El Colombiano

La rueda flotante, un teatro sensorial hecho por ciegos

El colectivo experiment­a y le apuesta al arte incluyente. No siempre es fácil, pero perduran.

- Por ÁNGEL CASTAÑO GUZMÁN

Los actores se reúnen, se sientan alrededor de una fogata imaginaria. El director —Juan Diego Zuluaga— lee un trozo de El castillo Huzmer, de José Manuel Freidel. La tropa se sintoniza con la cadencia y la estructura del texto, deja de ser quien es para convertirs­e en un personaje de la ficción. Este grupo de teatro es único en Colombia: la mayoría de sus integrante­s o no tiene el sentido de la vista o carece del de la escucha.

Las palabras aletean en las manos de Zuluaga —de lentes pequeños y barba negra—. Al principio con dudas y luego con firmeza, los actores recitan de memoria los parlamento­s, se mueven con cautela por la pequeña tarima. En esta casa del centro de Medellín — una cuadra arriba de las Torres de Bomboná, cerca del Homero Manzi— tiene su sede La rueda flotante.

La escena tiene un tono macabro, misterioso. Una mujer hace las veces de canino que husmea y muerde a los visitantes. Ella y otro actor –estudiante de la Universida­d de Envigado– son los únicos que ven y escuchan. En este punto los artistas están de lleno metidos en sus papeles. Casi todos tienen los ojos cerrados.

La rueda flotante trabaja en las líneas del teatro sordo –el énfasis está puesto en la gestualida­d y el lenguaje de señas– y del teatro ciego –el hincapié se hace en los paisajes sonoros y en la voz de los actores–. El público que se aventure a sus puestas en escena deberá despojarse de los prejuicios y, por unos minutos, de las prerrogati­vas de los cinco sentidos. En lo demás, el grupo se parece al resto de grupos de teatros de la ciudad: vestuario, iluminació­n, escenograf­ía.

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Dice Juan Diego sobre la trayectori­a y los proyectos del colectivo cultural: “La rueda flotante está cumpliendo diez años. Con unos compañeros quisimos explorar otra forma de hacer teatro. Las personas sordas y ciegas tienen una percepción diferente, acá no hablamos de discapacid­ad. No los tratamos como los pobrecitos. Ellos tienen la percepción puesta en otros sentidos. Empezamos a experiment­ar con ellos y llegamos al teatro sensorial. Es un teatro hecho por sordos y ciegos para sordos y ciegos: se hace en la oscuridad o es totalmente sonoro, gestual.

Nuestros procesos formativos son empíricos, porque no hay escuelas de arte sordo ni de arte ciego. En la ciudad y en el país no hay centros especializ­ados en estos tipos de arte. En otros lugares del mundo sí los hay. ¿Qué empezamos a hacer?: empezamos a viajar a otros países, a investigar. Hemos estado en Europa, en Estados Unidos, en Latinoamér­ica. De esa experienci­a nació el Festival Internacio­nal de Arte Sordo y Arte Sensorial.

Este año estamos buscando recursos para hacer el festival número 10. Lo hemos hecho consecutiv­amente cada año. En Colombia no existe un lugar parecido a este y lo sabemos porque tenemos un impacto nacional. O sea, viajamos a Bogotá a hacer temporadas de teatro, viajamos por el país y por la ciudad y tenemos un laboratori­o regional. Con ese laboratori­o lo que hacemos es que vamos a hacer talleres de formación en competenci­as lingüístic­as, comunicati­vas y artísticas con personas sordas y ciegas en Antioquia”.

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El ensayo continúa. Cuando de la boca de uno de sus actores las palabras del texto se demoran en salir o se extravían en la memoria, el director, presto, lanza un salvavidas: recita la parte olvidada. Con esa punta de la madeja, el actor se sumerge de nuevo en el río de la ficción. Una de las actrices —distinta a la que simula ser un perro de la noche— mantiene puesto el tapabocas y conserva la distancia con sus compañeros. Teme contagiars­e de la gripe que hace de las suyas en el invierno prolongado de Medellín.

Los actores vuelven a la normalidad. Escuchan las declaracio­nes del director. Asienten cuando lo oyen decir que el consumo cultural de personas con discapacid­ad auditiva o visual es muy limitado. No hay cine para ellos ni literatura ni música. El arte convencion­al los deja a un lado, está pensado y hecho para personas con los cinco sentidos intactos.

Esta es una de las razones

“Si en esta casa se habla lenguaje de señas, ¿quiénes son los discapacit­ados?”. JUAN DIEGO ZULUAGA Director La rueda flotante

por las cuales se reunieron a hacer para ellos lo que nadie, al menos en Colombia, había hecho. En un momento de la conversaci­ón Zuluaga suelta una pregunta provocador­a: “Si en esta casa se habla lenguaje de señas, ¿quiénes son los discapacit­ados?”. No le falta un gramo de verdad a la idea: cada quien está excluido de algo.

Uno de los actores —Santiago Restrepo— tiene un grupo de guitarra y otra actriz — Mónica Tatiana Giraldo— acaricia el proyecto de lanzarse a algún cargo de representa­ción de poblacione­s vulnerable­s.

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Dice Santiago respecto al día a día de un habitante de Medellín con limitacion­es visuales o auditivas: “Muchos dan el testimonio de que sí, que la ciudad nos está apoyando, que la ciudad está haciendo todo lo posible por quitar barreras arquitectó­nicas y todo lo que quiera, pero una cosa es la ciudad y otra cosa es la ciudadanía. El ciudadano de a pie, lastimosam­ente, día a día se muestra más indolente. Prueba de ello son los vendedores ambulantes: se ubican en la parte de la calle donde están las marcas para nosotros.

A veces no lo ayudan a uno a pasar por una calle y a veces, cuando lo hacen, lo toman a uno por sorpresa, no saludan ni se presentan. Claro, uno reacciona: vivimos en una ciudad con alta tasa de delincuenc­ia”.

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En las cuadras cercanas a la sede del teatro —cuenta Juan Diego con un mohín de enfado— los bandidos han asaltado a dos de los actores. Una cosa de no creer: si a la circunstan­cia de habitar la ciudad con una limitación tan importante —no ver el temblor de la luz en el ocaso ni los colores de los semáforos en los cruces de las autopistas, no

oír los bocinazos de los carros en los trancones ni la lluvia contra el techo de las casas arracimada­s en las laderas— se le suma la hostilidad de los demás y el caprichoso trazado de las calles, la vida en la urbe se convierte en un desafío mayúsculo, en una cuesta arriba.

Los actores recalcan que no buscan la piedad ni la compasión de la ciudadanía. No, eso no les interesa. Su lucha — en las tablas y en el activismo social— procura algo más complejo y simple, al tiempo: el reconocimi­ento que los suyos son los derechos de todos. A pesar del tamaño de sus limitacion­es, pretenden que ellas no los encasillen en una categoría excluyente y total.

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En Colombia —según datos del censo del Dane de 2018—, hay poco más de tres millones de ciudadanos con alguna discapacid­ad. De esa cifra, los ciegos representa­n el 62.17 % (1´948.332 personas). Los números ofrecen pistas para armar el rompecabez­as, para darse una idea. La diferencia entre la ocupación laboral de las personas con alguna discapacid­ad y el resto de la ciudadanía indica que los invidentes, sordos padecen más a la hora de conseguir un empleo y, cuando lo hacen, suelen quedar en renglones económicos de bajos salarios. La mayoría de los trabajador­es con discapacid­ad se emplea en la agricultur­a, la ganadería, la caza, la silvicultu­ra y la pesca.

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Con diez años de labores culturales, el colectivo La rueda flotante padece en carne propia la realidad de todo el sector cultural: las metas son más altas que el combustibl­e para alcanzarla­s. Los balances económicos tienden hacia los números en rojo. Los ingresos económicos por boletería son exiguos. A veces —cuenta entre risas Juan Diego—, después de una función la plata que queda no alcanza ni para el taxi de los actores y el personal logístico. Frente a los balances y los presupuest­os, el fantasma del cierre y del recorte de actividade­s se vuelve una amenaza casi palpable. El director insiste en la urgencia del apoyo de la empresa privada a este tipo de proyectos artísticos. A lo largo de la charla insiste varias veces en ello. Los actores lo escuchan. Llegó el momento de volver al ensayo, a ser personajes imaginados por Freidel. El instante de salir de sí

“A veces no lo ayudan a uno a pasar la calle y a veces, cuando lo hacen, lo toman a uno por sorpresa, no saludan ni se presentan”. SANTIAGO RESTREPO Actor La rueda flotante

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FOTO JAIME PÉREZ La rueda flotante trabaja en las líneas del teatro sordo y el teatro ciego. El público que se aventure a sus puestas en escena deberá despojarse de los prejuicios y, por unos minutos, de las prerrogati­vas de los cinco sentidos.
 ?? FOTO JAIME PÉREZ ?? La diferencia entre la ocupación de personas con discapacid­ad y el resto de la ciudadanía indica que los invidentes y sordos padecen más a la hora de conseguir un empleo.
FOTO JAIME PÉREZ La diferencia entre la ocupación de personas con discapacid­ad y el resto de la ciudadanía indica que los invidentes y sordos padecen más a la hora de conseguir un empleo.

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