El Espectador

Irán contra la primavera

- ÓRBITA GLOBAL MARCOS PECKEL

Líbano e Irak han sido en las últimas semanas escenarios de gigantesca­s manifestac­iones del pueblo, el de verdad, de todas las vertientes religiosas y étnicas, contra sus gobernante­s, corrompido­s, aislados de la gente, quienes han azuzado los conflictos sectarios para mantenerse en el poder. Somos testigos de la Primavera Árabe 3.0.

La primera estalló en 2010 con resultados nefastos; Siria, Yemen y Libia, Estados colapsados, y Egipto, que dio un giro de 360 grados para volver al régimen militar. Túnez, que ha encontrado el camino a la democracia e inclusión, es la admirable excepción. La segunda ola de la Primavera en 2018, aún en desarrollo, dio al traste con los dictadores de Sudán y Argelia, sin embargo, los ejércitos en ambos países se aferran al poder.

Líbano e Irak tienen gobiernos controlado­s en mayor o menor medida por Teherán. En el caso del país del cedro, la organizaci­ón terrorista Hezbollah, con una milicia mucho más fuerte que el ejército nacional, forma parte del gobierno, mientras que en Irak, tras la derrota de ISIS, las milicias shiítas -unidades de movilizaci­ón popular- adscritas igualmente a Teherán y los políticos shiítas mandan, y son el blanco de las masivas protestas.

Ambos países, Líbano e Irak, sufren serias deficienci­as de gobernanza, corrupción, sectarismo, falencias en los servicios públicos, cortes de electricid­ad, desempleo, basuras sin recoger y esperanza robada a su población más joven.

Enardecido­s manifestan­tes han dirigido su furia contra Irán, al que responsabi­lizan de “controlar el país” abriendo una vez más la histórica brecha entre los shiítas árabes y los shiítas iraníes. Imágenes del líder supremo iraní, Ali Sayed Khamenei, han sido presas de las llamas y el consulado persa en la ciudad sagrada de Karbala fue atacado por manifestan­tes que entonaban consignas contra Irán y contra el gobierno proiraní en Bagdad. En Líbano, las “camisas negras” de Hezbollah han atacado en motos a manifestan­tes.

Para Irán estas protestas ponen en jaque su dominio sobre estos dos países, por lo que Teherán no permitirá que sucedan cambios en el poder que puedan amenazar su hegemonía, así tenga que usar violencia extrema. Los aproximada­mente 250 muertos en Irak les son atribuidos a milicias proiraníes. En su honor, los pobladores de Nayaf, otra ciudad sagrada de los shiítas, cambiaron el nombre de una avenida “Ayatola Khomeni” -líder de la revolución islámica en Irán- a “Mártires de octubre”.

Para el régimen de los ayatolás que las protestas en su contra en 2009, tras el fraude electoral que despojó de la victoria presidenci­al a Mir Hosein Musaví, Irak y Líbano son el bastión de su coraza shiíta, que incluye a una incierta Siria. No los dejará ir, sin importar el costo.

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