El Espectador

Escribir la imagen

- ENTRE LÍNEAS JULIANA MUÑOZ TORO

¿Qué historias nos contaría El jardín de las delicias de El Bosco? No las que los expertos enuncian, sino las que nosotros creamos basados en nuestra propia interpreta­ción del Paraíso, de la lujuria, del exceso. Ese ejercicio retórico de volver palabra la imagen tiene un nombre, écfrasis, y, según los griegos, significa “explicar hasta el final”, pues un cuadro no necesita palabras, ya es una historia terminada, tiene su propia poética, su propio lenguaje. Pero el ejercicio es ese: contar hasta el final, contar hasta el cansancio, contar más de la cuenta.

Una de las écfrasis que más me intrigan es la que hizo Jorge Luis Borges acerca de Los tapices del unicornio que alguna vez vio en The Cloisters, un museo de la Edad Media ubicado en la ciudad de Nueva York: “Vemos en los tapices/la resurrecci­ón y la muerte/del sentenciad­o y blanco unicornio,/porque el tiempo de este lugar /no obedece a un orden. (…) Siento un poco de vértigo./No estoy acostumbra­do a la eternidad”.

La imagen no solo induce a más creaciones, como la literaria, sino que en la escritura misma se buscan narracione­s que logren ser visuales. La poesía es un género que sabe cómo lograrlo, pues busca, entre otros, fijar con metáforas algo que ya hemos visto, pero de una manera que no hemos visto. “¿Pero quién puede alejarse para mirar/cuando está enamorado?/ El muro no ve el hermoso conjunto./ Ve pequeños tentáculos/que se clavan en él./La enamorada ve el muro descarnado.”, dice, o muestra, mejor, la poeta argentina Estela Figueroa.

Esas palabras de Figueroa se podrían recetar, segurament­e, para darle alivio a ese amante que parece enamorado del muro y que, sin saber cómo es en realidad, “seguro siente su humedad/cuando ha llovido”. De igual manera, una obra de arte podría resolver preguntas esenciales. En el periódico The New York Times hay una columna llamada Culture Therapist (Terapeuta Cultural) en la que se recomienda­n obras de arte a modo de consejo a los lectores que envían dilemas así: “¿Cómo silenciar mi miedo al fracaso cuando estoy comenzando a escribir?”. La receta fue Retrato de un estudiante, de Rembrandt, un hombre que escribe en una hoja de papel sobre un libro, pues para escribir hay que leer al otro, aceptar esa inspiració­n, reescribir lo aprendido.

Las obras de arte no tienen una deuda con la literatura, pero la literatura, más que estar en deuda, aún podría explorar más las posibilida­des de la imagen. Incluso hoy en día se habla de “analfabeti­smo visual” para referirse a quienes no les enseñaron desde chicos, así como se les enseña a escribir, a mirar más, a comunicars­e visualment­e, a leer la imagen y también a cuestionar­la. Cuánto más podríamos saborear el mundo si viéramos, viéramos de verdad.

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