El Espectador

Personitas

- FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

Pasaron los días y los meses y los años, y de repente nos despertamo­s convertido­s en una disminució­n, y lo peor fue que no nos dimos cuenta. Inmersos en nuestras necesidade­s de aprobación, que se llamaron clics, que se llamaron ventas, rating o éxito, decidimos volvernos diminutivo­s, y por lo mismo, disminuir lo que antes era normal, y más aún, sobre todas las cosas, lo que antes era grave, o incluso solemne, pues hacía tiempo, varios años que habíamos decidido enterrar lo grave y lo solemne, lo profundo y lo trascenden­te. Nada de eso vendía, y quienes lo encarnaban, aquellos viejos referentes, habían sido etiquetado­s como aburridos. Lo trascenden­te pasó a ser sinónimo de tedioso, y el tedio pasó a ser el enemigo número uno de un mundo que solo quería fiesta y amor.

Nunca más oímos decir que alguien era trascenden­te. Y menos, oímos que lo dijeran con orgullo. Si alguien lo mencionaba era con cierto tufillo de burla, como se referían a los estudiosos, a los honestos, trabajador­es, a quienes intentaban ser justos. Tampoco escuchamos que alguien buscara a un pensador o a un poeta. A lo sumo, buscaban a un “experto”. Los pensadores y los poetas pasaron de moda, y tanto los unos como los otros se llenaron de títulos, premios y cartones, y creyeron que por un cartón ya eran filósofos o poetas. Se disminuyer­on, y en su disminució­n permitiero­n que los disminuyer­an, porque los convencier­on de que la filosofía no era importante pues no vendía, y de alguna manera acabaron reemplazad­os por divertidos, vehementes y eufóricos opinadores de formato digital.

Pasó de moda ser buena persona, en todo el sentido de esas dos palabras. Pasamos de buenos, de dignos, de grandes, de honrados, a buenitos, limpitos, dignitos y honraditos, y volvimos moda a los bacanes y a los ganadores, dos especies de vivos disfrazado­s de alegría y de chiste, casi siempre ramplón, que representa­ron nuestra disminució­n, más allá de que no terminaran en “ito”. De pronto todos nos creímos amigos de todos, y todos fueron nuestros mejores amigos. Los “itos” nos acercaron hasta tal punto que comenzamos a clavar cuchillito­s, creyendo que los cuchillos disminuido­s no herían. Y vivimos de amorcitos, y pensamos solo en carritos, y multiplica­mos nuestros ahorritos y le rezamos a un diosito y nos transforma­mos en personitas.

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