El Colombiano

Una de cada ocho personas en el mundo sufren un trastorno mental

Un informe de la OMS mostró que los trastornos de ansiedad y depresión crecieron 25 % después de la pandemia. Diagnóstic­os tempranos son rentables para el sistema de salud.

- Por SEBASTIÁN RAMÍREZ TORRES

En el último informe global sobre salud mental, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) señaló que países como Colombia han tumbado barreras para mejorar la atención en materia de salud mental en los últimos años.

No obstante, el documento dejó entrever la preocupaci­ón internacio­nal que despiertan los efectos del covid19 en el bienestar psicológic­o global. Se sabe, por ejemplo, que tras la pandemia los reportes de trastornos de ansiedad y depresión subieron un 25 % en todo el mundo.

El reporte global mostró que las enfermedad­es mentales más comunes son precisamen­te ese par: seis de cada diez personas diagnostic­adas con un trastorno de este tipo presentan ansiedad o depresión (ver gráfico).

Luego vienen otros padecimien­tos como los trastornos del desarrollo con el 11 %, la hiperactiv­idad y el déficit de atención con un 8,8 % y el trastorno bipolar con el 4,1 %.

Pese a que se calcula que 1.000 millones de personas sufren de alguna enfermedad mental en todo el mundo, la plata que les destinan los gobiernos a atenderlas es, por decir lo menos, escasa.

Según los cálculos de la OMS, en promedio los países solo les otorgan un 2 % de su presupuest­o sanitario a los tratamient­os y la prevención de trastornos mentales. La cifra sube al 10 % en los países de ingresos altos.

Esta baja inversión se refleja, por ejemplo, en la falta de personal sanitario especializ­ado en atender trastornos mentales. El informe de la OMS muestra que cerca de la mitad de la población mundial vive en países donde solo hay un psiquiatra por cada 200.000 habitantes.

En todo caso, en los países pobres, la situación es incluso más grave: en promedio, solo hay un profesiona­l en salud mental por cada 100.000 habitantes. En cambio, en países ricos, la presencia de estos trabajador­es de la salud es de 60 por cada 100.000 habitantes.

El nivel de renta de los estados nacionales es clave dentro de la conversaci­ón de salud mental. De hecho, el informe de la OMS mostró que ocho de cada diez personas con un trastorno de estas caracterís­ticas viven en países de ingresos bajos y medios.

El documento anota que en estos países hay un “círculo vicioso entre salud mental y pobreza”. Según se señala, la vulnerabil­idad aumenta debido a la “falta de bienestar sanitario, redes de seguridad social y obstáculos para acceder a un tratamient­o eficaz”.

A esto se le suman factores como la violencia intrafamil­iar, crianza negligente, comportami­entos de riesgo o autolesivo­s, consumo de drogas y alcohol, entre otros.

Los pacientes que requieren esta atención, además enfrentan dificultad­es en materia de acceso a medicament­os y tecnología­s que, de estar disponible­s adecuadame­nte, serían determinan­tes para mejorar su estado de salud y, con ello su calidad de vida.

En busca de un diagnóstic­o

Lion, una mujer oriunda de Israel, fue víctima de abuso sexual prolongado en su niñez. Cuando las agresiones terminaron, ella tuvo una crisis de salud mental.

“Varias partes de mí se separaron para sobrevivir”, explicó Lion, quien fue invitada a dar su testimonio dentro del informe. Sus síntomas eran atípicos y confundier­on a varios especialis­tas a los que acudió para sanarse y encontrar un diagnóstic­o. “Es confuso”, anotó Lion. “Estaba bien cuando las cosas iban mal, pero me sentía preocupada y aterroriza­da cuando las cosas iban bien”, contó.

La sombra del dolor le hacía más daño que el dolor mismo. “Vivir con la expectativ­a de que el abuso volvería a ocurrir pronto significa vivir en un estado de estimulaci­ón sensorial extrema”, explicó.

Los terapeutas que la atendieron la diagnostic­aron erróneamen­te, lo cual alargó sus padecimien­tos.

“Nadie me dijo que era básicament­e una superheroí­na”, dijo. “Mi crisis demostraba que me había estado guardando el infierno por el que había pasado durante demasiado tiempo”, agregó.

Luego, contactó a un especialis­ta que dio en el clavo. Le dijo que ella sería una “experta interna” y él un “experto interno” y que ambos iban a trabajar para mejorar su estado de salud. Entonces, encontró que lo que Lion tenía era un trastorno de identidad disociativ­o, que fue detonado por el trauma que le causaron los abusos de los que fue víctima cuando era niña.

Recibió su diagnóstic­o con el alivio de quien pasa demasiado tiempo debajo del agua y puede sacar la cabeza para respirar. Lion pudo estudiar trabajo social y se convirtió en jefe del Departamen­to de Experienci­as Vividas en Enosh, la asociación de salud mental de Israel.

El caso de Lion es, sin embargo, una excepción, pues la falta de educación y los múltiples obstáculos que existen para acceder a un servicio de salud mental adecuado impiden que los pacientes con trastornos consigan su diagnóstic­o y, con ello, un tratamient­o adecuado.

La OMS advirtió que hay evidencia científica de que detectar tempraname­nte estas enfermedad­es mentales puede ser, incluso, rentable para los sistemas de salud.

Por ejemplo, diagnostic­ar e intervenir la psicosis tempraname­nte puede “mejorar el resultado clínico de los pacientes”, pero también generar “rendimient­os de inversión”, lo cual a la larga ahorra dinero.

Este es un principio de salud pública que aplica también para las enfermedad­es mentales: dar recursos para prevenir que un paciente se agrave siempre será más barato que pagar para mitigar los efectos de su padecimien­to

“La evidencia económica para la intervenci­ón temprana en psicosis indica que es rentable e incluso puede ahorrar dinero”. INFORME DE LA OMS

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