Fernando Urbina: el portador de mitos
El historiador, antropólogo y profesor de la Universidad Nacional de Colombia lleva más de 50 años estudiando a las comunidades indígenas del Amazonas.
“Espérenme bajo la boina porque se me enfría la torre”, nos dijo Fernando Urbina luego de recibirnos en su casa en el noroccidente de Bogotá. Su sala está rodeada de mochilas y máscaras y merodeada por sus gatos, que se turnaban para vigilar las memorias de quien los ha querido por años y ha recorrido la profundidad de la selva amazónica de la mano y la palabra de las comunidades indígenas que habitan y (sobre)viven a las ideas del desarrollo propuestas por el ser humano blanco.
“Yo soy un caso único en el mundo”. Su frase sonaba pedante, pero continuó: “Yo estudié filosofía porque mi papá me dijo que solamente me pagaba la carrera si estudiaba filosofía”. Nos reímos y aceptamos sin tapujos que, efectivamente, era un caso particular. Habitamos un mundo en el que las humanidades se van desechando por mentes que piensan que la productividad está asociada a lo material, olvidando que la esencia misma de nuestra existencia se halla en las reflexiones en que ahondamos y terminamos descubriendo los límites de nuestra condición y el sentido de nuestro paso por la tierra.
“Hubo una época en la que en Colombia no se podía estudiar antropología porque ninguna universidad o institución dictaba la carrera. Yo decidí estudiarla por mi propia cuenta. Me hice mi propio programa y me dediqué a leer libros sobre las etapas de la historia y la evolución del ser humano”. Desde entonces FernandoUrbina no se despegó de la antropología filosófica. Sumado a ello, la etnografía, la poesía y la fotografía fueron las ramas que lo acompañaron para conocer, retratar, narrar y resguardar la oralidad, los paisajes, los rostros y una parte tan trascendental de las identidades indígenas como lo son los mitos y cosmogonías. De mitos puede hablar por largos minutos, sin dejar escapar un solo detalle que altere lo sagrado y lo sublime del relato. Con las melodías de la música clásica de fondo, el profesor permaneció cerca de cuatro horas contándonos sus épicas en el Amazonas, evocando las largas tertulias y tardes de mitología que decidió emprender luego de desechar una beca para estudiar sánscrito y mitología oriental en la India y comprender que si nadie estudiaba nuestras costumbres y las voces de nuestros pueblos, alguien tenía que hacerlo, y ese ha sido él.
Mientras nos iba mostrando uno de sus libros, en este caso sobre la Amazonia, donde habitan la poesía y la fotografía, va pasando las páginas. Cada foto tiene detrás un mito, una anécdota. Hace una pausa para detallar una de sus fotos favoritas, un ciervo, víctima de una partida de caza. “La mejor carta de presentación para acercarme a los indígenas ha sido la caza: siempre llevaba escopeta y carabina”. A los doce años empezó a cazar, pues su padre fue un cazador empedernido. En el 68, Urbina viajó con Alejandro Reyes Posada al Vaupés a estudiar las comunidades indígenas y a solucionar, en sus palabras, “la vagabundería de los caucheros” en Colombia, “porque en 1968 todavía seguían endeudando a los indígenas a la manera antigua, con objetos carísimos a cambio de caucho. El oficio de Alejo era ese. Él me invitó y yo acepté. Yo le pregunté si podía llevar mi escopeta. En aquel entonces todavía era cazador. Al llegar, la comunidad se estaba preparando para irse una semana de cacería. En esta expedición llevaban hasta los perros. Recuerdo mucho que estando ahí, pasó una pava volando y cogí la escopeta y ¡pam!, me la bajé de una”. Para el pensamiento indígena, cedían el disparo para no tener que gastar los suyos, ya que esto es muy caro para ellos.
En el siguiente destino se encontraba con otras personas en un humedal de Nemocón, en busca de una buena caza de patos. Cambió la escopeta por una cámara, donde la vida lo puso a prueba: “Alguien gritó: ¡los patos!, y era el momento en que salía la punta de patos de un cañaveral. Yo vacilé: cojo la cámara o cojo la carabina. Cogí la carabina. Disparé tres, cuatro tiros, no le pegué a nada”. Desde esa ocasión renunció a la caza por deporte. “Fui cazador hasta que se me murió una paloma en la mano. Sentí el estertor. Me cuestioné: ¿qué carajos estoy haciendo? Desde ahí solo cazo cuando necesito comer, así como ustedes van al supermercado a comprar pollo”.
Fernando Urbina ha dedicado su vida a las comunidades indígenas del Amazonas. Caminó sus pueblos y exploró sus costumbres. Se sentó con ellos para crear, para parir epifanías y revelar visiones que el asfalto y el afán citadino no develan en su cotidianidad. Es uno de los pocos blancos portadores del conocimiento ancestral, conocimiento que maneja a la perfección. Tiene en su memoria los mitos, relatos, rituales, imágenes rupestres, poemas de comunidades como los uitoto o los kofán. Esta información ha sido un apoyo para desarrollar libros completos de poesía y fotografía, o algo más informal: las fichas bibliográficas que se encuentran por su casa, donde yacen infinidad de ideas que emergen en universos. Trata de digitalizar sus pensamientos, pero cuando cree que ha acabado se encuentra con unas 2.000 fichas más en algún rincón de su biblioteca.
En el 68, Urbina viajó con Alejandro Reyes Posada al Vaupés a estudiar las comunidades indígenas y a solucionar, en sus palabras, “la vagabundería de los caucheros” en Colombia.
Tiene en su memoria los mitos, relatos, rituales, imágenes rupestres, poemas de cada comunidad.
Caminó sus pueblos y exploró sus costumbres. Se sentó con ellos para crear, para parir epifanías y revelar visiones que el asfalto y el afán citadino no develan en su cotidianidad.