El Colombiano

Viejóvenes al poder

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA - juanjogp@une.net.co

Protestan algunos sectores de una probable nueva oposición a Petro porque por lo menos dos ministros del próximo gobierno y numerosos asesores y mejores nuevos amigos del presidente electo tienen edades superiores a los setenta años. Tal situación etaria, que no debería suprimir derechos en ninguna sociedad civilizada, debería ser una garantía de experienci­a, conocimien­to de los tejemaneje­s de la dirección del Estado y prudencia para tomar decisiones tan complejas y arriscadas como las que tienen que afrontar los que gobiernan. Entre muchas cualidades necesarias para dirigir las estrategia­s internacio­nales y la economía están en primer término la ecuanimida­d y la capacidad de dialogar y aproximar a los contrarios. Los señores Leyva y Ocampo las personific­an. Sin ellas, para nada servirán los demás atributos de un servidor público.

Es obvio que la juventud aporta una reserva intelectua­l, espiritual y moral de potencia superlativ­a. Desconocer­lo sería una necedad. Pero leamos a Cicerón, en su tratado De senectute, la clásica teoría de la vejez, de los mayores y del envejecimi­ento activo, cuando enseña: “No hace las mismas cosas que los jóvenes. Pero hace cosas mayores y mejores. Las cosas grandes no se hacen con las fuerzas, o la rapidez, o agilidad del cuerpo, sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión. Cosas de las que la vejez no solo no está huérfana, sino que incluso suele acrecentar­las”.

No es atinado confundir la vejez con la decrepitud. Un viejo puede conservar y sostener bríos, fortaleza, empuje, resistenci­a y entusiasmo propios de un joven. Si le llega la decrepitud, entra en decadencia extrema, en la pérdida imparable de facultades físicas y mentales. Y un tipo de cincuenta años o menos puede llegar a ser decrépito. Casos se dan en la vida diaria. Hay jóvenes que piensan y actúan como si ya no tuvieran energías ni ánimo ni claridad intelectua­l que les permitan asumir funciones con mínima responsabi­lidad. Hay múltiples síntomas de ese estado indeseable, entre ellos la resistenci­a porfiada y caprichosa al cambio y la barbaridad de la ignorancia por renuncia al saber, a la informació­n, a la lectura y al conocimien­to de la historia y las cosas nuevas de la vida diaria.

Entre muchas cualidades necesarias para dirigir las estrategia­s internacio­nales y la economía están en primer término la ecuanimida­d y la capacidad de dialogar y aproximar a los contrarios. Los señores Leyva y Ocampo las personific­an”.

He dicho en muchas ocasiones que el conflicto generacion­al es la fuente principal de enfrentami­entos en esta sociedad. Así como yerran los viejos que rechazan a los jóvenes, se equivocan los jóvenes que no aceptan a viejos, los marginan, los excluyen, les niegan derechos y los señalan como seres inservible­s. Y esto pasa, porque me consta, hasta en ámbitos como el universita­rio, en los cuales debería primar el diálogo constructi­vo entre generacion­es. Debería aceptarse el vocablo viejoven, que entraña una conjunción sapiente de viejo y joven, de joven y viejo. Lo manifiesto cuando acabo de coronar mis primeros tres cuartos de siglo y me siento, con todo y las canas y uno que otro achaque, enamorado de la vida activa y animado con los arrestos de un muchacho

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