El Colombiano

Sobre la obediencia y el perdón

- Por ANA CRISTINA RESTREPO JIMÉNEZ - redaccion@elcolombia­no.com.co

Aprendemos a obedecer, pero no a comprender el sentido de la norma antes de acatarla. Castigamos la desobedien­cia antes de dar un orden lógico a la exposición de las reglas”.

Desde ayer, y hasta el 28 de agosto, conoceremo­s los relatos y las recomendac­iones del informe final de la Comisión para el Esclarecim­iento de la Verdad (CEV). Uno de los planteamie­ntos implícitos en este acervo testimonia­l y de análisis en formato transmedia consiste en la descentral­ización y “desurbaniz­ación” de nuestro pensamient­o: una conquista de la reportería desde los años noventa que todavía no cala en el periodismo de opinión.

En esta primera etapa podemos establecer dos asuntos en los cuales, tanto la ciudadanía como las institucio­nes (escuela, familia, Iglesia...), debemos revisarnos: el lugar cultural de la obediencia y del perdón, valores de honda raíz cristiana y origen de la construcci­ón de héroes y mártires.

“Porque así como por la desobedien­cia de uno solo muchos fueron constituid­os pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituid­os justos”, versa Romanos 5:19. “¡No se lo repito!”, “A la una, a las dos, a las dos y media”… Nos forman bajo una concepción de obediencia inmediata, sin duda ni cuestionam­iento; la misma en la que los guerreros (legales e irregulare­s) se escudan para justificar sus actos. Es el retrato que Hannah Arendt dibuja en Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal: “Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intencione­s que `resultar un villano', al decir de Ricardo III. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrado­s por su extraordin­aria diligencia en orden a su personal progreso”.

¿Y si los guerriller­os y militares que hemos oído, gracias a la CEV y la JEP, se hubieran atrevido a lanzarse al agua como la entrenador­a que, en pleno Campeonato Mundial de Natación, desafió los protocolos para salvar la vida de una competidor­a desmayada en el fondo de la piscina? (Por “superficia­l” que parezca mi ejemplo: ¡salva vidas!).

Aprendemos a obedecer, pero no a comprender el sentido de la norma antes de acatarla. Castigamos la desobedien­cia antes de dar un orden lógico a la exposición de las reglas. En la sociedad, la obediencia colectiva, ciega, se convierte en resignació­n. ¿Por qué durante décadas nos resignamos a la guerra? ¡Porque la obediencia en medio del disenso suele ser la posición menos riesgosa, la más cómoda!

El segundo aspecto es el perdón. Hemos entronizad­o el perdón como requerimie­nto para resolver diferencia­s, sin dimensiona­r el dolor ajeno. La intimidad propia del perdón.

¿Quiénes somos para perdonar?

Solo en Antioquia, la CEV escuchó 2.197 voces, de las cuales 1.092 correspond­en a víctimas. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, Antioquia es el primer departamen­to en acciones bélicas. Concentra un 35,7 % de los asesinatos selectivos del país. Presenta las cifras más altas de secuestro ( 21 %), de atentados terrorista­s ( 19,12 %), de desaparici­ón forzada ( 24,55 %), de masacres (29,79 %), de reclutamie­nto infantil (15,43 %) y de violencia sexual (19,08 %).

¿Cuánto dolor cabe en 63.612 km2? La obediencia y el perdón tendrían más sentido sobre una base firme, inamovible: el respeto

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