El Espectador

Pormenores de la guerra contra religiosos liberales

Un reporte de integrante­s de la Mesa Ecuménica por la Paz relata cómo y quiénes del sector progresist­a de la Iglesia católica fueron asesinados o desapareci­dos por cuenta del conflicto armado y del sesgo anticomuni­sta.

- DIANA DURÁN NÚÑEZ dduran@elespectad­or.com @dicaduran

La Mesa Ecuménica por la Paz le entregó a la Comisión de la Verdad un informe que relata con detalles cómo y quiénes del sector progresist­a de la Iglesia católica fueron asesinados, desapareci­dos o están en el exilio por cuenta del conflicto interno del país y el clima anticomuni­sta que reinó durante años.

Ser parte del ala “liberal” de la Iglesia católica, que profesaba su fe desde la teología de la liberación, conformó el grupo Golconda y fue percibida como “comunista”, les costó la vida a decenas dehombres y mujeres. Así lo señala un informe entregado por laMesa Ecuménica por laPaz a la Comisión para elEsclarec­imiento de la Verdad, en el que piden al organismo que tenga en cuenta a quienes fueron asesinados, desapareci­dos o partieron al exilio por pertenecer a la Iglesia de los Pobres (IP).

“Los sectores más retardatar­ios de la Iglesia catalogaba­n a la teología de la liberación y a la pastoral que acompañaba esta teología como heterodoxa, impura, una teología manipulada e instrument­ada por las izquierdas. Especialme­nte, el caballito de batalla era que la teología de la liberación hacía (uso) del marxismo para hacer análisis sociales, y como el marxismo era ateo, entonces la teología de la liberación acudía a un recurso espurio, no legítimo, de una herramient­a que no se podía usar en la Iglesia porque provenía de sectores ateos”, se lee en el informe.

Satanizar a religiosos liberales no ocurrió solo en Colombia. Un ejemplo es monseñor Óscar Romero en El Salvador, quien denunció desde el púlpito los abusos de las fuerzas militares y, para 1979, ya era persona non grata en el Vaticano. En mayo de 1979 viajó hasta Roma y le tocó “mendigar” una audiencia con el papa Juan Pablo II. “Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”, dijo antes de ser asesinado el 24 de marzo de 1980.

En Guatemala fue similar. En el informe que la Comisión para el Esclarecim­iento Histórico lanzó en 1999 se lee que “aunque el número de ejecucione­s arbitraria­s de sacerdotes católicos fue menor en comparació­n al de catequista­s, el efecto sobre los feligreses se multiplicó por la relevante posición del sacerdote en la vida de la comunidad. Los sacerdotes se involucrab­an no solo en la esfera de lo religioso, sino que trataban de aliviar materialme­nte la pobreza y el sufrimient­o de la población, a la vez que alentaban a las personas a luchar por sus derechos”.

Nada lejos de lo que concluyó en Colombia la Mesa Ecuménica por la Paz: “(Los) hechos victimizan­tes de figuras claves de la IP generaron que las formas organizati­vas de las comunidade­s adscritas a este proyecto de Iglesia también fuera victimizad­o (...) Se truncó el proyecto de Iglesia de los pobres en diversos procesos organizati­vos y se afectaron los procesos de organizaci­ón de campesinos, sectores populares, comunidade­s cristianas y CEBS (comunidade­s eclesiales de base) en los territorio­s”.

Ómar Fernández Obregón es uno de los ocho investigad­ores de la Mesa Ecuménica por la Paz que elaboraron este informe. “Las fuerzas de seguridad vieron en la Iglesia de los Pobres el llamado enemigo interno. Eso llevó a que se desarrolla­ran por más de tres décadas, asesinatos y masacres”, le dijo a El Espectador. Fernández explica que, como esas personas eran reconocida­s en los territorio­s y hacían parte de un movimiento progresist­a, motivadas “a compromete­rse con los sectores pobres de la sociedad”, los crímenes “estaban orientados a neutraliza­r su trabajo pastoral y social”.

El listado de víctimas del informeinc­luye 48 nombres. Allí figura monseñor GerardoVal­encia Cano, quien “regresó del Concilio Vaticano II convencido de que el evangelio realmente vivido requería de un mayor compromiso del clero”. Como obispo deBuenaven­tura trabajó con comunidade­s negras y fue “presionado, calumniado, estigmatiz­ado (y) amenazado de sacarlo de su diócesis por obispos, miembros del clero de su misma comunidadr­eligiosa, por el Estado y la ‘alta alcurnia social’”. Lo persiguier­on hasta enero de 1972, cuando la avioneta de Satena en que viajaba se cayó.

A Valencia Cano lo llamaban el “obispo rojo”. Fernández Obregón explica que la persecució­n a los movimiento­s más liberales de la Iglesia católica fue “una política agenciada desde Estados Unidos, que indicaba que las iglesias progresist­as debían ser contrarres­tadas”. Golconda —grupo del que hacía parte monseñorVa­lencia— era, en palabras del historiado­r Álvaro Acevedo Tarazona, un intento de la Iglesia católica de ponerse a tono con los cambios sociales y políticos. Los sacerdotes de esa organizaci­ón fueron llamados “curas rebeldes”. Si alguien se opuso a ellos fue Alfonso López Trujillo.

Decano de los cardenales católicos enRoma, presidente delPontifi­cio Consejo para la Familia, candidato a Papa, el cardenal López Trujillo tuvo ascendenci­a en la institució­n católica. Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano, libro del filósofo francés Frédéric Martel, recoge testimonio­s que cuentan que López, además de exigir trato de rey y amasar una fortuna, se relacionab­a con grupos paramilita­res y señalaba a los curas que hacían labor social en los barrios. Esa versión la confirma, en el informe entregado a la Comisión de laVerdad, un sacerdote antioqueño que aseguró que su exilio tuvo que ver con las “listas de muerte” del cardenal López Trujillo.

La lista sigue. Sergio Restrepo, jesuita, trabajaba en el Alto Sinú y San Jorge. Hizo pintar un mural en el que “se incorporó a la memoria de las torturas, violencias y muerte” que sufrió su antecesor en la parroquia de Tierralta, Bernardo Betancurt, al parecer a manos militares. Restrepo fue asesinado en 1989. Tiberio Fernández Mafla, párroco de Trujillo (Valle), acompañó a organizaci­ones campesinas en una época en que el cartel del Norte del Valle inició la conocida masacre de Trujillo. En abril de 1990 fue asesinado junto a tres acompañant­es, entre ellos su sobrina.

Esos son algunos casos conocidos. Hay otros de más bajo perfil, en los que se cuenta que, por ejemplo, que la víctima murió mientras adelantaba una jornada de vacunación. A un sacerdote se lo llevaron hombres armados luego de hacer bautizos en un corregimie­nto de influencia guerriller­a y al mes se halló su cuerpo “semienterr­ado” en losMontes deMaría. Otro más fue desapareci­do tras ser sometido a torturas. 12 años antes de su desaparici­ón, siete miembros de su familia fueron masacrados.

Está también el caso que Tumaco no olvida: el asesinato de la hermanaYol­anda Cerón. Según el documento, inició su trabajo pastoral con los niños de Nariño y luego llegó a la Pastoral Social de Tumaco, que dirigió entre 1994 y 2001. “Acompañó a los afrodescen­dientes de los consejos comunitari­os de la Acapa, el Alto Mira, Frontera, Rosario e Imbilpi del Carmen”, reza el reporte. Se volvió denunciant­e de violacione­s de derechos humanos, por la Fuerza Pública y los paramilita­res. Fue asesinada el 19 de septiembre de 2001.

“Lo que esperamos es que la sociedad pueda conocer esta realidad oculta”, agrega el investigad­or Fernández. “Que el Estado pida perdón a ese sector de la iglesia. Que se genere reconcilia­ción. Hay que eliminar cualquier idea de persecució­n, trabajar por una sociedad equitativa y justa. Crear las condicione­s para el pensamient­o diverso, en este caso desde lo eclesial”. Pues, “el proceso de desestruct­uración de estas iniciativa­s, a raíz de la persecució­n de la Iglesia y los grupos armados, generó que muchos trabajos adelantado­s se perdieran y desapareci­eran”.

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/ Cristian Garavito - El Espectador La Iglesia católica no se salvó de sufrir en el conflicto. Este fue un ataque en 2014 a una parroquia en Tierradent­ro, Cauca.
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