Siempre dos
Ya perdí la cuenta de cuántas veces bajé a las entrañas de Trapiche, bodega argentina, fundada en 1883 por Tiburcio Benegas, exgobernador de Mendoza, quien la convirtió en estandarte de los vinos de su país desde finales del siglo XIX.
Dicha área de almacenamiento bajo tierra tiene un kilómetro de largo por de 500 metros de ancho. Hilera tras hilera de barricas de roble, empotradas en filas interminables de cuatro niveles de alto, contienen vinos en proceso de crianza, donde duermen marcas legendarias como Iscay.
Mi primer sorbo de Iscay —vocablo huarpe que traduce “dos”— me lo ofreció Ángel Mendoza, jefe de enología de Trapiche en 2002. Era un ensamblaje de Malbec con Merlot, compuesto por uvas de Malbec seleccionadas por el propio Petiso Mendoza (1,50 de estatura) y por una cantidad similar de racimos de Merlot, aportados por el célebre enólogo francés Michel Rolland.
Iscay se convirtió, rápidamente, en un símbolo de unión entre los saberes del Viejo Mundo y los aportes enológicos del Nuevo Mundo. En las manos de estos dos hombres, tanto el Malbec como el Merlot se fundieron en una sinfonía de suaves y elegantes aromas y sabores, siempre refrescantes, nunca disonantes.
Desde su introducción, en 1997, beber Iscay era un placer de pocos, principalmente por su precio. Quienes logramos descubrirlo, nunca dimos marcha atrás.
La última cosecha del binomio Malbec-Merlot fue en 2007, que sigue siendo altamente valorada por los aficionados.
Terminado el maridaje entre Mendoza y Rolland, las riendas de Iscay quedaron en manos de un joven enólogo mendocino llamado Daniel Pi, quien no solo se hizo cargo de la dirección técnica de todas las bodegas de Peñaflor (incluidas Trapiche, Las Moras y el Esteco), sino que también introdujo cambios en Iscay. Pi ensayó inicialmente una mezcla de Syrah con Viognier, clásica combinación del Valle del Ródano, en Francia. Sin embargo, al poco tiempo volvió con entusiasmo al Malbec, acompañándolo, esta vez, de Cabernet Franc, clásica y sorprendente uva bordelesa.
Ahora estamos ante un vino de tonalidad púrpura y gran elegancia, con aromas y sabores intensos. Se perciben sensaciones a violetas, cerezas maduras, canela, lo mismo que taninos firmes, pero no invasivos.
Gracias a los resultados obtenidos por Pi y por su agrónomo de confianza, Marcelo Belmonte, la mixtura de Malbec-Cabernet Franc ha comenzado a seducir a otros productores como Luigi Bosca, bodega mendocina que dedica su marca Gala IV a esta misma fusión. La unión de Malbec con Cabernet Franc, en mi opinión, constituye la nueva bandera de la enología argentina.
No me cabe duda de que el ensamblaje tendrá una vida útil de dos o tres décadas. O sea: lo que se produzca hoy, estará en perfecto estado en 2040 y 2050. Rico estar presente para probar algunos ejemplares.
Esto me hace recordar las palabras del veterano enólogo y agrónomo Carlos Tizio, hoy director del Instituto Nacional de Vitivinicultura de Argentina, quien una vez me dijo: “La nueva etapa del Malbec consistirá en asociarse con otras variedades tintas”. Es decir, justamente lo que Pi está haciendo con la fascinante Cabernet Franc.