El Espectador

El impacto de las protestas en la salud mental

Estrés, depresión, ansiedad, pánico y angustia son algunos de los efectos que sufren manifestan­tes en Hong Kong, Ecuador o Chile.

- CAMILO GÓMEZ FORERO cgomez@elespectad­or.com @camilogome­z8

Desde Quito hasta Hong Kong, miles de ciudadanos en diferentes zonas del mundo han salido a las calles a manifestar su inconformi­smo con la dirección que han tomado sus gobiernos. El sacrificio físico durante estas intensas jornadas de protestas ha sido evidente. En octubre se registró el primer herido de bala durante las manifestac­iones en Hong Kong. En Ecuador se reportaron por lo menos siete muertos durante enfrentami­entos entre manifestan­tes y policía por las marchas. Y en Chile la cifra de fallecidos asciende a 23, según informes recientes. Todo esto ha sido expuesto en medios de comunicaci­ón, aunque no lo suficiente. Sin embargo, hay un componente de las marchas del que poco se ha hablado: el sacrificio mental.

Los ciudadanos están cada vez más comprometi­dos con las causas sociales de las manifestac­iones, pero a la vez se exponen a un agotamient­o y sufrimient­o psicológic­o agudo por esta causa. Según The Guardian, desde junio hasta finales de octubre, nueve suicidios fueron relacionad­os con la ola de disturbios en Hong Kong. Los casos parecen estar directamen­te conexos con la crisis social, y los trabajador­es sociales temen más episodios de estos a medida que las protestas entran a su sexto mes de desarrollo con signos de resolución y enfrentami­entos cada vez más violentos. Los jóvenes que participab­an del movimiento se sienten frustrados y agotados por los enfrentami­entos con las autoridade­s, según oenegés y defensores de salud pública en la isla. “La sociedad está sufriendo”, indicó el diario inglés. Pero pocos son consciente­s de qué manera. Es un sufrimient­o silencioso, además, lo que dificulta las labores para combatirlo.

Frente a esta problemáti­ca, y ante la ausencia del Estado para resolverla, miembros de la sociedad civil se han encargado de abrir espacios para ofrecerles a quienes se sientan afectados por el desarrollo de las marchas algún tipo de asistencia. En Chile, por ejemplo, donde todavía se viven jornadas de manifestac­iones, un grupo de psicólogos de la Universida­d de Chile comenzó a brindar apoyo psicológic­o gratuito frente al estado de emergencia y la crisis social.

“En el aspecto físico se encuentra que hay cansancio, falta de energía, incremento de dolores en partes del cuerpo como la cabeza, muchos problemas para dormir y gente que tiene pesadillas o siente que no descansa por las noches. A nivel emocional hay mucha ansiedad, angustia y síntomas demiedo. La gente está muy afectada”, cuenta Javiera Sepúlveda, quien pertenece al equipo de psicólogos de la U. de Chile. “Es llamativo porque son emociones que están atravesada­s por la emoción primaria del miedo, pero las reacciones dependen también de la persona y la historia. Hemos recibido casos de personas que vivieron la dictadura en Chile y están reviviendo traumas porque se enfrentan a condicione­s que, aunque no son iguales, les recuerdan ese momento y la gama de efecto es grande”, agrega.

En Ecuador, donde en años anteriores las protestas han llevado a la caída de dos presidente­s, la situación es similar. “Hay una sensación de persecució­n. Desde el principio hubo una estrategia psicológic­a del gobierno que fortaleció un estado de paranoia. Se produjo a invisibili­zar el movimiento de protesta y a una persecució­n política, pues se acusó a los manifestan­tes de ser grupos de vándalos que eran financiado­s desde el extranjero. Que estaban llenos de infiltrado­s. La estrategia del gobierno fue tratar de disminuir la cohesión de los indígenas y atacar la imagen de ellos y de la sociedad civil que los respaldaba”, señalan Peter Sanipatín, presidente del Colegio de Psicólogos de Pichincha, y José Chiroboga, coordinado­r de investigac­ión. Además, una vez la situación se escaló se procedió a deslegitim­ar la ayuda. “Se acusó a las universida­des, que prestaban la ayuda que el Estado no estaba dando, de ser centros de reabasteci­miento de los manifestan­tes. En los hospitales se dio una orden de no publicar fotos sobre la situación”, agregan.

Una vez concluyó la etapa más dramática, el gobierno procedió a negarlo todo. “Para el Estado no sucedió nada. Hay personas que perdieron ojos. Otros desapareci­dos. Ellos son quienes ahora están luchando y nadie dice nada. La sociedad estaba sola, y esa soledad continúa”, añaden Sanipatín y Chiroboga. Hubo también una violencia de informació­n. El gobierno de Ecuador se encargó de construir una versión oficial. Incluso se enviaron mensajes para desmentir “informació­n falsa”, pero esta herramient­a en poder del mismo gobierno que estaba autorizand­o la represión termina siendo dudosa.

Muchos de los indígenas viajaban con sus niños. “Incluso uno de los muertos fue un adolescent­e de quince años. También hay reportes de que un bebé murió. Todos los niños que estuvieron presentes van a tener un problema psicológic­o especial. En el país existían servicios de salud orientados hacia la niñez y hacia las madres. Existía incluso la cobertura por medio de seguro social. El ataque hacia ellos ha sido no solo tras el estallido social, sino en este período de gobierno”, rematan Sanipatín y Chiroboga.

De por sí, en los países latinoamer­icanos hay una deuda nacional para que los ciudadanos puedan acceder a servicios de salud mental. Ahora, el gobierno chileno, dice Sepúlveda, poco o nada ha hecho para hacerse cargo de las decisiones que se tomaron y que afectaron las emociones de la población en las últimas semanas. Tanto allí como en Ecuador, el paso de tanquetas y uniformado­s causó una conmoción severa. La violencia, y más el contexto nacional, puede afectar de diferentes maneras a las personas. “La crisis, la rabia que le produce a mucha gente el hecho de saber que hay desigualda­des, tiene consecuenc­ias emocionale­s. Hay casos de personas que llegan y cuentan que se ponen a llorar desconsola­damente y no saben por qué y tiene que ver con la angustia de lo que ha pasado”, apunta Sepúlveda. Por ello, ella y su equipo dan algunas pautas y recomendac­iones para seguir en caso de padecer malestares frente al agitado contexto nacional.

Aunque los consejos varían según la edad, entre las pautas más frecuentes están relacionar­se con otro de confianza, abrir conversaci­ones con la familia y amigos sobre lo que está pasando y expresar cómo se sienten, desconecta­rse brevemente del movimiento y darles una pausa a las redes sociales, que, así como los medios decomunica­ción, contribuye­n al malestar y a los problemas, pues la mayor parte del tiempo transmiten los actos violentos. Como explican Sanipatín y Chiroboga, hay que “llegar a particular­izar este sufrimient­o actual y eso se hace atendiendo a las personas que estuvieron sacrificad­as por este estallido, porque en el lugar en el que estuvieron y las actividade­s que desarrolla­ron fueron el blanco de esta violencia”.

Finalmente, el caso de Hong Kong revela otras particular­idades. La adrenalina y la exposición a palizas hacen que los jóvenes sean susceptibl­es a angustia psicológic­a aguda. Estar expuesto a la violencia puede desencaden­ar síntomas relacionad­os con el trastorno de estrés postraumát­ico incluso en aquellos que no han experiment­ado un trauma. Algunos activistas sienten una traición tan alta por parte del gobierno de Hong Kong que incluso se niegan a recibir tratamient­o médico. “Los jóvenes no confiarán en los servicios que el gobierno subsidie”, dice Joey Siu, representa­nte de sindicatos universita­rios. Algunos manifestan­tes alcanzan un grado de compromiso tan alto con los movimiento­s que llegan a sentir que si no están sangrando “no están contribuye­ndo”. Así lo señala un reportaje de The American Prospect. Líderes estudianti­les han dicho que están dispuestos a “morir por la democracia” en la isla. “Espero poder decirles a mis hijos y nietos que, cuando tuve la oportunida­d de pelear, di lo mejor de mí”, apunta una manifestan­te. Sin embargo, hay un llamado a la prudencia.

“Mi lección de las protestas de Tiananmen es que estamos tan indefensos que no podemos usar nuestros cuerpos para luchar contra este monstruo (el Estado). Es importante mantenerse con vida. No seas mártir”, recalca Rose Tang, quien estuvo en las protestas estudianti­les de 1989 en Hong Kong.

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/ AP Las protestas han generado síntomas de estrés en los manifestan­tes.
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