El valor del diálogo
Cuando el expresidente Álvaro Uribe respondió favorablemente al llamado de Gustavo Petro a que tuvieran una conversación, muchas personas se mostraron extrañadas, sobre todo muchos jóvenes que no entienden ese diálogo entre los que ellos consideran enemigos. Pero una apreciación diferente tienen quienes conocen la política colombiana en sus raíces, y que saben que ese tipo de gestos corresponden a tradiciones y costumbres muy arraigadas.
Tan arraigadas que logran la comunicación entre dos líderes políticos que no podrían estar más enfrentados ni tener mayores diferencias como Uribe y Petro. Son valores y costumbres que hemos construido a lo largo de nuestra historia; que nos han protegido del caos total en los momentos más difíciles, y que ahora, cuando en Colombia se avecina un giro político cuyo rumbo aún no es claro, podrían ser también los que finalmente nos protejan de un desenlace fatal.
Una de esas tradiciones es el apego a las formas constitucionales y legales. A respetar los designios de la democracia. Eso de que Colombia tiene la democracia más antigua de América Latina no es una simple frase de cajón. Es un valor que está tan arraigado entre nosotros que, como recordaba el profesor Fernando Cepeda, incluso quienes han desafiado al Estado han sentido que su desafío, para tener existencia real, tenía que plasmarse en un acto con formalidades jurídicas: una de las cosas que entorpecieron y finalmente hicieron fracasar el golpe del coronel Diógenes Gil a López Pumarejo en 1944 fue que los golpistas no encontraban papel sellado para proclamar presidente al coronel.
Y hay entre nosotros otra tradición, que hemos construido y hemos adoptado como valor en la política, y es la de que, pasado el extremo rigor de las campañas, donde la enemistad y la rivalidad afloran por todos los poros, se reconocen los resultados, se felicita al ganador, y este convoca a los demás líderes y sectores a un diálogo amable y respetuoso en el que incluso se exploran posibles coincidencias. Esto, que algunos incendiarios despachan como tibieza o pactos entre élites, es el camino correcto, pues su alternativa es el enfrentamiento, que conduce o al estancamiento o a la violencia o a la combinación de ambas. Y no hay nada de malo en que sea entre élites; esa es la función del liderazgo: orientar las decisiones sociales, y llevar a cabo las conversaciones y los acuerdos que entre 50 millones de personas serían imposibles.
En este sentido hay signos alentadores de parte del presidente electo. Además del llamado a conversar que hizo a Álvaro Uribe y a Rodolfo Hernández, la entrevista que concedió Gustavo Petro a la revista Cambio llamó profundamente la atención por el talante moderado que mostró. Se le oyeron frases de una generosidad pocas veces vista en él para sus contradictores. “Ahí hay un país que ha sido poco entendido por las fuerzas progresistas. Un país conservador que le apuesta a que Colombia no cambie o que cambie en un sentido diferente del que nosotros buscamos”, reflexionó Petro.
Como pocas veces, también reconoció alguna responsabilidad de sectores de izquierda: “Hay que luchar tanto con el sectarismo de las derechas como con el de las izquierdas. Porque el sectarismo en Colombia lleva a la violencia”. Y tal vez algo más importante: que si su sector no hace un esfuerzo de apertura, se aísla y si se aísla, lo tumban.
Al respecto tampoco podemos pasar por alto el que al menos por ahora, Petro ha convocado para la conformación de su gobierno a personas que no vienen de las barricadas militantes de la extrema izquierda, sino que han estado en posiciones más centristas y tienen experiencia gubernamental, como Alejandro Gaviria, Cecilia López y José Antonio Ocampo.
Y sobre todo ha sorprendido con decisiones de un pragmatismo subido, que en principio muestran que está dispuesto a salir de posiciones radicales. Como lo fue, por ejemplo, proponer a Roy Barreras como presidente del Congreso, por encima de Gustavo Bolívar o de la hija de quien fue líder del M- 19, Carlos Pizarro.
Vamos a hacer un esfuerzo por recibir estos mensajes con toda la buena fe, lo cual no es fácil porque difieren mucho de la narrativa de Petro de tantos años. Una narrativa que lamentablemente, aún no lo abandona. De hecho, un día después de la entrevista con la revista Cambio dio otra al diario El País de España, con un registro completamente distinto: volvió al tono mesiánico y casi delirante, habló de sí mismo en tercera persona, se comparó con Bolívar y Gandhi y refirió una especie de conspiración fascista y de extrema derecha en su contra. “Si yo fallo, vienen las tinieblas que arrasarán con todo” o “era poco probable que yo pudiera llegar vivo al final del proceso electoral” fueron algunas de sus frases.
Ojalá siga primando ese nuevo Petro de apertura y diálogo, y no el Petro que divide y agrede. Así entonces podríamos dar gracias a todas las generaciones que han construido valores democráticos en el país, aunque a veces no parezca, y los han incorporado en lo más profundo de nuestro sentir político
Esto, que algunos incendiarios despachan como tibieza o pactos entre élites, es el camino correcto, pues su alternativa es el enfrentamiento, que conduce al estancamiento o a la violencia”.