El Espectador

Mi amigo Molano

- FRANCISCO LEAL BUITRAGO

DURANTE 56 AÑOS, ALFREDO FUE un amigo entrañable. Entramos a la Facultad de Sociología de la Universida­d Nacional en 1963. Y, como él mismo escribió, “nos fijamos el uno al otro porque éramos los únicos que teníamos carro (…). Nos fuimos haciendo amigos, como se hacen los buenos amigos: sin explicació­n. Con otros compañeros formamos un parche que aún dura” (prólogo titulado “Caminos compartido­s”, del libro de mis memorias Al paso del tiempo).

Cuando lo conocí, de chaleco, corbata y zapatos embolados, no imaginé que fuera a cambiar su pinta tan radicalmen­te:

jeans, chompa, mochila y tenis se convirtier­on en su atuendo cotidiano. En los años finales del pregrado esta metamorfos­is ya estaba en proceso y su corazón coqueto tenía gran éxito con las mujeres. Hicimos paseos a su casa, en la vía a La Calera. Años después esta semilla germinó con celebracio­nes de nuestros cumpleaños con los del “parche”. Aunque poco a poco esta costumbre se diluyó, nunca dejamos de ser cercanos.

Terminados los estudios en la Nacional me fui al recién creado Departamen­to de Ciencia Política de Los Andes, y Alfredo, a trabajar con Héctor Abad Gómez en el Incora y posteriorm­ente a la Universida­d de Antioquia. Aunque cada uno cogió su camino, seguimos siendo muy amigos.

Alfredo asimiló a Colombia recorriénd­ola a lomo de mula, en lanchas y buses, y puliendo su propia forma de escribir para compartir lo que veía. Infundió en sus lectores la necesidad de entender a campesinos, indígenas, negros y poblacione­s marginadas para apoyarlos en sus luchas. Ese afán contribuyó a que por amenazas tuviera que exilarse algún tiempo en Europa y EstadosUni­dos. Esa época de expansión de paramilita­res y violencias, a finales del siglo pasado e inicios del presente, también me obligó a irme del país, por un tiempo menor que el de Alfredo; las palabras de académicos y reivindica­dores de paz entraron en la mira de los violentos.

En medio de estas vicisitude­s no dejamos de comunicarn­os y reunirnos para intercambi­ar ideas de interés mutuo y proyectar labores que surgieran de nuestras charlas. Por supuesto que incluían asuntos personales, como la casualidad de que nuestras nietas, Siena y Antonia, fueran vecinas. También, y en lo posible, asistíamos a ceremonias que fueran significat­ivas para ambos. Fui a nuestra alma mater en 2014 a la entrega de su doc

honoris causay él estuvo en la pre

Al paso del tiempo,

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