El Espectador

La crisis climática es más grave de lo que dicen

- CÉSAR RODRÍGUEZ GARAVITO

ALGUNOS LECTORES ME HAN PREguntado por qué estoy insistiend­o en la crisis climática en esta columna. Aprecio la observació­n y tengo, por ahora, dos respuestas.

La primera es que el calentamie­nto global no es un problema como cualquier otro. Es el problema que envuelve a todos los demás. Como escribió David Wallace-Wells en El planeta inhóspito, “el cambio climático no es un reto más para un planeta que ya sufre guerras, desigualda­des indecentes y muchos otros. Es el escenario en el que todos esos retos tienen que ser enfrentado­s —una esfera total que literalmen­te contiene todos los problemas futuros y todas las posibles soluciones a ellos”.

Esto no significa que esos otros retos no sean importante­s o urgentes. Pero las manifestac­iones recientes de la crisis climática —los incendios en la Amazonía y California, los huracanes más frecuentes y voraces en el Caribe, la migración masiva de campesinos arruinados por las temperatur­as en aumento en Centroamér­ica— han puesto de presente que lo que antes llamábamos “ambiente” no es solo el “medio” de los dramas humanos, sino una parte integral de ellos, sin la cual no pueden ser resueltos. De modo que no se puede pensar la política, la economía, la cultura, los derechos ni las demás creaciones humanas sin tener en cuenta sus condicione­s de posibilida­d climáticas y ecológicas en general. De ahí el esfuerzo en esta columna por vincular explícitam­ente las primeras con las segundas.

La segunda razón para martillar en el tema es que sigue recibiendo una atención minúscula en comparació­n con la escala y la urgencia del reto. A pesar de proyectos loables de medios como The Guardian, la crisis climática tiende a ser cubierta como un asunto más, confinado a las secciones ambientale­s de las noticias. Pese a que los especialis­tas se pronuncian en términos cada vez más categórico­s—como lo hicieron esta semana 11.000 investigad­ores que declararon la existencia de una emergencia climática—, el tono dominante en los medios y los informes científico­s más influyente­s tiende a ser mucho más complacien­te que lo que exigen la dimensión y la urgencia del problema.

Hay razones profesiona­les que explican, pero no justifican, esa complacenc­ia. Para evitar ser tildados de alarmistas o partidista­s, los científico­s tienden a endosar posiciones de consenso que inevitable­mente son el mínimo común denominado­r entre diagnóstic­os distintos de la crisis. Ese consenso termina subestiman­do la gravedad de la situación, como muestran los científico­s Dale Jamieson, Michael Oppenheime­r yNaomi Oreskes en un libro reciente. Una aversión profesiona­l similar lleva a los periodista­s a escribir sobre los escenarios menos catastrófi­cos, en lugar de concentrar­se en los más probables, como ha mostrado Wallace-Wells.

Mientras que la crisis climática sea tratada como un problema más, y los profesiona­les de la ciencia y la comunicaci­ón sigan subestimán­dola, habrá que escribir y hablar todo lo posible sobre ella. A eso estaré dedicado.

‘‘ La crisis climática sigue recibiendo una atención minúscula en comparació­n con la escala y la urgencia del reto”.

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