El Espectador

De Ocaña a Asocaña

- TATIANA ACEVEDO GUERRERO

“CEBOLLEROS DE OCAÑA Y ABREGO botan sus cosechas”. Bajo ese titular se pueden ver cientos de cebollas rojas metidas en carretilla­s y esperando en el piso, mientras se echan a perder. “Le queremos hacer un llamado al Gobierno Nacional para mirar cómo hacemos con este problema que tenemos con la cebolla ocañera”, dice uno de los cultivador­es, “porque el Gobierno no hace más que traer de otro país cebolla aquí a Colombia, habiendo tantísima cebolla y tantísimos campesinos que estamos viviendo de este artículo que hoy no vale nada”. Ante las grandes desventaja­s de la ocañera frente a la cebolla más barata importada desde Perú y Ecuador (muy parecida en el color), han derrapado en pérdidas las siembras, el conocimien­to de décadas en esta labor y las inversione­s.

“Da lo mismo botarla que venderla porque no hay quien la compre”, denuncia la comunidad. “Señor presidente, si usted no se pellizca y mira la situación de los campesinos, no sé qué nos tocará hacer”. Hay quienes, dedicados a este cultivo por generacion­es, se preguntan si por primera vez tendrán que engrosar las hectáreas de coca sembradas del Catatumbo (“porque ahí sí hay plata”). “Habemos más de 20.000 familias sufriendo la necesidad”, explican. Pues, aunque el campesinad­o cebollero no tiene hoy plata, ni apoyos estatales, sí acumula muchas deudas: “Estamos debiendo a los bancos y en Datacrédit­o”. Entendidos y tecnócrata­s explican el declive del cultivo por su falta de “competitiv­idad”, como consecuenc­ia de políticas mundiales de desregulac­ión que implicaron la reversión de la interferen­cia estatal en la protección de agricultor­es nacionales (la eliminació­n de subsidios) y la apertura de mercados y fronteras en el marco de tratados de libre comercio.

A kilómetros de distancia, sin embargo, hay un cultivo que no es picante sino dulce y que sí está subsidiado. La caña de azúcar, transforma­da en etanol y azúcar, es una de las consentida­s de la nación. El etanol tiene un precio regulado que es calculado con una fórmula específica, para asegurarle­s una utilidad estable a sus productore­s. El azúcar, por su cuenta, es uno de los productos agrarios que más han logrado mantener un arancel que protege la industria nacional. Que más que nacional es regional. Y más que regional es de índole familiar (hay 13 ingenios azucareros en la región, seis de ellos tienen plantas de bioetanol. La mayoría son propiedad de familias). En su mayoría, los propietari­os de ingenios no están abrumados por deudas. Algunos incluso son los dueños de los bancos que hoy amenazan a los campesinos cebolleros con intereses y vergüenzas.

Acá cabe recordar el trabajo de la profesora Aihwa Ong que nos ha enseñado que las políticas de “desregulac­ión”, etc., no se aplican de manera uniforme a todos los grupos y dominios dentro de un país y que no todas las poblacione­s o áreas están sujetas a políticas neoliberal­es. Así, la lógica neoliberal no es como una cobija que arropa a Colombia, sino más bien una tecnología de gobierno que migra y se adopta selectivam­ente en diversos contextos (según la región). Esta opera en ciertas partes como un conjunto de “políticas innovadora­s” que exigen eficiencia, transparen­cia y autosufici­encia solo a algunos grupos y comunidade­s. Otros (como el cañero, el minero o el ganadero) son sectores de excepción y por ello se protegen. No solo con subsidios sino también con ejército y policía.

Ymientras ciudades y barrios concentran ciudadanos altamente calificado­s, educados, dueños de empresas y propietari­os de la tierra, la gran mayoría fuera de estas zonas no solo no están preparados para este tipo de actividade­s, sino que sirven como una gran reserva de mano de obra barata para unas élites excepciona­les.

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