Viejóvenes al poder
Protestan algunos sectores de una probable nueva oposición a Petro porque por lo menos dos ministros del próximo gobierno y numerosos asesores y mejores nuevos amigos del presidente electo tienen edades superiores a los setenta años. Tal situación etaria, que no debería suprimir derechos en ninguna sociedad civilizada, debería ser una garantía de experiencia, conocimiento de los tejemanejes de la dirección del Estado y prudencia para tomar decisiones tan complejas y arriscadas como las que tienen que afrontar los que gobiernan. Entre muchas cualidades necesarias para dirigir las estrategias internacionales y la economía están en primer término la ecuanimidad y la capacidad de dialogar y aproximar a los contrarios. Los señores Leyva y Ocampo las personifican. Sin ellas, para nada servirán los demás atributos de un servidor público.
Es obvio que la juventud aporta una reserva intelectual, espiritual y moral de potencia superlativa. Desconocerlo sería una necedad. Pero leamos a Cicerón, en su tratado De senectute, la clásica teoría de la vejez, de los mayores y del envejecimiento activo, cuando enseña: “No hace las mismas cosas que los jóvenes. Pero hace cosas mayores y mejores. Las cosas grandes no se hacen con las fuerzas, o la rapidez, o agilidad del cuerpo, sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión. Cosas de las que la vejez no solo no está huérfana, sino que incluso suele acrecentarlas”.
No es atinado confundir la vejez con la decrepitud. Un viejo puede conservar y sostener bríos, fortaleza, empuje, resistencia y entusiasmo propios de un joven. Si le llega la decrepitud, entra en decadencia extrema, en la pérdida imparable de facultades físicas y mentales. Y un tipo de cincuenta años o menos puede llegar a ser decrépito. Casos se dan en la vida diaria. Hay jóvenes que piensan y actúan como si ya no tuvieran energías ni ánimo ni claridad intelectual que les permitan asumir funciones con mínima responsabilidad. Hay múltiples síntomas de ese estado indeseable, entre ellos la resistencia porfiada y caprichosa al cambio y la barbaridad de la ignorancia por renuncia al saber, a la información, a la lectura y al conocimiento de la historia y las cosas nuevas de la vida diaria.
Entre muchas cualidades necesarias para dirigir las estrategias internacionales y la economía están en primer término la ecuanimidad y la capacidad de dialogar y aproximar a los contrarios. Los señores Leyva y Ocampo las personifican”.
He dicho en muchas ocasiones que el conflicto generacional es la fuente principal de enfrentamientos en esta sociedad. Así como yerran los viejos que rechazan a los jóvenes, se equivocan los jóvenes que no aceptan a viejos, los marginan, los excluyen, les niegan derechos y los señalan como seres inservibles. Y esto pasa, porque me consta, hasta en ámbitos como el universitario, en los cuales debería primar el diálogo constructivo entre generaciones. Debería aceptarse el vocablo viejoven, que entraña una conjunción sapiente de viejo y joven, de joven y viejo. Lo manifiesto cuando acabo de coronar mis primeros tres cuartos de siglo y me siento, con todo y las canas y uno que otro achaque, enamorado de la vida activa y animado con los arrestos de un muchacho