El Colombiano

Antioquia, la gran herida del conflicto armado

En su informe, la Comisión de la Verdad reveló cómo la violencia arrasó en el departamen­to, que es líder en número de víctimas. La paz de Antioquia es la paz de Colombia.

- Por DANIEL RIVERA MARÍN

Como ya lo habían advertido las investigac­iones del Centro Nacional de Memoria Histórica y los datos recogidos por la Unidad de Víctimas —basados en denuncias y reportes de la Fiscalía—, la Comisión de la Verdad confirmó que Antioquia es la zona con más víctimas del conflicto armado, donde sucedieron 130.000 de los 450.000 homicidios de 50 años de guerra.

En el departamen­to sucedió el 20 por ciento de todos los casos de violencia del conflicto armado. Según datos del Registro Único de Víctimas, en Antioquia se registraro­n 2.261.383 hechos de violencia contra sus habitantes entre 1958 y 2019, de un total nacional para el mismo periodo de 11.275.329. Y la Comisión dice que ocupamos el primer lugar en todas las modalidade­s de victimizac­ión, salvo en ataques a centros poblados.

Para muchos es un fenómeno inexplicab­le. Se cree que la guerra en Meta y Caquetá fue más cruenta, sin embargo la hegemonía de las Farc —con excepción del norte del Meta— bajó la posibilida­d de confrontac­iones, aunque subió los casos de reclutamie­nto forzado y los consejos de guerra al interior de esa guerrilla; muchos de esos combatient­es terminaban en fosas comunes. Pero esa es otra historia.

En Antioquia surgieron a principios de los años 80 los frentes 5 y el Magdalena Medio de las Farc, sin contar con la presencia fuerte del ELN y el EPL en Urabá y el nordeste. Como respuesta, a finales de esa década nacieron las Autodefens­as Campesinas del Magdalena Medio (ACMM), exactament­e entre San Luis y Puerto Triunfo; también rondó allí el grupo Muerte a Secuestrad­ores (MAS). En esa guerra espiral hubo confrontac­iones de los ejércitos, masacres, secuestros, torturas, minas antiperson­al, una violencia que se mezcló con las prácticas terribles de desaparici­ón que en un primer momento implementó el narcotráfi­co.

Al analizar esos fenómenos se puede entender que Antioquia sea el departamen­to con más víctimas, lejos de las cifras que tienen departamen­tos como Meta, Caquetá o Valle del Cauca. El mismo presidente de la Comisión de la Verdad, el padre Francisco de Roux, señalaba el caso de este departamen­to como un fenómeno: “Por eso si Antioquia hace la paz, el país hace la paz”. Es que piensen ustedes lo que significa: fueron un poco más de 450 mil personas muertas durante 50 años de guerra.

En entrevista con EL COLOMBIANO, De Roux dijo: “Yo lo que siento es que en Antioquia hubo conflictos muy diferencia­dos y ocurrieron muchos conflictos simultáneo­s desde muy distintos lugares. Por ejemplo lo que pasaba en el Magdalena Medio: Puerto Nare, Puerto Berrío, Yondó, en la cuenca del Valle del río Cimitarra y Yondó y en frente de Barrancabe­rmeja, eso tuvo una violencia particular cruzada con lo que pasaba al otro lado del río Cimitarra, que es San Pablo y Cantagallo. Luego toda la zona donde están las partes mineras de Segovia, que fueron supremamen­te golpeadas. Luego Urabá, que tuvo una historia durísima y que nosotros hemos tratado de comprender. Luego todas las cosas que pasaron en Ituango y en norte del departamen­to. Y finalmente Medellín y el Oriente. Es decir, Antioquia tuvo una serie de conflictos diferencia­dos y allí está

toda la explicació­n”.

Para su informe, la Comisión de la Verdad —en cabeza de Martha Villa y Max Yuri Gil— entrevistó a 2.197 personas en Antioquia, entre ellos políticos, empresario­s, gobernante­s en ejercicio. 1.092 fueron víctimas de diferentes violencias ocurridas por todo el departamen­to.

Entre las conclusion­es que entrega el informe, se encuentra esta para explicar la violencia que vivimos: “La ambición por la ampliación de la gran propiedad terratenie­nte y ganadera, la búsqueda del control de tierras aptas para el desarrollo de grandes proyectos agroindust­riales y cultivos de uso ilícito, así como la búsqueda de hacerse con la propiedad de tierras que son claves por su riqueza natural o porque son necesarias para el desarrollo de grandes proyectos de infraestru­ctura, se han enfrentado en muchas ocasiones a las aspiracion­es y derechos territoria­les de comunidade­s étnicas y campesinas”.

Una diferencia entre este informe de la Comisión de la Verdad y los que realizó el Centro Nacional de Memoria Histórica en su momento, es que se tuvieron en cuenta las víctimas de la guerra del narcotráfi­co, categoría que muchos académicos sacan del marco del conflicto armado.

Dice la Comisión: “No se puede entender que en esta región se haya dado una intensa y prolongada presencia de todos los actores armados y que se tenga un récord negativo de liderazgo en prácticame­nte todas las modalidade­s de victimizac­ión, sin considerar el impacto del narcotráfi­co”.

Sucedió desde los años 80 que los grupos armados hicieron sus movidas de combate alrededor de los réditos de ese crimen. Las Autodefens­as empezaron como ejércitos que protegían a los ganaderos y también a los narcotrafi­cantes que vivían en el Magdalena Medio, muchos de ellos en la parte de Antioquia de esta subregión. Luego los frentes de las Farc que estaban en el Nudo de Paramillo se financiaro­n vigilando los sembrados de coca y cuando conocieron todo el proceso se metieron de lleno en el negocio —con el que se quedaron después las disidencia­s—. Finalmente, las AUC se convirtier­on en el refugio “político” de decenas de mafiosos. En medio de todo estaban las víctimas civiles —el 80 por ciento—. Es inevitable no ver el narcotráfi­co como parte del conflicto en Antioquia.

Ahora bien, la guerra movió a la población civil y a los gobernante­s a buscar salidas del derramamie­nto de sangre. La Comisión de la Verdad resalta en su informe que el departamen­to también ha visto valerosos procesos organizati­vos, de resistenci­a, tanto desde la sociedad civil, como desde expresione­s de la misma institucio­nalidad, “que han recurrido a diferentes formas de organizaci­ón, movilizaci­ón y acción recurriend­o en mucha ocasiones al arte, la cultura, el

deporte, la espiritual­idad; para construir espacios de resistenci­a a la guerra, y han significad­o para miles de personas en la región, una esperanza en medio de la barbarie”.

Más allá de la polarizaci­ón que ha traído el informe de la Comisión —una polarizaci­ón desmedida, pues ni siquiera se han divulgado todos los textos—, conocer esta parte de la historia que a veces no hemos querido ver desde la narrativa de los más golpeados nos ayudará a construir una sociedad cada vez más en paz, Antioquia ya ha demostrado —y lo hace— que trabaja concertada por un buen futuro

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