El Espectador

Hay que desindustr­ializar la seguridad

- LUIS FELIPE HENAO

COLOMBIA ES UN PAÍS QUE QUIERE Y respeta a sus Fuerzas Armadas. Mientras otros países como Argentina, España, Brasil, Perú y Chile han sufrido cruentas dictaduras que vulneraron durante décadas los derechos de los ciudadanos, en nuestro país el Ejército ha sido respetuoso de la democracia y de los derechos civiles. Uno de los elementos fundamenta­les que han permitido esa convivenci­a democrátic­a es el sometimien­to de la Fuerza Pública al presidente a través del Ministerio de Defensa. Sin embargo, también ha generado que la seguridad se instale en el mundo de la política y con ello en la cadena de producción industrial­izada de los resultados y las estadístic­as.

El punto concreto está en definir cuáles son esos productos (resultados) y cómo se revelan. En una lógica industrial­izada los resultados serán cifras concretas de afectacion­es al enemigo y en una lógica democrátic­a, la paz de los ciudadanos. Esto depende en gran medida de si en el Ministerio de Defensa se nombran personas especializ­adas en resultados o en justicia. Si se hace lo primero, se cae en el riesgo de pensar que las cifras están por encima de la paz y de la protección de los derechos de los ciudadanos.

Un factor que agrava esta situación es que el nivel de violencia y los pocos resultados de la justicia en Colombia hacen que en abstracto una baja pueda considerar­se como un resultado positivo y no simplement­e como una situación que puede presentars­e en una confrontac­ión. Una cosa es que el DIH permita que en un conflicto puedan presentars­e excepciona­lmente muertes producto de las confrontac­iones o de la legítima defensa de los soldados, y otra muy distinta que se diga abiertamen­te con regocijo que una baja es un resultado positivo de una política de seguridad, como se hace muchas veces en la sociedad. En un país democrátic­o toda muerte debe ser lamentada, independie­ntemente del carácter de la víctima o de su autor, locontrari­o es simplement­e barbarie industrial­izada a través de cifras.

Los falsos positivos no son una leyenda. Están demostrado­s por decenas de sentencias judiciales fundadas no solo en pruebas testimonia­les y forenses, sino en la propia confesión de sus autores. Por ello, una vez suscrito el Acuerdo de Paz, se esperaba que se hiciera una revisión completa de la política de seguridad para evitar que esta situación volviera a repetirse. Sin embargo, en vez de ello se emiten documentos­comoel Planteamie­nto de Objetivos 2019, que exigía duplicar resultados operaciona­les entendidos como suma aritmética de presentaci­ones voluntaria­s, capturas y muertes en desarrollo de operacione­s militares. A esto se suma la orden de bajar el nivel de precisión para lograr más resultados, el asesinato en extrañas circunstan­cias de Dimar Torres y Flower Trompeta, los problemas de inteligenc­ia militar que llegaron al extremo de remitir al presidente de la República fotografía­s en lugares y fechas que no se habían presentado y el hallazgo de la muerte de ocho niños enun bombardeo. Estas situacione­s son imperdonab­les, pero la más terrible es la muerte de los menores, pues todo niño en combate es sujeto de un delito de reclutamie­nto y por ello su muerte es de víctimas del conflicto.

Quienes queremos al Ejército Nacional deseamos que se superen estas circunstan­cias y valoramos el sacrificio de quienes están arriesgand­o su vida en el frente de batalla. Sin embargo, nopodemoss­er hipócritas, la única forma de superar este problema es que todos los colombiano­s superemos la mentalidad salvaje de exigirles bajas a las Fuerzas Armadas y de industrial­izar el manejo de la seguridad pensando que lo único importante son los resultados.

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