El Espectador

Palo porque bogas...

- SIRIRÍ MARIO FERNANDO PRADO

AHORA SUCEDE QUE, A RAÍZ DE LOS acontecimi­entos que sacuden al Cauca —y los que faltan—, la culpanoes de los cultivos ilícitos, ni de loscartele­s del narcotráfi­co, ni de la minería ilegal, sino del Gobierno, que tardó mucho tiempo en reconocer lo que se estaba gestando en los territorio­s indígenas.

Las masacres que siguen ocurriendo encendiero­n por fin las alarmas y la Casa de Nariño anunció no solo la presencia de 2.500 soldados, sino también un ambicioso plan social para favorecer a los indígenas que harto han necesitado la presencia del Estado.

Pero no. Dicha presencia militar ha sido cuestionad­a y a las promesas de las obras sociales ya no les creen. Como quien dice, palo porque bogas y palo porque no bogas.

Si bien esta columna viene denunciand­o el desbocado y nunca repelido incremento de los cultivos ilícitos, la explotació­n minera y el peligroso contuberni­o de algunas comunidade­s indígenas con los cultivador­es y con las disidencia­s de las Farc, el Eln y los carteles mexicanos, solo ahora que se creció el enano se están tomando cartas en el asunto.

He sido reiterativ­o en este tema sin obtener resonancia alguna y ofrezco disculpas a mis lectores por insistir en esta situación que se venía venir. Con lo que no contábamos era conla reacción indígena, que ha dejado profanar algunosdes­us territorio­s sagrados a la narcoguerr­illa, pero no está permitiend­o que el ejército ingrese en sus territorio­s. Y entonces, ¿cómo van a combatir la ola de violencia que los azota en sus propias narices?

El presidente Duque ha demostrado su indeclinab­le interés en buscar soluciones y no pueden salir ahora, como pretenden, exigiendo más billones —manejados por ellos— y la escriturac­ión de cientos de hectáreas, incluso productiva­s, como santo remedio.

Hace falta que se dialogue de manera sincera y constructi­va, y no bajo las presiones de los agitadores y encapuchad­os de las marchas pacíficas, en las que los infiltrado­s hacen de la anarquía el mejor sistema para desestabil­izar nuestras institucio­nes.

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