Personitas
Pasaron los días y los meses y los años, y de repente nos despertamos convertidos en una disminución, y lo peor fue que no nos dimos cuenta. Inmersos en nuestras necesidades de aprobación, que se llamaron clics, que se llamaron ventas, rating o éxito, decidimos volvernos diminutivos, y por lo mismo, disminuir lo que antes era normal, y más aún, sobre todas las cosas, lo que antes era grave, o incluso solemne, pues hacía tiempo, varios años que habíamos decidido enterrar lo grave y lo solemne, lo profundo y lo trascendente. Nada de eso vendía, y quienes lo encarnaban, aquellos viejos referentes, habían sido etiquetados como aburridos. Lo trascendente pasó a ser sinónimo de tedioso, y el tedio pasó a ser el enemigo número uno de un mundo que solo quería fiesta y amor.
Nunca más oímos decir que alguien era trascendente. Y menos, oímos que lo dijeran con orgullo. Si alguien lo mencionaba era con cierto tufillo de burla, como se referían a los estudiosos, a los honestos, trabajadores, a quienes intentaban ser justos. Tampoco escuchamos que alguien buscara a un pensador o a un poeta. A lo sumo, buscaban a un “experto”. Los pensadores y los poetas pasaron de moda, y tanto los unos como los otros se llenaron de títulos, premios y cartones, y creyeron que por un cartón ya eran filósofos o poetas. Se disminuyeron, y en su disminución permitieron que los disminuyeran, porque los convencieron de que la filosofía no era importante pues no vendía, y de alguna manera acabaron reemplazados por divertidos, vehementes y eufóricos opinadores de formato digital.
Pasó de moda ser buena persona, en todo el sentido de esas dos palabras. Pasamos de buenos, de dignos, de grandes, de honrados, a buenitos, limpitos, dignitos y honraditos, y volvimos moda a los bacanes y a los ganadores, dos especies de vivos disfrazados de alegría y de chiste, casi siempre ramplón, que representaron nuestra disminución, más allá de que no terminaran en “ito”. De pronto todos nos creímos amigos de todos, y todos fueron nuestros mejores amigos. Los “itos” nos acercaron hasta tal punto que comenzamos a clavar cuchillitos, creyendo que los cuchillos disminuidos no herían. Y vivimos de amorcitos, y pensamos solo en carritos, y multiplicamos nuestros ahorritos y le rezamos a un diosito y nos transformamos en personitas.