, manifiesta el corredor de 79 años.

Para viajar a tierras germanas, contó con la colaboraci­ón del médico Vinicio Echeverri

Arango, quien le ayudó a pagar el tiquete. En Santa Marta abordó el Fort Carrillón, un barco carguero, y la travesía fue una odisea, “porque vomité la mitad de los 12 días que duró el viaje a Hamburgo”. La adaptación a Alemania fue dura. Le tocó aprender el idioma y trabajar como obrero en los almacenes del ferrocarri­l de Munich, cargando mercancía. El final de 1962 fue para él una tortura por las nevadas, “un invierno que no olvidaré”.

Su sueño era ser un profesiona­l del pedal. En ciertos periodos se sintió como si estuviera en jaque pero había que dar el mate dentro de esta partida de ajedrez que se había vuelto su existencia, debido al invierno y la nieve. Se radicó en Colonia, meca del ciclismo alemán, a donde llegó sin tener conocidos y empezó a trabajar, durante la semana, en una fábrica que hacía cables submarinos, pero nunca abandonó la bicicleta.

Para conseguir la licencia UCI, saltó nuevos obstáculos. Además, el tiempo acosaba pero tras superar inconvenie­ntes, y con casi un año de espera, se vinculó al club Staubwolke Refrath (Nube de polvo), con el cual obtuvo ocho victorias en la ruta, como aficionado, especialme­nte en circuitos urbanos.

Los fines de semana sus compañeros se iban a correr a Bélgica. Él no tenía carro para ir y volver, y un amigo, el gendarme Emil Ruymbeke, abuelo del niño prodigio del ciclismo belga Frank Vandenbrou­cke, le prestó una casa para que viviera cerca a Bruselas.

En Bélgica debutó como aficionado, ganó seis pruebas estando afiliado al club Ruysbroeck, en el que conoció a quien hoy es su esposa, Yolande Berghmans, de nacionalid­ad belga y cultura flamenca. Obtuvo la licencia profesiona­l y en 1968 se vinculó al equipo Mann-Grundig.

Este fue el reto cumplido por Giovanni Jiménez, el ciclista que llegó a Europa, para mostrar el talento de los escarabajo­s. El genial aventurero al que solo le faltó vestirse de Marco Polo, para inspirar a los futuros corredores con las maravillas del mundo del pedal y que, en medio de sus preceptos de “simple, sencillo y sereno”, hiciera que la hazaña fuera aún más emocionant­e

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ARCHIVO EC ?? Corriendo en los Seis días de Zurich. Allí enfrentó a los famosos pisteros Sercu y Post.
FOTO ARCHIVO EC Corriendo en los Seis días de Zurich. Allí enfrentó a los famosos pisteros Sercu y Post.
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FOTO ARCHIVO EL COLOMBIANO En 1977, con la divisa del Theo Cops, belga.
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FOTO CORTESÍA Giovanni, su esposa Yolande y Marlon Pérez.

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